XLIX. Mercenarios

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Fue un impacto, como un golpe seco, los cuatro lo percibieron, pero la sensación araño con más fuerza a Wyam. Clarinum había sido derrotado.

                     Las palabras no eran necesarias, había que actuar, el general del cuarto conjuró el viaje y su forma etérea abandonó el gran guerrero Nat Aram.

                     Fue rápido, casi instantáneo, su esencia podía atravesar la materia sólida, ni hombres ni animales ni bosques ni rocas eran obstáculos en su avance, un instante después de haber salido del gran guerrero ocupaba el cuerpo que lunas atrás dejó inerte en la gruta. Había estado en la ciudad de los magos, en muchos sitios, pero en realidad, su cuerpo no se movió de allí. Era una facultad única, solo capaz de ser llevada a cabo por los generales del cuarto. Pero esta vez, necesitaba volver a ser de carne.

                   Abrió los ojos. "El viaje" fue corto, muy corto, el traslado lo dejó extenuado, sin embargo no podía permitirse descansar. Se levantó, alzó ambos brazos y concentró sus pensamientos, pronunció un conjuro que ningún otro mago a excepción de Unot conocía. Sintió como se rompía en miles de pequeños fragmentos y cada uno de ellos se dividía y multiplicaba en otros muchos más pequeños. Entonces el dolor mitigó. Cuando pudo reaccionar lo vio, tan claro como si alzara una mano delante de sus ojos, el conjuro le mostró muchos sitios, muchos magos, todos al mismo tiempo, pero solo le interesaba uno y lo vio. ¡Wonkal! Estaba inerte en un lugar apartado. Yacía en el suelo.

                Cuando un guerrero de las casas cae, la esencia del mago que lo habita puede morir, como consecuencia, el habitáculo que la contiene muere. Pero hay una posibilidad entre muchas. Si un guerrero sagrado es derrotado y el mago que lo mora es lo suficientemente poderoso, su esencia vuelve a su cuerpo de piel. Wyam imploraba, conocía a Wonkal desde hacía muchas, muchas lunas, y la idea de su muerte era dolorosa.

                Ya sabía dónde estaba. Quedaba un último esfuerzo, era la peor parte, la más intensa. A Wyam ni siquiera le hacía falta pronunciar un conjuro, la magia le respondía solo con asumir el símbolo de poder que ponía en sus pensamientos. Eso hizo, un trazado insólito se dibujó en su cabeza, parecía un garabato, algo arcaico, de formas incongruentes pero definidas. Entonces sintió el dolor, una agonía insoportable para cualquier mortal sobre la tierra, como el breve resplandor del relámpago, desapareció.

                El cielo tronó ronco cuando se materializó en aquel prado, sudaba, quedó de pie, abrió los ojos y allí estaba Wonkal, al avanzar cayó al suelo agotado, en un tiempo muy breve había realizado proezas que solo un Dios puede llevar a cabo, estaba consumido, sin atender su propio estado se acercó hasta el mago, lo examinó con detenimiento y respiró hondo. Lo había logrado, su esencia había buscado su cuerpo, ¡Estaba vivo!

                "Un último esfuerzo" "El último" Se decía así mismo Wyam. Utilizó sus manos, con las que agarró la cabeza del mago, un moderado color escarlata pálido cubrió el cuerpo inerte de Wonkal y, como la alegría acude rauda a la cara de un niño, la vitalidad acudió hasta el mago. Abrió los ojos sobresaltado, agitando los brazos. Durante un instante miró sin entender, después recordó la forma súbita en la que fue arrancado del cuerpo sagrado del guerrero de las casas. Cada una de la lunas transcurridas así como el paso del tiempo, le habían enseñado a aprender de lo inesperado, a estar prevenido, inconscientemente guardo la fuerza necesaria para sobrevivir. Miró al general, los ojos de Wyam le devolvían reflejada una paz infinita, la satisfacción de haber logrado traerlo de vuelta al estado de la conciencia.

EL CUARTO MAGO. LIBRO II. Magos  oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora