XXXVI. Buscando una cura

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XXXVI.

      Athim acudió veloz hasta su amigo que apenas levantaba la cabeza del suelo, intentó incorporarlo con mucho cuidado.

      -Despacio, me duele mucho –Dijo Thed hablando con esfuerzo.

      Wyam acudió presto hasta los chicos. Apartó ligeramente a Athim e invocó un hechizo de sanación. Una vez mas el mago pudo comprobar que no funcionaba, las heridas provocadas por el Naggum eran inmunes a su magia.

      -Agua –Hablo despacio Thed. Dejaron que el chico bebiera agua, apenas se mojó los labios, el lado donde tenía el desgarro estaba prácticamente paralizado, no movía ni el brazo ni las piernas.

      -Frío, hace mucho frío. –Volvió a decir el chico con muecas de dolor en la cara.

     -Tenemos que hacer algo, no se puede quedar aquí, en medio de la nada –Replicó Athim.

     -Hay unas grutas no muy lejos, protegida de miradas indiscretas, ocultas a los ojos de los hombres y de las bestias. No está lejos, podrá descansar. El único problema es llevarlo hasta allí en su estado. Dijo la sombra también entre muecas de dolor.

      El mago se levantó y se acercó hasta la criatura, esta retrocedió asustada, pero cuando Wyam hizo aquella señal Ukmfinok sintió un alivio inmediato en sus doloridos brazos, notó como sus huesos machacados se restauraban, no fue instantáneo.

     La sombra se puso de pie aliviada.

     -Gracias, gracias, no lo olvidaré. –Se limitó a decir mientras hacía una especie de reverencia.

     - Del traslado y el viaje me encargo yo. –Contestó Wyam

     -¡Llévanos hasta ese lugar! –Matizó Athim que no soltaba a su amigo.

      Así fue, el mago utilizó su don para transportar al chico.

     Thed se dirigió a Wyam:

      -Recuérdame, cuanto tenga que viajar te llamaré. Dijo el joven con una sonrisa agria en sus labios.

      -Ni siquiera en estas condiciones, para de hablar –Respondió Athim- estate en silencio, no debes desperdiciar ni un ápice de tu fuerza.

      La sombra iba a la cabeza del reducido grupo, cuando se volvía veía algo imposible, un chico flotaba en el aire como si no pesara, se desplazaba sin que nadie lo tocara, se detenía cuando el mago lo hacía y volvía a deslizarse cuando avanzaban.

      Como la criatura dijo, llegaron a la caverna oculta entre un macizo natural de rocas, efectivamente, hubiera sido imposible trasladarlo allí de cualquier otra forma, los desniveles abruptos y las deformes rocas junto a los pasos estrechos y en algunos puntos demasiado bajos no hubieran permitido trasladar una camilla, mucho menos a una persona en brazos de otra. Thed pasaba por allí sin rozar siquiera con las esquirlas de dura piedra, era guiado por una sublime magia de traslación totalmente hipnótica para ojos ajenos.

      Llegaron al lugar indicado, era una gruta natural de tamaño medio, no tenía nada de especial pero era lo suficientemente amplia para albergar cinco o seis personas cómodamente. Sucedió algo inusual, Ukmfinok comenzó a dar órdenes, todas coherentes, la forma de fabricar un camastro con ramas y hojas, la utilización de determinadas bayas gigantes como cuencos o recipientes, la recogida de agua... Wyam le hizo un gesto afirmativo con la cabeza a Athim. En poco más de un punto de sol aquel hueco de piedra parecía incluso confortable. Thed estaba tumbado en un lugar cómodo y seco, al poco de iniciar la marcha se quedó dormido y aún seguía así.

EL CUARTO MAGO. LIBRO II. Magos  oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora