Parte 33 Capitulo Cuatro

72 6 0
                                    

Entonces la princesa reveló a Hippolita su mutua inclinación por Teodoro, y el propósito de

Isabella de renunciar a él en favor de Matilda. Hippolita las recriminó por su imprudencia, y les

manifestó la improbabilidad de que sus respectivos padres consintieran en dar en matrimonio a sus

herederas a un hombre tan pobre, aunque de noble nacimiento. La tranquilizó en alguna medida saber

que su pasión era reciente, y que Teodoro tenía escasos motivos para sospechar su existencia. Les

ordenó que evitaran todo trato con él, lo que Matilda prometió fervientemente. Pero Isabella,

empeñada en contribuir a la unión del joven con su amiga, no pudo hacerse a la idea de eludirlo, de

modo que no contestó.

—Iré al convento —dijo Hippolita— y encargaré más misas para librarnos de estas calamidades.

—¡Oh, madre mía! —se lamentó Matilda—. Os proponéis abandonarnos, vais a acogeros a

sagrado y a dar a mi padre la oportunidad de persistir en su fatal intento. ¡Oh, de rodillas os suplico

que desistáis! ¿Vais a dejarme a merced de Federico? Os seguiré al convento.

—Tranquilízate, hija mía. Regresaré al instante. Nunca te abandonaré, a menos que me conste que

es voluntad del cielo, y por tu bien.

—No me engañéis. No me casaré con Federico salvo que vos me lo mandéis. ¡Oh, qué será de mí!

—¿A qué vienen esos lamentos? Te he prometido regresar.

—¡Oh, madre mía! Quedaos y protegedme de mí misma. Un enfado vuestro puede hacer más que

toda la severidad de mi padre. Yo he entregado mi corazón y sólo vos podéis hacer que lo recobre.

—Basta —dijo Hippolita—. No debes reincidir, Matilda.

—Yo puedo renunciar a Teodoro, pero ¿debo casarme con otro? Dejadme seguiros al convento y

apartarme para siempre del mundo.

—Tu destino depende de tu padre —le recordó Hippolita—. De nada habrá servido la ternura que

he derramado sobre ti si reverencias a alguien más que a él. ¡Adiós, hija mía! Voy a rezar por ti.

El propósito real de Hippolita era preguntar a Jerónimo si, en conciencia, ella podía negarse al

divorcio. A menudo había pedido a Manfredo que abdicara del principado, que constituía una carga

excesiva para su delicada conciencia.

Estos escrúpulos contribuían a que la separación de su marido le pareciera menos dolorosa que

en otras circunstancias.

Cuando Jerónimo abandonó el castillo la noche anterior, preguntó en tono severo a Teodoro por

qué le había acusado ante Manfredo de haber sido cómplice de su huida. Teodoro manifestó que su

propósito era alejar las sospechas de Manfredo sobre Matilda. Y añadió que la santidad de Jerónimo

y su condición le ponían a cubierto de la ira del tirano. Jerónimo se sintió muy inquieto al descubrir

la inclinación de su hijo por aquella princesa. Dejándole descansar, le prometió que por la mañana le

pondría al corriente de las graves razones que le imponían renunciar a su pasión. Teodoro, lo mismo

El Castillo De OtrantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora