XV. Cuatro casas, cuatro guerreros

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       Un gentío se agolpaba en la puerta de la cantina cuando Noath salió con el chico cargado sobre los hombros. Un murmullo de indignación creció en la multitud, pero nadie se movía. La muchedumbre se apartaba al paso del mago y las voces cercanas a el se quedaban mudas. Llegó hasta el abrevadero, dejó caer el cuerpo inerte del joven sobre un caballo sentándolo como si estuviera despierto, tocó la montura y al momento el muchacho se quedó rígido con la cabeza caída sobre los hombros, con los ojos cerrados, aquel hombre desató los corceles, montó y ante la indecisión común de todos cuantos los rodeaban, espoleó al animal emprendiendo la marcha, encabezaba Noath, le seguía fielmente el caballo montado por Athim, al que algunos ya llamaban el jinete dormido.

       Sin oposición ambos caballistas llegaron a las puertas de ciudad, un grupo de soldados armados hasta los dientes formaban una barrera impidiendo la salida.

      Noath ni siquiera hizo el amago de parar, continuó como si tal cosa. Los soldados alzaron las largas astas situando las puntas a la altura de la garganta de los corceles.

      La multitud estaba reunida expectante, si continuaba avanzando, ese hombre sería ensartado por aquel afilado acero, muchos esperaban la respuesta de aquel desconocido, seguramente sería un buen adversario, pero ante tantos soldados, su resistencia sería inútil.

      El mago movió una mano, cubriendo en forma de abanico la totalidad de la fila de guerreros. Aquellos que esperaban una buena batalla se quedaron sorprendidos, pues no hubo violencia ni sonidos de acero. Vieron como, a aquellos soldados se les desencajaba la cara, como si, hacia ellos viniera el más terrible de los adversarios. Vieron como soltaban las armas y despavoridos huían en todas direcciones, en su lugar quedaron los escudos, las lanzas y espadas que debían impedir la salida de aquel extraño forastero.

      Y así fue como ante la vista de todos, aquel hombre y el jinete dormido salieron de la ciudad sin que nadie los detuviera.

      Wonkal se despertó sobresaltado, Niela dio un respingo en su silla cuando a su vez se asustó por el efusivo despertar del mago.

      -Por todos los Dioses Wonkal, me tenías muy preocupado –Dijo la chica

      El mago miró extrañado a la muchacha, como intentando asimilar lo ocurrido.

      -¡Cuánto!, ¡Cuánto tiempo llevo inconsciente!

      -Dos lunas –Replicó Niela

      -¡Por todos los Dioses! ¡Thed! ¿¡Donde está Thed!?

      -Se fue, se fue tras Noath, me pidió que te disculpara, estaba como loco, decía que no podía esperar, los curanderos que te trataron no sabían lo que tenías ni cuanto tiempo estarías así, sumido en ese mundo de sueño.

      Wonkal empezó a recoger sus cosas.

      -¿Hace cuanto que se fue?

      -Ese mismo día, al anochecer, no pude hacer nada. –Dijo la chica sozollando.

      Entonces el mago se dio cuenta del estado de Niela, apenas había dormido, había estado todo el tiempo pendiente de el. Seguramente su corazón se había dividido entre ir con el chico y quedarse allí, a su lado, finalmente optó por estar al lado de Wonkal, al fin y al cabo, Thed se encontraba bien.

      Wonkal se acercó a la joven y la abrazó.

      -¡Lo siento! Lo siento mucho Niela, las cosas no salen como queremos.

      La chica se derrumbó y comenzó a llorar desconsoladamente.

      -No puedo perder tiempo, no espero que me entiendas.

EL CUARTO MAGO. LIBRO II. Magos  oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora