Annandra

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-Allan, mira, ¿acaso esa no es la reina Alessia? -Malya tocó el hombro de Allan, quien iba unos pocos metros más atrás. Allan subió la mirada a la pared, y analizó unos segundos lo que veía.

-Parece que sí... ¿Tendría unos dieciséis años en esa pintura? -inquirió Allan, más para sí mismo.

-No lo sé, pero luce bastante joven. ¿Quién es esa chica al lado de ella? -preguntó, y Allan se limitó solo a continuar mirando el cuadro, pues no sabía la respuesta a eso-. Oh, mira, allá al final ¿es una puerta de cristal? -Señaló Malya, y un destello de curiosidad se apreció en sus ojos. Avanzó con zancadas hasta llegar al final del pasillo, y Allan, suspirando, la siguió.

Malya observó el cristal. Si no fuera porque tenía el picaporte plateado, no hubiese sabido jamás que allí estaba una puerta. El cristal era muy transparente y delgado, y podía ver qué había detrás de la puerta: una sala llena de muebles y un estante lleno de frascos coloridos. Sólo palpó con sus dedos la clara superficie, tenía miedo de que se reventara si la tocaba.

-Gira el picaporte -ordenó Allan, sin sopesar que era, en cierto modo, estúpido.

Pero Malya le obedeció, y la puerta, se abrió ante ellos. Se miraron y sonrieron, victoriosos. Quizás, encontrarían algo de comida, bebida y un lugar donde descansar. ¿Quién lo hubiera sospechado? El bosque de Brent no era tan desierto como creían.

- ¿Tienes hambre? -preguntó Allan, con una sonrisa cómplice en el rostro, al tiempo que pasaba dentro de la habitación.

-Sí -respondió, devolviendo la misma sonrisa, y le siguió.

Allan se detuvo a detallar los dos sillones de cuero color caoba. Eran tan exclusivos, debían costar varias monedas de oro. Pero le llamó más la atención el gran estante de roble que guardaba con recelo muchos frascos; cada uno tenía un líquido que parecía traspasar el cristal con su refulgencia, de colores muy particulares como para contener simples líquidos como jugos o licores. Los observó durante largo rato, tratando de descifrar que contenía cada uno, y ni siquiera notó cuando Malya se acomodó en uno de los sillones.

Embobado con las pequeñas botellas, llevó su mano a una de color violeta y la agarró. Malya lo miró enseguida, y su mandíbula cayó. Allan destapó el frasco, y llevó sus labios a la botella.

- ¡Allan! ¡Deja eso! Te puedes envenenar -gritó Malya, parándose de un brinco y manoteando la botella, que chocó contra una mesa y se reventó en miles de pedazos.

-Ah, ¿qué? ¿Qué pasó? -dijo Allan con confusión, saliendo de su trance.

- ¡Ibas a beber una botella de ese estante! -chilló Malya, como si fuera muy obvio.

- Um, ¿qué? -preguntó Allan, alzando una ceja.

-Ay ya, olvídalo. Veamos si hay algo que comer, mis tripas rugen desde hace rato -contestó Malya, tomándolo de la mano y casi arrastrándolo por el lugar.

Entre el estante y los sillones, una nube blanca con destellos comenzó a crecer, en forma de tornado. Malya se dio cuenta porque el aire que salía de la extraña masa comenzaba a juguetear con su cabello, y volteó para ver que sucedía.

-Allan, mira -susurró, con la boca entreabierta, señalando la nube.

- ¡Por todos los cielos! ¿¡Qué es eso!? -exclamó, igual de asombrado.

La nube, de manera extraña, comenzó a descender, y poco a poco, fue tomando forma humana. Delante de ellos se apareció una bella mujer rubia, con los ojos tan azules que parecían de cristal, un hermoso collar plateado y un vestido tan blanco que parecía brillar.

The Crying Game (The Games #1) #Wattys2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora