Entonces la princesa reveló a Hippolita su mutua inclinación por Teodoro, y el propósito de
Isabella de renunciar a él en favor de Matilda. Hippolita las recriminó por su imprudencia, y les
manifestó la improbabilidad de que sus respectivos padres consintieran en dar en matrimonio a sus
herederas a un hombre tan pobre, aunque de noble nacimiento. La tranquilizó en alguna medida saber
que su pasión era reciente, y que Teodoro tenía escasos motivos para sospechar su existencia. Les
ordenó que evitaran todo trato con él, lo que Matilda prometió fervientemente. Pero Isabella,
empeñada en contribuir a la unión del joven con su amiga, no pudo hacerse a la idea de eludirlo, de
modo que no contestó.
—Iré al convento —dijo Hippolita— y encargaré más misas para librarnos de estas calamidades.
—¡Oh, madre mía! —se lamentó Matilda—. Os proponéis abandonarnos, vais a acogeros a
sagrado y a dar a mi padre la oportunidad de persistir en su fatal intento. ¡Oh, de rodillas os suplico
que desistáis! ¿Vais a dejarme a merced de Federico? Os seguiré al convento.
—Tranquilízate, hija mía. Regresaré al instante. Nunca te abandonaré, a menos que me conste que
es voluntad del cielo, y por tu bien.
—No me engañéis. No me casaré con Federico salvo que vos me lo mandéis. ¡Oh, qué será de mí!
—¿A qué vienen esos lamentos? Te he prometido regresar.
—¡Oh, madre mía! Quedaos y protegedme de mí misma. Un enfado vuestro puede hacer más que
toda la severidad de mi padre. Yo he entregado mi corazón y sólo vos podéis hacer que lo recobre.
—Basta —dijo Hippolita—. No debes reincidir, Matilda.
—Yo puedo renunciar a Teodoro, pero ¿debo casarme con otro? Dejadme seguiros al convento y
apartarme para siempre del mundo.
—Tu destino depende de tu padre —le recordó Hippolita—. De nada habrá servido la ternura que
he derramado sobre ti si reverencias a alguien más que a él. ¡Adiós, hija mía! Voy a rezar por ti.
El propósito real de Hippolita era preguntar a Jerónimo si, en conciencia, ella podía negarse al
divorcio. A menudo había pedido a Manfredo que abdicara del principado, que constituía una carga
excesiva para su delicada conciencia.
Estos escrúpulos contribuían a que la separación de su marido le pareciera menos dolorosa que
en otras circunstancias.
Cuando Jerónimo abandonó el castillo la noche anterior, preguntó en tono severo a Teodoro por
qué le había acusado ante Manfredo de haber sido cómplice de su huida. Teodoro manifestó que su
propósito era alejar las sospechas de Manfredo sobre Matilda. Y añadió que la santidad de Jerónimo
y su condición le ponían a cubierto de la ira del tirano. Jerónimo se sintió muy inquieto al descubrir
la inclinación de su hijo por aquella princesa. Dejándole descansar, le prometió que por la mañana le
pondría al corriente de las graves razones que le imponían renunciar a su pasión. Teodoro, lo mismo