Huracán.

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—Traeré el agua y lo sabes— amenazó una vez mas. —Es la última vez que te lo digo, Aria— sabía que hablaba enserio. Mi madre siempre hablaba enserio cuándo se trataba de levantarme. Suspiré fuerte y ruidosamente, provocando un leve dolor en mi pecho que había estado plácidamente tranquilo por un tiempo, mientras dormía. 

Sin protestar más, me incliné y me senté en la cama. Ya podía sentir el frío que me esperaba, me negaba a salir del edredón. Me negaba absolutamente. Nunca saldría. Viviría bajo esas mantas por el resto de mi vida. Y si mi madre quería mojarme, que lo haga.

«Harry... o Niall, ¡escuela ya!» me recordó la vocesita de un grito, acompañado de un silbido, algo militar. La odié momentáneamente, pero tenía razón. Ágil, salí de la cama y me vestí con lo primero que encontré para no morir de hipotermia. Por lo menos tenía una razón para levantarme e ir al colegio, eso ayudaba. 

—Por fin se levantó la bella durmiente— se burló mi abuelo, yo ya me había preparado antes de bajar para desayunar. Hice caso omiso a el comentario y fui derecho a sentarme, tomé una tostada con mermelada de durazno y comencé a comerla, con los ojos entrecerrados, peleando por no cerrarse. «Please wait, loading...» hizo mi mente. Y reaccioné a cabo de unos minutos después. Casi escupí la tostada, ¡¿mi abuelo?! Abrí los ojos como pude para comprobarlo, y sí, el viejito canoso que tanto adoraba estaba mirándome sonriente. 

—¡Abuelo!— chillé, conmocionada, saltando sobre él para abrazarlo. Creo que nunca estuve tan despierta un lunes por la mañana. —¡Hace tanto tiempo no te veía!— desde el año pasado, aproximadamente. Y era verdad, para mi eso era un milenio. Lo extrañaba cómo no pudiese extrañar a nadie, era lo que más quería en el mundo y tenerlo allí, bajo mis brazos, me hizo sentir completa. Las lágrimas de felicidad amenazaban asomándose en mis ojos. No iba a llorar, ¡no! 

—Aria, estás tan grande. ¿Cuándo has crecido? ¿Dos centímetros?— preguntó, bien, arruinó todo con su tonto humor. Reí, no me importase que se estuviese burlando de mi estatura, estaba feliz. 

Mi abuelo paterno seguía igual que siempre. Alto y delgado, con su pelo oscuro y algunas canas acompañándole. Sus arrugas, marcas del paso del tiempo, de su edad. Pero a pesar de eso, no se lo veía tan mal, de hecho, si él fuera un viejo millonario y yo una joven de veinte y dos años quien no tiene en dónde caerse muerta, le echaría un ojo. Aunque pensar en eso es desagradable y ahora tenía ganas de vomitar. 

—¿Ya estás lista para ir al colegio Aria?— preguntó mi padre, lo eché una mirada asesina. ¿No tenía compasión? ¿Quería mandarme al colegio cuándo mi abuelo había llegado de visita? Puse los ojos en blanco, estaba loco si pensaba que iría al colegio. 

—No iré, me quedaré. ¿Y la abuela, ha venido?— pregunté efusiva, buscándola por todas partes. Era tan importante cómo que esté mi abuelo tenerla allí. Me decepcioné al no verla. Volví la vista a mi abuelo, la felicidad se había borrado de su rostro, sus ojos titilando, un brillo tenue en sus grises tristes. Algo pasaba. —¿Qué..qué sucede? ¿Dónde está?— pregunté desesperada. 

Nadie respondía, nadie me daba a entender porque mi abuela no estaba allí, abrazándome y regalándome una de las sonrisas más radiantes del planeta. La preocupación apoderándose de mí, necesitaba respuestas. 

—Hablaremos luego, no te preocupes, está bien solo que no pudo venir. Ahora ve a la escuela niña— confié en su palabra, no quería preocuparme tan temprano, pero me prometí insistir en que me ampliase la situación mas tarde.

—Iré a buscar mi mochila— dije recordando que la había olvidado en mi habitación. Subí y revisé que tuviese todo en su lugar. Encontré el libro “The Host” en la mesita, había pasado todo el día anterior leyéndolo. Casi lo terminé. Lo guardé en mi mochila rápidamente y bajé. 

Its Gotta Be YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora