Capítulo 5

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    La gran carroza de madera de roble rojo se detuvo a una escasa media hora al norte de la ciudad de Laest, para que los dos caballos que tiraban de ella pudiesen descansar y beber agua de las orillas del lago Ostanza. La puerta de madera labrada, que tenía tallado el escudo de la familia Vergerius: un esqueleto en llamas abrazado a una cruz de negra sobre fondo azul, se abrió dejando salir a una de las guardaespaldas, Kaehlan Naa. Ella había nacido en Runaria, en las Tierras Primitivas. Era la hermana de menor de la Maestra de la Guerra más temida de aquellas salvajes tierras, Ymar Naa. Decían que su parecido era asombroso, el mismo cabello azabache, los mismos ojos negros y fieros, y sobre todo, los mismos tatuajes azules que llevaba Ymar. Si no atendías a aquello, no se sabría si de verdad eran hermanas pues no podían ser más diferentes: el cuerpo de apariencia frágil de Kaehlan contrastaba con el cuerpo fuerte y recio de su hermana mayor, por no hablar de la diferencia en cuanto a destreza de cada una, la Maestra de la Guerra era simplemente imbatible.

Tras ella salió Kylie Vergerius. Sus cabellos rojizos como el cobre ondearon en cuanto el viento comenzó a jugar con ellos. Adoraba detener su carroza para poder sentir cómo la hierba se doblaba bajo sus botas de cuero y cómo el sol besaba su pálida piel. De donde ella procedía no había nada parecido a una planta o al menos no como las que había conocido en Nossantra desde que fue nombrada Guardiana de Enys tras contraer nupcias con el difunto Nyso Vecraft.

Kylie se echó los mechones rojizos que le venían al rostro tras sus puntiagudas orejas y se acercó hasta su otra guardaespaldas, Vara la centaura. No tenía apellido, en su raza no existía algo así. Era solamente Vara. La centaura se había acercado al lago para beber agua pues a diferencia de sus acompañantes, ella no tenía carroza. Ni la quería.

—¿Estás cansada? —preguntó Kylie.

—Cansada es poco, no tienes ni idea —contestó Vara y acto seguido se agachó para tomar un trago del lago—. Puedo continuar el camino que nos queda hasta Dögrath.

—Me alegro de oírlo. Aun así, descansaremos durante una hora, comeremos algo y después continuaremos. Así que asegúrate de descansar apropiadamente.

—Gracias, princesa —dijo la centaura con una sonrisa.

—No olvides que vamos en viaje oficial —dijo Kaehlan.

—Lo sé, lo sé.

—Me parece una irresponsabilidad abandonar Enys sólo por ver de nuevo a Kräke. —Kaehlan se sentó junto a ella en la hierba—. Me parece una estupidez no enviar a alguien en tu lugar. —Ella era la única que osaba hablarle de aquella manera, pero Kylie se lo permitía.

—No es una estupidez —dijo, encogiéndose de hombros—. Es sólo que... considero que lo mejor sería que le informáramos en persona ya que es algo crucial para Nossantra.

—No, eres la Guardiana de Enys y tu deber es permanecer allí. Recorrer el reino sólo por un par de orgasmos. —La runaria siempre era tan directa, era algo que estaba en su sangre.

—Yo... no...

—¿Me vas a negar que no estamos haciendo este viaje por un capricho tuyo? —le espetó a modo de pregunta con sus fieros ojos negros clavados en los azul claro de ella.

La Guardiana de Enys no respondió. No sabía cómo responder a aquello porque Kaehlan estaba en lo cierto, llevaba días recorriendo el reino sólo para verle. ¿Se había prendado de él? Podría ser, al fin y al cabo fue quién le dio la vida que ella deseaba. Quería pasar unas últimas noches con Kräke, sabía que todo cambiaría en los meses venideros, sabía que aquellas noches jamás volverían a repetirse. Cada día que pasaba maldecía la osadía de Ymar Naa, por su culpa se acabaría la parte de su vida que más amaba. Tenerle.

La Vigilia del DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora