X. El Monasterio

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El mago se sentó en una fría y dura roca que emergía del abrupto terreno, era prácticamente cuadrada y con una superficie plana, parecía tallada por un experto, si, sin duda aquella singular piedra era ideal para realizar un alto en el camino, sentarse y descansar.

Pero Wyam no se sentó para descansar, lo hizo para observar.

Ante el, a un centenar de varas, se extendían una brutal pared de piedra deforme, grandes rocas de diferentes tamaños surgían del interior de la tierra elevándose indefinidamente sobre el terreno, como un colosal y altísimo parapeto vertical. A simple vista, era un gran muro de granito con vetas esparcidas en su superficie, así como algunas grietas más profundas que se introducían en la roca como tortuosos pliegues.

Esto es lo que se mostraba ante los ojos de cualquier mortal, Wyam veía más allá. Se puso en pie y avanzó hacia el monstruoso macizo natural, a unas varas de altura, localizó una estría estrecha que se hundía en el muro, el mago se aferró a la piedra y como un escalador experimentado, subió utilizando solo sus pies y manos hasta llegar a la abertura, por la que se coló, lo que a cualquiera le hubiera resultado imposible a primera vista. Aquella cavidad, ascendía y se ensanchaba levemente hacia el oscuro interior.

Con pasos firmes caminó adentrándose en aquella gruta, la luz que se filtraba en la caverna se atenuó hasta desaparecer, entonces la vista del mago dejó de ser útil. Movió los labios ligeramente casi de forma inapreciable y su mirada atravesó la oscuridad con una visión nítida, veía de forma diferente, todo era apreciado de manera oscura pero perfectamente reflejado y perfilado. Algo llamó su atención, un contorno blanco se movía con rapidez, se ocultó rápidamente introduciéndose en un hueco de la rocosa pared. Era un simple lagarto de roca. Las formas vivas se mostraban ahora ante el en un color blanco brillante. Wyam sonrió, de pronto recordó quien le enseñó este hechizo, fue Kelj, en la ciudad subterránea de Takdin. Su sonrisa se hizo más amplia recordando a su amigo y maestro.

Un ruido leve, lo sacó de sus pensamientos, se quedó quieto e intentó captar de nuevo el tenue sonido, nada, silencio absoluto. Avanzó algunos pasos, el pasillo de piedra se estrechaba por momentos y debido a su tamaño, el mago a veces tenía que encogerse y agacharse para poder continuar. Después de un rato aquella cavidad terminaba sin más. Sólida pared cortaba el paso, no más huecos ni pasillos a los laterales, el mago palpó la fría y húmeda piedra por diferentes sitios apretando los dedos contra la roca, nada, consistente y firme.

La existencia del monasterio era desconocido para la mayoría de los hombres, para la mayoría de las criaturas, y aquellos que sabían de su existencia no habían estado en el. Wyam no sabía como entrar, pero era el general del cuarto y se dejaba llevar por sus sentidos, estos lo habían guiado, estaba seguro de estar haciendo lo correcto, no podía terminar sin más, debía de haber algo que se le escapaba. Allí, al final del estrecho corredor se sentó mirando la roca que impedía su marcha. Repasó invocaciones para abrir entradas, hechizos para ocultarlas, conjuros de visiones, ensalmos de bloqueos... nada encajaba de forma correcta. Se levantó y volvió a repasar palmo a palmo aquel sitio, las rocas, a diestra y siniestra, la piedra que impedía frontalmente su paso, el correoso suelo de granito, nada. Aturdido se volvió a sentar, algo, algo se le tenía que haber pasado por alto. De pronto levantó la mirada, al principio la oscuridad ocultaba el techo del pasadizo, luego su encantada visión le mostró el camino, un hueco del tamaño de un hombre se abría camino entre la roca viva, hacia arriba, hasta donde podía ver, era un túnel, totalmente vertical en permanente ascenso por paredes de piedra lisa, aquel agujero de forma redonda parecía pulido a conciencia, imposible subir por allí, totalmente impracticable para cualquier persona, incluso animal, a no ser que tuviera alas.

El general del cuarto miró durante un rato con curiosidad.

Volvió a mover los labios. Si en aquella oscuridad alguien lo hubiera visto, jamás lo hubiera olvidado, su cuerpo se tornó claro, rozando la transparencia, luego cogiendo un leve impulso se quedó pegado a la bóveda de piedra, y en un instante, como si fuera etéreo se introdujo en el hueco de roca y trepó por el como si formara parte de aquel sitio.

EL CUARTO MAGO. LIBRO II. Magos  oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora