Parte 9 Capitulo Uno

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Oh -exclamó Isabella, interrumpiendo apresuradamente al desconocido-, tan sólo ayudadme a encontrar una trampa que debe estar por algún sitio, y ése será el mejor servicio que podáis hacerme, pues no tengo un minuto que perder.

Diciendo estas palabras, se agachó e indicó al desconocido que hiciera otro tanto y buscara una pequeña pieza de latón incrustada en una de las losas del pavimento.

-Eso -aclaró- es el mecanismo que acciona un resorte cuyo secreto conozco. Si logro encontrarlo, podré escapar; si no, valeroso forastero, temo haberos mezclado en mis desdichas: Manfredo sospechará que sois cómplice de mi fuga, y seréis víctima de su resentimiento.

-No doy valor a mi vida -replicó el desconocido-, y me producirá satisfacción perderla tratando de libraros de su tiranía.

-Generoso joven, ¿cómo podré agradeceros...?

Cuando pronunciaba estas palabras, un rayo de luna que penetró por la grieta en lo alto de aquella ruina, iluminó directamente el mecanismo que buscaban.

-¡Oh, qué alegría! -dijo Isabella-. ¡Aquí está la puerta secreta!

Y accionó el resorte, que se apartó y descubrió una argolla de hierro.

-Levantad la trampa -pidió la princesa.

El desconocido obedeció, y ante ellos aparecieron unos peldaños de piedra que descendían hacia una bóveda totalmente a oscuras.

-Debemos bajar -dijo Isabella-. Seguidme. Por oscuro y deprimente que sea, no podemos errar el camino, pues conduce directamente a la iglesia de San Nicolás. Pero acaso -añadió la princesa en tono modesto- vos no tengáis razón alguna para abandonar el castillo y yo no precisaré más de vuestros servicios. Dentro de unos minutos estaré a salvo de la ira de Manfredo... Permitidme sólo saber a quién debo tanto agradecimiento.

-No pienso abandonaros -replicó en tono vehemente el desconocido- hasta que os haya llevado a lugar seguro... No me consideréis, princesa, más generoso de lo que soy, pues vos sois mi principal preocupación...

El desconocido fue interrumpido por un súbito rumor de voces que parecían aproximarse, y no tardaron en captar estas palabras:

-No me habléis de nigromantes. Os digo que ella debe estar en el castillo, y la encontraré a pesar de los encantamientos.

-¡Oh, cielos! -exclamó Isabella-. ¡Es la voz de Manfredo! ¡Daos prisa o estamos perdidos! Y cerrad la trampa tras de vos.

Diciendo esto, descendió los peldaños precipitadamente, y el desconocido, al disponerse a correr en pos de ella, dejó que la trampa se deslizara de sus manos: cayó, y el resorte se cerró. Trató en vano de abrirla, pues no había observado la manera en que Isabella accionó el mecanismo, y no disponía de tiempo para hacer pruebas. Manfredo oyó el ruido de la trampa al caer, y guiándose por el sonido se apresuró en aquella dirección, seguido por sus criados provistos de antorchas.

-¡Debe ser Isabella! -exclamó Manfredo antes de penetrar en la bóveda-. Escapa por el pasadizo subterráneo, pero no puede haber ido lejos.

¡Cuál no fue la sorpresa del príncipe cuando, en lugar de Isabella, la luz de las antorchas le descubrieron al joven campesino al que creía confinado bajo el yelmo fatal!

-¡Traidor! ¡Cómo has llegado hasta aquí! Te creía prisionero arriba, en el patio.

-No soy un traidor -replicó el joven en tono desafiante-, ni soy responsable de vuestros pensamientos.

-¡Villano presuntuoso! ¿Osas provocar mi ira? Dime, ¿cómo has escapado de allí arriba? Has sobornado a tus guardias, y responderán de ello con sus vidas.

-Mi pobreza -dijo el campesino con calma- los exculpará: aunque son los ejecutores de la ira de un tirano, os guardan fidelidad y de muy buen grado cumplen vuestras injustas órdenes.

-¿Eres tan audaz como para desafiar mi venganza? Pero las torturas te forzarán a decir la verdad. Dime, quiero saber quiénes son tus cómplices.

-¡Ése fue mi cómplice! -respondió el joven sonriendo y señalando el techo.

Manfredo ordenó que levantaran las antorchas, y vio que una de las carrilleras del yelmo encantado se había hincado en el pavimento del patio, cuando los criados lo dejaron caer sobre el campesino. Rompió la bóveda y abrió una grieta por la cual el campesino se deslizó unos minutos antes de que lo encontrara Isabella.

-¿Has bajado por ahí? -preguntó Manfredo.

-Por ahí -confirmó el joven.

-¿Y qué ruido era ese que oí al entrar en el claustro?

-Una puerta golpeó. Yo la oí tan bien como vos.

-¿Qué puerta? -indagó Manfredo con impaciencia.

-No estoy familiarizado con vuestro castillo. Es la primera vez que entro en él, y esta bóveda es la única parte de su interior donde he estado.


El Castillo De OtrantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora