Parte 2 Capitulo Uno

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Los esponsales se fijaron para el día del cumpleaños del joven Conrado. La concurrencia se reunió en la capilla del castillo y todo estaba listo para comenzar el oficio divino, cuando se advirtió la ausencia de Conrado. Manfredo, impaciente ante el mínimo retraso y no habiendo observado que su hijo se retirase, envió a uno de sus criados para que llamara al joven príncipe.

El sirviente, sin tiempo siquiera para haber cruzado el patio que le separaba de los aposentos de Conrado, regresó corriendo, sin aliento, frenético, con los ojos desorbitados y echando espuma por la boca. No decía nada, pero señalaba el patio. Los presentes quedaron abrumados por el terror y la extrañeza. La princesa Hippolita, ignorante de lo que sucedía, pero ansiosa por su hijo, se desmayó. Manfredo, menos aprensivo que furioso por el retraso de la boda y por la estupidez de su doméstico, preguntó imperiosamente qué ocurría. El criado no respondió, pero continuó señalando hacia el patio. Finalmente, después de que se le dirigieran repetidas preguntas, exclamó:

-¡Oh, el yelmo! ¡El yelmo!

Mientras tanto, algunos concurrentes habían corrido al patio, desde donde se oía un confuso griterío que revelaba horror y sorpresa. Manfredo, que empezaba a alarmarse al no ver a su hijo, acudió en persona a informarse de la causa de tan extraño revuelo. Matilda no se ausentó, esforzándose en ayudar a su madre, e Isabella se quedó con el mismo propósito, y también para evitar mostrar impaciencia por el contrayente, hacia el cual, en verdad, sentía escaso afecto.

Lo primero que saltó a la vista de Manfredo fue un grupo de sirvientes tratando de levantar algo que le pareció un montón de plumas negras. Miró sin dar crédito a sus ojos.

-¿Qué estáis haciendo? -exclamó Manfredo airadamente-. ¿Dónde está mi hijo?

-¡Oh, señor! -replicó un torrente de voces-. ¡El príncipe! ¡El príncipe! ¡El yelmo! ¡El yelmo!

Impresionado por estos lamentos y temiendo no sabía qué, avanzó apresuradamente. Mas ¡qué visión para los ojos de un padre! Contempló a su hijo despedazado y casi sepultado bajo un enorme yelmo, cien veces mayor que cualquiera hecho para un ser humano, y ensombrecido por una cantidad proporcional de plumas negras.


El Castillo De OtrantoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora