XX. Pequeñas criaturas

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           No había sido difícil seguir las huellas de los caballos. En estos días atrás el aprendizaje fue un compañero constante en su viaje. A día de hoy, los detalles que a cualquiera se le hubieran escapado, él, los veía con claridad. Thed, se sorprendía de la capacidad que tenía para seguir un rastro, para localizar un indicio que lo pusiera sobre el buen camino.

          Y allí estaba, rodeado de oscuridad, llevaba un rato parado, observando, Había oído el sonido de algunas voces más adelante. Descabalgó con mucho cuidado y se acercó con sigilo. Aquella luz lo sorprendió, salió de la nada, y pudo ver lo que allí acontecía.

           El corazón le dio un vuelco. Su amigo Athim estaba justo delante de el, a muy pocos codos, Noath se encontraba de pie en mitad del camino y entonces apareció aquel ser de pesadilla seguido de los otros dos, tras el enfrentamiento previo todo volvió a quedar en tinieblas, pero el mago y el que parecía el jefe de aquellas terroríficas criaturas ya no estaban. Aquellos dos diablos que aún quedaban allí, estaban atrapados, emitían un sonido escalofriante y sus sombras, recortadas por la oscura noche, intentaban sin éxito librarse de la trampa o hechizo que los mantenía sujetos. Su amigo Athim seguía subido en el corcel, al igual que él, observando la oscuridad. Thed no entendía bien porqué. El chico no se atrevía a moverse.

          Supo que tenía que tomar una decisión, por mucho miedo que en ese momento sintiera, su amigo estaba allí, debía intentar lo que fuera, si no lo hacía, no se lo perdonaría en la vida. Se acercó con mucha cautela al corcel, aquellas criaturas parecían atadas en el mismo lugar, sus movimientos eran cada vez más agresivos, cuando hablaban parecían rugir como fieras de otro mundo. El joven paró en varias ocasiones prácticamente congelado por el miedo. Por fin llegó hasta la grupa del animal, se llevó un dedo a la boca pidiendo silencio, Athim se sorprendió al verlo, su rostro se animó considerablemente.

          -¡Vamos! Baja, nos vamos de aquí. –Dijo Thed casi en un susurro.

          - No puedo. –Replicó Athim- estoy inmovilizado por un hechizo.

         -¡He dicho que bajes! –Thed tiró del brazo izquierdo de su amigo y este, se precipitó sobre el chico por la fuerza del tirón, ambos jovenes por la inercia acabaron en el suelo. El ruido del golpe llamó la atención de los Naggum. Los dos se revolvieron como serpientes, como mortíferas Votk. Uno de ellos intentó saltar hasta los chicos, pero aquello que fuese lo tenía bien sujeto, no pudo moverse, esto aumentó la rabia de aquella criatura, su rostro y maldiciones petrificaron a los chicos que desde el suelo miraban la maldad de aquel ser horrorizados.

           Fue Thed quien tomó la iniciativa, se levantó rápidamente ayudando a su amigo a ponerse en pie.

           Athim parecía hipnotizado, no podía dejar de mirar aquel terrible rostro que parecía llamarlo.

           -¡No lo mires! ¡Athim! ¡Mírame! ¡Mírame a mí!

           Thed cogió la cabeza de su amigo entre las manos y lo forzó a apartar la mirada de aquellos ojos que, como pozos sin fondo arrastraban a su interior todo cuanto miraban.

           Athim en ese momento pareció despertar de un sueño, cerró los ojos y movió levemente el cuello, volvió a la realidad de inmediato. Una vez más Thed, actuando de nuevo con determinación, tiró de su amigo y lo arrastró hasta el caballo unas varas más atrás.

           Montaron con ligereza, emprendiendo el galope dejando atrás los guturales sonidos de ira de aquellos monstruos, ninguno miró atrás, solo querían escapar, salir de aquella oscuridad que los atenazaba. Cabalgaron y cabalgaron pero aquellos murmullos disonantes y desagradables no desaparecían, de pronto, la noche quedo sumida en el silencio.

EL CUARTO MAGO. LIBRO II. Magos  oscurosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora