Capítulo 9: Bienvenida al Pent-House

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Levanté pesadamente mis párpados...a ver... ¿Dónde diablos estoy?, todo era negro, no se lograba ver nada y cuando digo "nada" es cierto. Imagínate que estás en una cueva con una lámpara de gas, luego el gas se extingue y quedas a oscuras a excepción de la luz de la luna, o algo de claridad debe haber, bueno, aquí era diferente.

Puse la mano al frente de mis ojos y no la distinguí, consumida por la desesperación miré hacia los lados, no había nada así que decidí probar las técnicas de películas de terror.

-¿!Hola¡? ¿!Hay alguien ahí¡?- pero por supuesto, no funcionó. Dejé caer las manos sobre mis caderas y bufé produciendo en único ruido del lugar. ¿Qué está pasando? Tal vez ya morí y ni siquiera me di cuenta.

Si este es el cielo, pues déjame decirte que es verdaderamente lúgubre, y si es el infierno...no sé, me imaginaba algo peor. Quizás diablillos y almas en pena flotando de ahí para allá murmurando lamentos, un calor que quema y Lucifer sentado en su trono presenciando el sufrimiento de cada uno de nosotros....bien, creo que veo mucha televisión.

Intenté caminar adelante pero es tantísimo difícil si tu ojos no se acostumbran (y jamás de acostumbrarán) a la oscuridad, entonces gracias a eso terminé con la cara pegada al piso y, aunque no la podía ver, sabía que mi nariz estaba sangrando.

Tragué saliva y me limpié la sangre con la manga del suéter, que raro, no recuerdo haber traído suet...

-Hasta que por fin despiertas- dijo alguien interrumpiendo mis pensamientos, dudé si hablar o no pero esa persona ya sabía que estaba aquí ¿Por qué no? Si casi me rompo las cuerdas vocales al preguntar si había alguien.

-Si eres Keled ¿Me podrías decir por qué rayos me disparaste?- dije, escuché una risa y supe que no era ella, era la voz de un hombre.

-No soy la tal "Keled" pero seguro hiciste algo muy malo para que esa criatura te quiera matar-

-Lo que sea, ¿Dónde estoy?-

-En algún lugar del planeta tierra en el sistema solar- dijo el hombre volviendo a reír, apreté los puños intentando calmar mi respiración.

-Claro ¿Por qué estoy aquí?- insistí.

-Por alguna razón- clavé las uñas en mi piel, sentí las pequeñas líneas de sangre rodar por mis manos debido al esfuerzo que hacía para contenerme.

-¿Me vas a decir respuestas reales? Porque no quiero gastarme la voz si lo único que haré es perder el tiempo-

Estalló en carcajadas.

-Me gusta tu paciencia, la necesitarás-

-¿Qué quieres decir?- no contestó, de un momento a otro todo se había aclarado hasta un punto cegador, por lo menos para alguien que acaba de estar en absoluta oscuridad. -¿Pero qué...-

-Bienvenida al Pent-house- entorné los ojos hasta que por fin pude ver, me tomé el tiempo para contemplar el sitio.

Todas las paredes y el techo estaban pintados de blanco, en el centro de la sala había tres sillones negros de forma ovalada con cojines del mismo color, en medio de estos se encontraba una mesa circular de vidrio con varios adornos y flores, había una gran televisión que parecía estar pegada a la pared, un poco cerca de los cinco cuadros de hermosas mujeres colgados en las mismas. Di unos pasos adelante hasta toparme con la mesa del comedor, también era de vidrio pero parecía mucho más resistente, la rodeaban cuatro sillas de color celeste, cada una con un detalle de dos flores de lis en la parte de atrás, como a unos siete metros se encontraba el balcón con la piscina, era verdaderamente grande, daba vista a una playa que no reconocí... ¿Qué no todas las playas son iguales?

Me acerqué a una de las ventanas que abarcaba toda la pared, el cielo estaba azul. Sin una nube.

-¿Te gusta?- volvieron a hablar, me di la vuelta para ver de dónde provenía aquella voz, un hombre de mediana edad estaba parado frente a mí, llevaba el cabello castaño peinado hacia atrás sellado con una boina café claro, tenía un monóculo dorado que se quitó luego dejando ver sus ojos oscuros y demandantes, vestía una especie de esmoquin: Camisa blanca con pantalones por los tobillos a juego y zapatos negros de vestir, lo único que no encajaba era la chaqueta. Era fucsia.

-¿Quién eres?- pregunté.

-Responderé sinceramente a cualquiera de tus preguntas...después de que aceptes el trato- dijo.

-¿Cuál trato?- él sonrió un poco y se acercó a la mesilla, tomando una de las flores, luego se sentó en el sillón más grande y me observó.

-

-Sé todo sobre tu condición, investigué tres años sobre ti, cuatrocientas sesenta y dos páginas de google para buscar tu dirección, sueños, habilidades, familia, decepciones, metas, ilusiones, deseos, tu opinión sobre la vida o la muerte, tus libros, películas u olores favoritos, la edad y el lugar donde se cayó tu primer diente, las escuelas a donde fuiste, tu obra de teatro favorita. Todo- me quedé perpleja ante lo que dijo ¿Quién tiene la mente tan enferma para averiguar eso?

-¿Qué...qué tiene que ver con el "trato"?- dije por fin.

-Oh, ten paciencia, eso viene ahora. Como sé todo eso, también sé que sigues viva solo para vengar la misteriosa muerte de tu madre, que ni siquiera en seis años pudieron resolver, que quieres encontrar de nuevo a tu hermana y a tu padre. Pues ¡Aleluya! Aquí están- dijo con una sonrisa victoriosa.

-¿Qué quieres decir?- echó su cabeza atrás y gritó:

-MARTA, TRAELOS-

-¿Marta?-

-Ya verás- en ese momento apareció una mujer de unos sesenta y tantos años algo rolliza, tenía el cabello negro resaltando aún más las canas y los ojos ocre que miraban a la nada debajo de los lentes. Atrás de ella estaban dos personas que conocía muy bien, atadas con cadenas.

-Padre, América-


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No me odien por favor, sé que me tardo miiiiiiiiiiiles de años en actualizar pero intento hacer los capítulos lo mejor posible, espero que me entiendan y si no.......Yuno Gasai  los matará de la forma mas yandere posible...ok no. Pero gracias por leer y votar.

Nos vemos en la próxima actualización.






Síndrome de AlexandríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora