Prólogo

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Instintivamente, abro los ojos e intento reintegrarme a la normalidad, sin embargo, al examinar mis alrededores, me doy cuenta de que no tengo la más mínima idea de dónde me encuentro. A posteriori, a pasos más lentos que rápidos, recuperé mi nulo sentido de la orientación. Estoy en un lugar completamente blanco y no sé qué hago aquí...

Me puse de pié, con bastante torpeza, y, cómo no, me tambaleé al poner todo en perspectiva. La blancura se extendía más allá de lo que parecía. Al principio pensé que era una habitación pequeña, pero esto luce más grande, como el gimnasio de una escuela. No había sombras, no había signos de muros que marcaran un límite. Me encontraba en el medio de la nada... la blanca nada.

Comencé a caminar con la incertidumbre carcomiéndome por dentro. De vez en vez, volteaba a todos lados con actitud de señora loca de los gatos, y rogaba a las estrellas que, por favor, sucediera algo o apareciera alguien para no dejarme tan sólo como me siento ahora.

— ¿Alex?— Me pregunta una voz muy familiar —Cariño ¿Qué haces aquí?

— ¡DESFIBRILADOR!

— ¿Mamá? ¿Eres tú?— Pregunto mientras entrecierro los ojos porque este lugar está iluminado en serio.

—Corazón ¿Por qué estás aquí?— Me pregunta ella.

—Yo... eh. No lo sé...— Fruncí un poco más el ceño, preguntándome de dónde demonios salía tanta luz... —Estaba en la sala de la casa, acordándome de ti y de mi tía y... entonces desperté aquí...— me tomé un segundo para admirar a mi madre —No... no has cambiado nada...

—Por favor, Alex. No te vayas.

—No puedes estar aquí, mi vida. No puedes— dice ella.

Le miro con duda, lo único que puedo hacer es mirarle, apreciar sus ojos azules, su cabello negro y su vestimenta íntegramente blanca. — ¿Por qué no? ¡Yo quiero estar aquí!

Ella me mira impasible y yo me quedo completamente quieto. Asustado. De verdad, no quiero irme. —Aún no cumples tu propósito ahí abajo.

Ahí abajo... eso quiere decir que estoy arriba... ¿Estoy en el cielo? ¡Genial! ¡No estoy en el infierno! Ella se acerca a mí, levanta su mano derecha y la pone en mi corazón. (O donde se supone que debería estar mi corazón)

—Te quiero.

Entonces me empuja y yo comienzo a caer, caer y caer. Por alguna razón no grito al caer, cosa que debería de hacer porque siempre grito cuando caigo o cuando algo peligroso está por sucederme...

—Vale, está de regreso, estabilícenle y llévenle a terapia intensiva.

TwistedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora