Intentó abrir los ojos, pero su cuerpo no respondía; sus párpados temblaban por el esfuerzo y sentía los músculos agarrotados. No podía verse, pero sabía que estaba sucia, cubierta por una capa de líquido, caliente y pegajoso, que parecía querer fundirse con su piel.
Por fin, tras lo que le pareció una eternidad, su mirada se encontró con el mundo que la rodeaba. Estaba tendida en el suelo y junto a ella había dos personas. Lo primero que se le pasó por la cabeza era que algo terrible había ocurrido por lo que trató con prisa de levantarse para ayudar a los demás. Sin embargo, aún no tenía suficiente fuerza y no le quedó otra que arrastrarse.
Cuando llegó junto a la primera de las víctimas, no pudo contener un grito de horror. Era el rostro de lo que había sido un hombre, las cuencas de sus ojos estaban completamente vacías y su boca estaba contraída en una mueca de dolor. Dirigió su mirada al otro cuerpo, aunque esta vez no se atrevió a acercarse. Se fijó en su pecho durante unos segundos y fue fácil darse cuenta de que tampoco respiraba. Se sintió afligida y cerró los ojos tratando de calmarse. Decidió que cuando los abriera sería vital examinarse a sí misma; con todo aquello había olvidado por completo comprobar si estaba herida. Sin embargo, hacerlo fue terrible. Descubrió que aquello que manchaba su piel era sangre, pero no era suya. No había herida alguna en su cuerpo, ni siquiera un pequeño rasguño. Primero sintió confusión, pero su cerebro no tardó en explicárselo y de pronto llegaron retazos a su cabeza. Recordó cómo había matado a esos hombres a sangre fría y cómo había disfrutado con ello. Recordó que le gustaba que ellos gritaran su nombre. Recordó quiénes eran y por qué les había matado y aun a pesar del horror que se había apoderado de ella, reconoció que había sido necesario. Suspiró y escondió la cara entre las manos. Comenzó a sollozar, pero sólo disfrutó de aquel desahogo unos instantes ya que el sonido de unos pasos llegó hasta sus oídos y no le quedó otra que reaccionar. No había podido fijarse en qué lugar se encontraba, aunque eso no importaba, ella siempre era capaz de camuflarse y, como tantas otras veces, así lo hizo.
Oscandra recorrió los pasillos de la fortaleza de las Cenizas con paso seguro. Iba callada, pero en su rostro se reflejaba una pequeña sonrisa de satisfacción. Llevaba mucho tiempo queriendo hacer aquello y por fin sentía que era el momento adecuado.
Hacía una eternidad que ese asqueroso lacayo del Rey Sin Cadenas, Nagan Smarrin, campaba a sus anchas delante de sus narices. Había esperado con paciencia algún gesto que delatase su implicación en el asesinato de sus padres, cualquier cosa que le diera una excusa para arrestar a ese desgraciado. Sin embargo, el viejo se había demostrado cauteloso y a Oscandra no le quedó otra que recurrir a la ayuda que le había prestado aquel extraño hombre, Lord Coppel, que en una misiva había informado de que entre las pertenencias del anciano había una prueba clara de su culpabilidad. Y allí estaba, acompañada por su fiel Goisch, camino a presenciar la caída del maldito Nagan Smarrin, preludio de la futura caída, aún más estrepitosa, de ese horrible asesino, el puñetero Rey Sin Cadenas. Detrás de ella caminaba a paso rítmico un grupo de guardias. El sonido era sobrecogedor, casi parecían pasos de guerra y eso le agradaba, a pesar de querer pillar a su «invitado» desprevenido, buscaba que al escuchar aquel ruido el anciano sintiera un miedo.
Llegaron por fin a la puerta de la habitación y, a pesar de la fuerza evidente de su séquito, quiso ser ella la que hiciera la gran entrada. Levantó la pierna y con un golpe seco tiró la madera abajo.
Nagan miró a los recién llegados con sorpresa. Aunque, como siempre, trató de mantener una postura digna y tranquila. Oscandra se apartó con dulzura de la puerta, como una niña que deja paso educadamente a los demás, y tres guardias entraron en la sala y redujeron al anciano sin mediar palabra, llevándole fuera de la habitación, pero dejándole ver lo que sucedía en el interior.
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La Vigilia del Dragón
FantasyLos reyes de Whërtia han sido asesinados de forma misteriosa en la sala del trono en la capital del reino, Dracania. Sin testigos sólo quedan preguntas y recelos. Las princesas Oscandra y Luxia Dranile cargan ahora con el peso de encontrar al c...