XVIII. Tormenta de Flechas

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      Grandes columnas de humo alteradas por el viento quedaban atrás. Población y poblado había sido literalmente arrasado. Aquellos hombres venían de los lejanos bosques de Narhiunom, un ejército de nativos educados desde pequeños para el combate, debían ser de algo más de mil soldados.

      Desvastaban todo a su paso, abrían caminos a la fuerza, no creían en ley ni justicia de ningún reino, solo respetaban a sus superiores, no conocían piedad alguna.

      El júbilo de la victoria, la euforia del combate aún se manifestaba en aquellos salvajes. El botín había sido pobre en oro, pero las provisiones robadas eran buenas y abundantes.

      Sus atuendos eran rudimentarios, aquellos hombres no estaban uniformados, pero estaban estructurados y organizados perfectamente, cada uno sabía cual era su función y a que estaba destinado. Al igual que lo entrenaban para ser despiadados, lo entrenaban para obedecer órdenes. Sabían bien quienes eran sus comandantes. Aquella tribu, no disponía de insignias, aquel que poseía algún tipo de mando, era conocido por el resto mediante un primitivo procedimiento de marcas de la cara.

      Entre sus filas había lanceros, arqueros, especialistas en el combate cuerpo a cuerpo, guías, ingenieros, porteadores...

      Todas las tierras estaban siendo saqueadas por hombres rudos y salvajes que procedían de distintos lugares. Este ejército era de los más grandes que acudían a la llamada de la fortaleza, de forma general eran pequeños grupos pues su carácter, así como su violencia no le permitía unirse a otros de su calaña.

      Hasta ahora lo que le habían ofrecido se estaba cumpliendo, botines de toda índole, saqueos, sangrientos combates... Pero aún podrían conseguir mucho más. Aquel extraño personaje que los visitó les prometió grandes extensiones de tierra, poder sobre reinos enteros, el dominio de enormes ejércitos.

      Un jinete se acercó al grupo que encabezaba la marcha, habló intentando alzar la voz por encima de los vítores y voces a su espalda.

      -Ninguno de los guías ha regresado aún. Los puntos de sol de retorno han pasado hace un rato. - Dijo en hombre visiblemente alterado.

      Cuatro guías o exploradores encabezaban la vanguardia de aquellos hombres, era una avanzadilla que exploraba el terreno de forma minuciosa y cada cierto intervalo de tiempo volvían de dos en dos de forma alternativa para informar sobre las posibles eventualidades que pudieran encontrar. Informaban de caminos cortados, de soldados o patrullas de los reinos, de poblados o aldeas en el camino, en general de todo cuanto pudiera alterar la marcha hasta la montaña de los brujos.

      Los seis hombres que encabezaban la comitiva miraron a uno de ellos. Sus rostro era prácticamente cuadrado, sus ojos de una viveza extraordinaria, pero lo que destacaba en él, eran las marcas de su cara, una estrella negra de cinco puntas abarcaba su mejilla izquierda mientras que en la derecha una fila de cinco gruesos puntos le salía desde la sien, cruzaba la cara y le llegaba hasta la comisura de los labios.

      -¿Esto ha pasado alguna otra vez? –Preguntó

      -¡No! Comandante, nunca antes había ocurrido. - El informador contestó raudo.

      De forma repentina, el vocerío quedó mudo.

      El grupo al mando de forma instintiva miró al frente. De aquello que ahora estaban viendo, nadie los informó, aquel hombre dijo que sería un juego de niños.

      Los mercenarios se detuvieron sin necesidad de ninguna orden.

      Enfrente de ellos, a cuatro o cinco varines, una horda de hombres invadía el horizonte, jamás habían visto nada igual. Los batallones se extendían a diestro y siniestro, constituían agrupaciones de miles de soldados uniformados y preparados para la guerra. La extensión de soldados era tal, que era imposible apreciar donde terminaba el final de aquellas filas que formaban tales batallones.

      Los salvajes de Narhiunom repuestos de la primera impresión comenzaron a murmurar entre ellos.

      El comandante de la estrella en la cara miró hacia atrás, él, pensaba que dirigía un ejército considerable, pero, comparado con lo que tenía delante era simplemente ridículo.

      Hasta el momento había sido todo demasiado fácil, nadie podía resistir la ferocidad del ataque de sus hombres, cogían todo cuanto querían, asesinaban sin piedad ni consideración, eran libres y morirían siendo libres.

      Entonces Aquel salvaje gritó, sus hombres, gritaron apoyando aquello que iba a ser. Espoleó con fuerza su caballo, desenvainó la espada alzando el brazo en señal de ataque y se abalanzó hacia delante seguido por los alaridos encolerizados de su milicia.

      Desde la distancia Iluymt observó el avance de aquellos salvajes.

      -No esperaban este recibimiento –Dijo Tenuk.

      -No, no lo esperaban. Es el mayor ejército que nos hemos encontrado hasta ahora. –Contestó Iluymt.

     -Si, pero la suma continuada de pocos hombres da un gran resultado. –Matizó a su vez Tenuk.

      -Hasta ahora hemos reducido a todos los que hemos encontrado, los que quedan e intentan llegar tendran la misma suerte. –Dijo Iluymt mientras observaba de forma calmada el avance de los salvajes.

      -Lo que no sabemos, es lo que nos encontraremos allí –Volvió a decir Tenuk.

      -Es una fortaleza, muy grande, pero una fortaleza, por muchos mercenarios que aloje, ¿Crees que serán más numerosos que nosotros? –pronunció el general de los tres reinos mientras abarcaba con la vista la enorme extensión de hombres bajo su mando. La alianza del concilio de los Reinos,  miles y miles de soldados.

      Tenuk sonrió.

      Los salvajes avanzaban galopando con celeridad, sus gritos se percibían cada vez con mayor claridad, sin embargo los atacados no respondían, nadie se movía de su sitio.

     Trescientas varas, doscientas, un centenar de varas para el contacto...

      Con calma Iluymt se adelantó unos pasos y alzó una mano.

      Al instante, las dos primeras filas de soldados avanzaron unos pasos y clavaron una rodilla en el suelo seguidamente como si de una maquina perfectamente engrasara se tratara, al unísono, las seis filas de atrás se movieron distanciándose unos pasos entre ellas. Eran seis líneas horizontales tan anchas que se perdían a un lado y otro del paisaje.

      El general cerró las manos y los arqueros tensaron los arcos.

      Los salvajes estaban a noventa varas, ganaban terreno, menos de ochenta, setenta, sesenta...

      Iluymt desde su montura bajó el brazo. La tormenta de flechas ocultaban el sol por donde pasaban, como un puntiagudo manto oscuro cayeron sobre el millar de hombres, si hubiera habido una flecha para cada uno, tal vez la mitad se habrían salvado, pero las saetas se contaban por miles. El avance de aquellos hombres quedó frenado de inmediato, los  caballos cayeron ensartados al igual que sus jinetes, muy pocos jinetes lograron esquivar los dardos y muchos otros fueron aplastados por sus compañeros en su caída.

      Tal vez menos de un centenar logró seguir avanzando, muchos de ellos, si hubieran tenido que combatir, no hubieran podido, continuaban en su montura pero las flechas se clavaban en sus piernas, hombros o pecho.

      Esta vez fue Tenuk quien dio la orden.

      Una nueva nube de muerte buscó a los jinetes que seguían avanzando, cuando los últimos dardos tocaron el suelo, nadie seguía con vida, un millar de hombres cayeron muertos sin ni siquiera haber entrado en combate.



EL CUARTO MAGO. LIBRO II. Magos  oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora