LII. SEGUNDA LINEA DE DEFENSA
Un nuevo amanecer era un hecho al que la mayoría no le daba importancia. Para los más sensatos, que no eran muchos, era otra oportunidad de sentir el calor del sol, de estar vivos.
Aquel río era pequeño, ya lo habían pasado más de cinco mil hombres y algunas bestias cuando la marcha se detuvo, de esta manera la temible legión de soldados quedó separada por un pequeño caudal de agua. Algunos árboles salpicaban el paisaje, a medida que la marcha avanzaba, la vegetación se volvía paulatinamente más densa.
Malyj era un soldado, como tantos, su comandante era Lyumt. Siempre había luchado junto a él. Siempre lucharía a su lado.
La orden de parada lo pilló atravesando el río. El agua corría por un cauce desigual, en la zona más ancha debía tener entre diecisiete y veinte varas, la parte más profunda no pasaba de cinco pies. Al igual que él, sus compañeros abrevaban caballos y agradecían el alto, llevaban toda la noche y parte del día anterior cabalgando. La gran mayoría aprovecharon para tomar un sustento, otros a pesar de la humedad del rocío de la mañana, se tumbaban al sol con los brazos abiertos. Malyj bostezó, se quitó parte de la armadura de cuero que lo cubría y estiró lo brazos hacia arriba. Luego observó un instante. Jamás pensó formar parte de un ejército tan descomunal. Todavía no se acostumbraba a tan distintos tipos de hombres, de bestias. Estaba aprendiendo el mecanismo de máquinas formidables, disponía de armas que ni siquiera conocía, pero había algo que aún no asimilaba. Le costaba mucho tener aliados como aquellos, cabalgar junto a mercenarios, asesinos y engendros a las que no hacía falta mirarlos, solo con sentirlos le ponían los pelos de punta. A pesar de la ferocidad de muchos de los individuos que componían tan peculiar ejército, todos parecían convivir en una extraña, una inusual armonía. A pesar de todo, Malyj sabía que si entraban en batalla, no pondría su vida en manos de ninguno de aquellos espantajos. En un combate, no hay duda que necesitas de tus compañeros para avanzar, para seguir adelante, estaba claro que aquellos soldados o lo que fueran solo se preocupaban de ellos mismos.
Lo habían destinado al sexto escuadrón de combate cuerpo a cuerpo. El y los suyos compartían marcha con aquellos implacables mercenarios de las altas montañas. Los llamaban los salvajes de las lagunas secas. Muchos de ellos estaban ya en la otra orilla. El más pequeño de aquellos salvajes era como el más grande de sus hombres. Tenían unos brazos larguísimos y el cuerpo tatuado de extrañas marcas sin sentido aparente, se rasuraban el pelo y se afilaban los dientes. Corría el rumor que se comían a sus víctimas. Malyj miró a un grupo de aquellos brutales guerreros que intentaban pescar en mitad del río. Uno de ellos cayó hacia atrás mientras los otros reían de manera escandalosa, a pesar de la transparencia del agua, a excepción de algunas zonas, la espuma de las pequeñas cascadas impedía ver el fondo poco profundo. Los salvajes siguieron con lo suyo sin prestar atención al compañero que quedó sumergido. Malyj siguió mirando, aquel tosco individuo, no salía del agua, le hubiera bastado ponerse en pie, pues el río apenas les cubría las piernas, pero no salía.
Ni siquiera aquellos hombres, o lo que fueran, podrían permanecer tanto tiempo sin respirar. Uno más, en su afán de atrapar algún pez, cayó de nuevo entre la hilaridad de los otros, uno más que, parecía haber caído en un pozo que nadie era capaz de ver.
Malyj miró por instinto hacia otra zona del cauce. Se dio cuenta, que de forma dispersa, ocurría lo mismo, los que caían en supuestos descuidos, no volvían a salir, sin embargo, nadie se percataba de lo que estaba ocurriendo, el resto, continuaban metidos en su ego, no ocurría nada fuera de lo común, las aguas poco profundas no podían albergar animales tan peligrosos. Entonces pasó.
Fue muy cerca de donde él estaba, apenas tocaba el agua con los pies. Aquellos ojos se clavaron en los suyos, aparecieron de pronto, confundidos con las aguas. ¡No era posible! Eran ojos humanos pero a la vez distintos, eran del color de la piedra, con matices verdes como si estuvieran salpicados de helechos y algas, por un momento Malyj pensó que el río estaba vivo y lo estaba mirando, asustado, marchó hacia atrás sobre sus propios pasos, muy despacio, en un trayecto corto que le pareció eterno, aquella mirada no se apartaba de la suya. A derecha e izquierda el lecho de aquel río se estaba tragando, sin que nadie lo notara, a todos aquellos que se aventuraron en sus aguas.
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EL CUARTO MAGO. LIBRO II. Magos oscuros
FantasiaLa historia de Athim, Thed, Wonkal, Noath... continúa.