Parte 23 Capitulo Tres

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Aunque el desafío era injurioso, Manfredo consideró que no le convenía provocar al marqués.

Sabía que su reclamación estaba bien fundada, y no era la primera vez que la escuchaba. Los

antepasados de Federico habían llevado el título de príncipes de Otranto, pero su descendencia directa

se extinguió con la muerte de Alfonso el Bueno. Manfredo, su padre y su abuelo eran demasiado

poderosos para que la casa de Vicenza prevaleciera sobre ellos. Federico, un joven príncipe marcial

y amable, casó con una hermosa y joven dama de la que se había enamorado, la cual murió al

alumbrar a Isabella. Esa muerte afectó al príncipe hasta el punto de impulsarle a tomar la cruz y

trasladarse a Tierra Santa, donde resultó herido en un enfrentamiento con los infieles, cayó

prisionero y fue dado por muerto. Cuando estas nuevas llegaron a oídos de Manfredo, sobornó a los

custodios de Isabella para que se la entregaran como esposa de su hijo Conrado: con esta alianza se

proponía unir los derechos de ambas casas. Al morir Conrado, fue aquel plan lo que le indujo tan

súbitamente a querer desposar él mismo a Isabella. Y por la misma razón decidió ahora esforzarse en

obtener el consentimiento de Federico para esa boda. También le inspiró la idea de invitar al

campeón de Federico a su castillo antes de que fuera informado de la huida de Isabella. Por eso

prohibió terminantemente a los criados mencionarla ante ningún miembro del séquito del caballero.

—Heraldo —dijo Manfredo tras estas reflexiones—, regresa junto a tu amo y dile que antes de

dirimir nuestras diferencias con la espada, Manfredo quisiera mantener una conversación con él. Dile

que será bienvenido a mi castillo donde, por mi fe de caballero, tendrá una cortés acogida, y plena

seguridad para él y su séquito. Si no podemos arreglar nuestras diferencias por medios amistosos,

juro que podrá partir con plena garantía. Entonces nos daremos satisfacción de acuerdo con la ley de

las armas. ¡Pongo por testigos de ello a Dios y a la Santísima Trinidad!

El heraldo hizo tres reverencias y se retiró.

Durante esta entrevista, la mente de Jerónimo estuvo agitada por mil pasiones encontradas. Temía

por la vida de su hijo, y su primera idea fue convencer a Isabella de que regresara al castillo. Pero no

menos alarmado se sentía al pensar en la unión de aquélla con Manfredo. Temía la ilimitada sumisión

de Hippolita a la voluntad de su señor, aunque no dudaba de poder invocar su piedad para que no

consintiera en el divorcio, si lograba acercarse a ella. Pero si Manfredo descubría que el obstáculo

provenía de él, podía resultar igualmente fatal para Teodoro. Estaba impaciente por saber de dónde

provenía el heraldo, que con tanta franqueza había impugnado el título de Manfredo, pero no se

atrevía a ausentarse del convento, pues Isabella podía huir, y esa fuga serle imputada a él. Regresó

desconsolado al monasterio, indeciso sobre qué hacer. Un monje con el que se encontró en el porche

y observó su expresión melancólica le preguntó:

El Castillo De OtrantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora