Parte 14 Capitulo Dos

101 7 0
                                    

-Y vos le dais las gracias, como una hija obediente, ¿verdad, señora? Pero suponed que mañana por la mañana os convoca a la gran sala del consejo, y allí encontráis, junto a él, a un amable joven príncipe, con grandes ojos negros, una despejada y blanca frente y varoniles rizos como si brotaran de un surtidor. En resumen, señora, un joven héroe parecido al retrato del buen Alfonso que se encuentra en la galería, ante el cual os sentáis durante horas para contemplarlo.

-No hables con ligereza de esa pintura -la interrumpió Matilda suspirando-. Sé que la adoración con que miro ese cuadro es insólita, pero no estoy enamorada de una superficie coloreada. El carácter de ese virtuoso príncipe, la veneración que mi madre me ha inspirado hacia su memoria, las oraciones que no sé por qué razón me ha enseñado a recitar ante su tumba, todo eso me ha convencido de que, por una razón u otra, mi destino está vinculado a algo relacionado con ese personaje.

-¡Dios mío, señora! ¿Y cómo podría ser eso? Siempre he oído que vuestra familia no tenía relación alguna con la suya, y desde luego no logro entender por qué mi señora, la princesa, os envía una fría mañana o un húmedo atardecer a orar ante su tumba: no figura como santo en el almanaque. Si habéis de rezar, ¿por qué no os permite dirigiros a nuestro gran santo Nicolás? A él le rezo yo para encontrar marido.

-Quizá mi mente estaría menos confusa si mi madre me explicara las razones, pero es el misterio con que procede lo que me inspira... No sé cómo decirlo. Como nunca actúa por capricho, estoy segura de que hay algún fatal secreto en el fondo... No, ya sé de qué se trata: en la agonía de su pena por la muerte de mi hermano, pronunció unas palabras que me asustaron mucho...

-Oh, querida señora, ¿que dijo?

-No. Si un progenitor deja escapar unas palabras que preferiría no haber pronunciado, un hijo no debe repetirlas.

-¡Cómo! ¿Se arrepintió de lo que dijo? Sin duda podéis confiar en mí, señora.

-Sí en lo que se refiere a mis secretillos, si es que los tengo, pero no en los de mi madre. Un hijo no ha de tener ojos ni oídos más que para lo que mande su progenitor.

-Desde luego habéis nacido para santa, señora, y nadie puede resistirse a su propia vocación: al final acabaréis en un convento. Pero mi señora Isabella no se mostraría tan reservada conmigo: me permite que le hable de hombres jóvenes, y cuando un apuesto caballero vino al castillo, me confió su deseo de que vuestro hermano Conrado se le pareciera.

-Bianca, no te permito que te refieras a mi hermano de manera poco respetuosa. Isabella tiene un carácter alegre, pero su alma es tan pura como su virtud. Conoce tu afición por las charlas vanas, y quizá alguna vez la ha alimentado para alejar la melancolía, y aliviar así la soledad en que mi padre nos mantiene.

-¡Santa María! -exclamó Bianca levantándose-. Querida señora, ¿no habéis oído algo? ¡Sin duda este castillo está encantado!

-¡Calla y escuchemos! Creo haber oído una voz, pero ha debido de ser una ilusión. Supongo que me has contagiado tus terrores.

-¡Por supuesto, por supuesto, señora! -dijo Bianca, al borde del llanto a causa de la angustia-. Estoy segura de haber oído una voz.

-¿Alguien ocupa la habitación de abajo?

-Nadie se ha atrevido desde que el gran astrólogo, el tutor de vuestro hermano, se ahorcó allí. Seguro, señora, que su espectro y el del joven príncipe se han reunido en esa habitación. ¡Cielos! ¡Corramos a los aposentos de vuestra madre!

-No te inquietes. Si son almas en pena, podemos aliviar sus sufrimientos preguntándoles. No tienen por qué causarnos daño puesto que no las hemos ofendido. Y si lo pretendieran, ¿estaremos más seguras en un aposento que en otro? Alcánzame mi rosario. Rezaremos y luego nos dirigiremos a ellas.

-Oh, querida señora, por nada del mundo hablaría yo con un espectro.

Apenas hubo pronunciado estas palabras, oyeron abrirse la ventana de la pequeña habitación de abajo. Escucharon atentamente, y a los pocos minutos creyeron oír cantar a una persona, pero no entendieron sus palabras.

-No puede tratarse de un espíritu maligno -dijo la princesa en voz baja-. Indudablemente es alguien de los nuestros. Abre la ventana y reconoceremos la voz.

-No me atrevo, señora.

-Eres muy tonta -le recriminó Matilda abriendo suavemente la ventana.


El Castillo De OtrantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora