LIV. EL COLOR DE LOS OJOS.
Fue rápido. Noath vio la luz casi al instante. A Fengart le sorprendió salir de la antecámara de esa manera, él siempre había necesitado un buen rato para llegar hasta la bóveda.
Tkinum aún no estaba recuperado de la aparición del protector de las sombras.
Noath arrebató los tratados que Fengart llevaba en las manos. Fue a responder, pero recordó lo que aquel mago podía hacer. A aquello le siguió un silencio sepulcral. El protector de las sombrar ojeó ambos libros con cuidado, se tomó su tiempo y después los lanzó al suelo.
-¡Quédatelos! -Dijo- Es una ofrenda, ¡No a ti!
-...A Mundinoth.
-En esos libros no hay nada que me pueda servir. Vuestra vida, los dos, se la debéis a él. Incluso después de muerto os está salvando la vida, no solo antes, también lo está haciendo ahora.
-Si os vuelvo a ver, os mataré.
Y se disolvió como ligera neblina calentada por el sol.
Los brujos quedaron quietos, callados. Fengart miró los libros que tanto le habían costado y recordó las sabias palabras de su mentor. "Ningún poder o fuerza tiene sentido si no vives para usarlo". Y entonces el gran comandante en jefe de los Jyrits, lloró.
Noath se acercó a un gran árbol, estaba a punto de anochecer, abrió su chaqueta a la altura del pecho y sacó un pergamino azulado del tamaño de una mano abierta. Estaba enrollado con cuidado. Lo desdobló, era un conjuro, solo se apreciaban símbolos, que no podían ser leídos por ninguna criatura viva, ni siquiera por ninguna muerta, pero Noath estuvo en A'lkium y allí aprendió.
Los garabatos se desprendieron de la piel, se impregnaron en sus ojos y la fuerza del conjuro sacudió su cuerpo y cayó al suelo por la presión de la oscuridad contenida en los símbolos y sintió correr por su cuerpo la fuerza de un poder superior, hasta ahora desconocido.
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Wyam y Wonkal escuchaba con atención a Lsat. Los soldados habían abandonado los reinos, solo pequeños ejércitos resguardaban las fortalezas de los Reyes. En los tiempos que corrían solo la unión de las personas en grandes grupos sobrevivían en la intemperie. Los bandidos aprovechaban la falta de milicia para asaltar al caminante, incluso para entrar en pequeños poblados y desvalijar y matar a su antojo.
El general del cuarto escuchó durante un rato. Todo y cuanto le decía Lsat era cierto y lo sabía.
-¿Cuál es vuestro cometido?- Preguntó Wonkal.
-Estoy haciendo lo que le prometí en su momento a Wyam. Ser mejor persona, esta situación y algunas circunstancias me han puesto al mando de este grupo de hombres, hacemos lo posible por restaurar el orden, perseguimos a los ladrones y asesinos, buscamos armonía dentro del reinante caos.
-Sin embargo tus hombres nos han asaltado, incluso querían acabar conmigo -Siguió diciendo el mago.
-¡Es cierto! Y por ello te pido perdón. Es muy difícil establecer un orden en una muchedumbre como esta. Si observáis durante un rato, veréis que estamos formados por muchas personas que provienen de orígenes distintos, en su mayoría son campesinos o comerciantes, que nunca han cogido armas, gentes que no tienen disciplina militar. Esos tal vez sean los más fáciles de controlar. Por otro lado hay algunos mercenarios, que tal vez por el hecho de serlo, por saber manejar armas o haber combatido otras veces, se creen mejor que los demás. Como digo, eso es muy difícil de controlar. El hombre que intentó acabar contigo y aquellos que le ayudaron serán expulsados del grupo.
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EL CUARTO MAGO. LIBRO II. Magos oscuros
FantasyLa historia de Athim, Thed, Wonkal, Noath... continúa.