Capítulo 5: Laboratorio

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Me levanté desequilibrada, en el piso no había nada más que una sucia almohada.

Intenté caminar adelante pero sentí un dolor en el cuello.

Dudosa puse dos dedos debajo de mi nuca, sentí algo caliente y líquido y cuando los vi de nuevo estaban manchados de sangre.

-Pero que...- avancé unos pasos adelante, pero no pude más que eso, observé mis antebrazos, en cada uno había un cable transparente transportando sangre, supuse que lo mismo había pasado en el cuello ¿Pero por qué?

-¿Cristal?- dijo alguien a mi lado. Giré la cabeza y pude ver a una chica de cabello azul mirando desesperada a todos lados- ¡Cristal! ¡April!- empezó a dar manotazos al aire pero también estaba conectada.

-Chloe, soy yo- dije, ella se calmó un poco...solo un poco.

-¿Cristal?- dijo asustada.

-Si, si, ¿estás bien?-

-No, no puedo ver nada, todo es negro-

-Que raro, desde aquí tus ojos se ven normales- no dijo nada, me dediqué a observar alrededor.

El laboratorio estaba todo pintado de gris, no habían ni camas ni sillas, solo escritorios plateados, era de tamaño mediano, hasta ahí normal, lo diferente es que no habían tubos de ensayo, liquidos verdes burbujeantes o plantas en evolución, no, en vez de eso habían fetos en frascos de vidrio, sangre con conservantes en vasos precipitados y máscaras de gas.

-Cristal Broukskeys, ya era hora de que despertaras- intenté ignorar el dolor y me di la vuelta. En frente mío se encontraba un hombre; apenas tenía cabello, era caucásico y traía lentes que me impedían ver sus ojos, llevaba una larga bata blanca manchada de un líquido azul.

-¿Quién eres?- pregunté.

-Soy tu doctor. Me puedes llamar Sr. Koyoc- <vaya, y mi apellido es el raro> me extendió su mano enguantada pero no la acepte.

-¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué me sangra el cuello? ¿Y por qué mi amiga está ciega?- dije.

-Lo sabrás luego, ahora tenemos que hacerte unos exámenes-

-¿Qué te hace pensar que dejaré que los hagan?-

-Que si no los haces asesinamos a tu amiga April y dejamos a Chloe sin ver- dijo sonriendo satisfecho, le di una mirada dura mientras cambiaba mi peso de una pierna a otra.

-¿Qué quieren que haga?- dije luego de un rato.

-Acompáñame- me desconectó los tres cables con mucho cuidado y creo que limpió la herida, nos dirigimos fuera de la habitación por unos pasillos largos, también grises, habían imágenes y esquemas del cuerpo humano, una representación de todas las moléculas conocidas, gráficas de las neuronas y una especie del cerebro en una escala menor.

Al final del corredor había cuatro puertas pintadas de blanco, las perillas se veían viejas y oxidadas pero igual resistentes, el señor Koyoc me observó y después sacó de su bata un juego de llaves, separó una y se acercó a la tercera puerta a la derecha.

-No grites- me dijo antes de meter la llave en la cerradura y abrir.

La palabra que mejor lo describiría sería: Escalofriante.

Las paredes estaban manchadas, como si decenas de bolsas de sangre hubieran explotado, aquí si habían sillas y camas, pero con cuerpos inconscientes o cadáveres. Los científicos caminaban de un lado a otro, todos cumpliendo un trabajo diferente, la mayoría tenía esas extrañas gafas.

Cada segundo que miraba se volvía más aterrador, vi a April atada a una cama, despierta pero con los ojos llenos de miedo, ella no se fijó en mí ya que acababan de tomar su rostro para examinarla.

-¿¡Qué le están haciendo!?- iba a correr pero el señor Koyoc me detuvo agarrándome de la muñeca.

-Primero tú. Vamos- yo solo lo seguí. Algunas personas nos miraron y asentían mientras pasábamos. Omití el hecho de que estaba caminando entre muertos hasta que llegamos a una camilla apartada.

-¿Cómo te llamas?- le pregunté al señor Koyoc.

-Supongo que te lo puedo decir. Soy George. Ahora siéntate para que te pueda explicar.- obedecí tranquila, él tomó una de las únicas sillas limpias y se puso delante de mí- Es obvio que ya sabes de tu enfermedad- asentí- Bien, nosotros solo queremos investigar por qué te pasa eso, sería una gran ayuda para el mundo si podemos descubrir cómo no quemarnos o tener ese extraordinario color de ojos, también sabremos por qué eres la única con tu condición, porque se supone que no debe existir...-

-Que YO no debo existir- interrumpí, George me miró con compasión.

-Sí, y por eso mismo debemos hacerte el análisis. Recuéstate en la camilla, yo te voy a colocar los mismos cables de antes y vas a sentir un pequeño pinchazo, cuando estés inconsciente podremos ver tus ojos y tu piel sin que sientas nada. No habrá dolor.- concluyó dándome una sonrisa aparentemente sincera.

-¿Lo prometes?- él dudó un segundo.

-Lo prometo-

Me dejé caer, George se acercó e hizo lo que había dicho. En ese momento pensé en por qué él estaba tan feliz, tal vez porque después de tantos años buscándome, al fin me tenían, y sin ningún aguante.

-Te colocaré la anestesia, ¿Quieres decir algo?- me peguntó.

-¿Qué le harán a April y a Chloe?-

-Las devolveremos a sus casa y bueno, Chloe posiblemente tenga los ojos diferentes, pero no le alterará la visión. No te preocupes. ¿Otra pregunta?-

-No-

-Perfecto- percibí la aguja en mi brazo, no me dormí plácidamente como creí que lo haría, fue una larga espera hallándome imponente y con los músculos adormecidos.

Mi vista se empezó a oscurecer, ya no sentía mi cuerpo y no podía pensar.

-NO LE HAGAN NADA- gritó un hombre entrando, ni siquiera reaccioné, ya era demasiado tarde.










Síndrome de AlexandríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora