Un color neutro, el que establece la diferencia entre el día y la noche comenzaba a tomar forma. Mimbyha estiró el cuello, llevaba cabalgando varias lunas pero apenas se había detenido, solo lo suficiente para abrevar su montura y tomar algún sustento. La tenue luz comenzó a mostrarse, un nuevo día aparecía ante ella.
A lo lejos, el valle de Noruim, antes que el sol enseñara su brillo al completo, estaría allí. Cabalgaba por inercia, pero sus pensamientos iban y venían. No era convocada desde que fue investida comandante Jyrith. Sabía que algo estaba ocurriendo, la violencia se había incrementado considerablemente, había mercenarios de muchos sitios distintos, incluso razas de distintas índoles se movían con descaro por doquier. Su viaje no había sido fácil, desde que partió, varios grupos habían intentado asaltarla, seguramente viendo en una mujer solitaria un botín sin dificultad. Los que sobrevivieron, probablemente jamás se acercarían de nuevo a alguien como ella.
Desconocía quien iría, que acontecería, el motivo por la que era llamada, pero eso era irrelevante. Noruim se acercaba, un cosquilleo de curiosidad corría ahora a través de su cuerpo.
Así fue, la brillante bola de fuego aún no completaba de mostrar su redonda forma, parcialmente oculta en el lejano horizonte cuando la Jyrith bajaba de su caballo, el animal agradecido por aquella reconfortante parada se fue hasta un abrevadero cercano, junto a una pequeña choza de piedra, todo situado en un claro, rodeado de escasos pero corpulentos árboles cuyas enormes y densas ramas cobijaban el lugar.
Aún no había nadie, el sitio de reunión estaba establecido en ese punto, empezaría con los primeros rayos lunares. No sabía cuántos habían sido llamados, por lo que decidió no preparar nada, probablemente, debido al carácter urgente de la reunión, esta sería breve. La mujer se sentó junto a las sobresalientes raíces de uno de los enormes árboles. Sacó de unas pequeñas alforjas algo de pan de teff y quínoa, algunos higos secos y una cuerda de leche de oveja. Saboreó cada uno de los bocados. Cuando terminó, sacó agua de un pozo poco profundo, también de piedra, era una mañana más bien fría, pero desnudó su cuerpo y usó el agua helada para asearse de forma calmada, diversas cicatrices corrían por su piel como cremalleras viejas y oxidadas por el tiempo. Mientras se vestía vio el polvo alzarse en la distancia. Alguien más se acercaba.
Cuando Duomin vio a la chica sonrió. No esperaba a nadie en particular, la mujer también sonrió, se conocían desde hace muchas lunas pero hacía tiempo que no se veían. Norym miró a la Jyrith, no parecía gran cosa, sin embargo su tatuaje delataba que estaba ante la presencia de un comandante, no cualquiera. Era un comandante de reino, aquella mujer si ostentaba ese cargo, era sin duda un rival muy peligroso.
Descabalgaron, la mujer se abalanzó sobre Duomin que la apretó en un caluroso abrazo. Norym observó a la chica, no podía creerlo, parecía tan frágil, estaba tan delgada que una ventisca no muy fuerte, la hubiera levantado del suelo. Sin embargo sabía que no podía fiarse de lo que veía, probablemente esa apariencia de niña era su mejor arma.
Entre palabras y risas el sol cubrió el cenit de su ascenso, improvisaron una pequeña hoguera en la que calentaron algunas viandas que traían los guerreros en sus abundantes pieles y siguieron charlaron animadamente, contando sus viajes, sus misiones, las anécdotas que quedan ancladas en el recuerdo.
Tantas cosas que decir tenían, que el tiempo les cerró la tarde y los apremió con la llegada de los últimos rayos de luz sin apenas darse cuenta.
Entonces Norym, le preguntó a la chica si sabía el motivo de aquel llamamiento, la joven se puso seria al igual que Duomin, que tan enfrascados estaban en el recuerdo que apenas habían pensado en el motivo de aquel encuentro.
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EL CUARTO MAGO. LIBRO II. Magos oscuros
FantasíaLa historia de Athim, Thed, Wonkal, Noath... continúa.