Capítulo 18

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   Todo el mundo estaba en silencio, observándoles. A pesar del nudo en el estómago que le había provocado la thanetilia, Oscandra sonrió a los presentes y aguardó paciente, disfrutando del momento. Ella ya había sido coronada y había escrito su nombre en la pared de los reyes el mismo día que sus padres murieron en una ceremonia mucho más triste y lúgubre que aquella. Ahora era el momento en el que Shaith grabaría su nombre junto al suyo, uniéndose a ella, compartiendo sus responsabilidades.

El sacerdote pronunciaba su discurso, siendo su voz la única que llenaba la sala. Por suerte, no fue largo y pronto el pincel sagrado pasó a las manos de su esposo que, sin ningún error, pronunció sus plegarias a los dioses pidiendo sabiduría y justicia para desempeñar su cargo. Todos aplaudieron cuando la tinta comenzó a decorar la pared, brillante y visible; Oscandra aplaudió más que nadie, sintiéndose tremendamente feliz. Cuando Shaith devolvió el instrumento, miró su nombre y tomó su mano, gesto que ella correspondió sin dudarlo ni un segundo, sintió que por fin todos los sueños que había tenido desde niña se estaban haciendo realidad.

Bajó de la pequeña tarima en la que había estado y paseó entre los invitados, charlando brevemente con algunos y agradeciendo la presencia de otros, pronto todos se marcharían y la normalidad volvería a Dracania.

Estaba a punto de tomar un pequeño pastel de carne cuando una voz que le resultaba tremendamente irritante la interpeló.

—Alteza, ¿puedo tomar unos minutos de vuestro tiempo?

El anciano nossantriano la miraba con aspecto sereno y relajado. ¿Por qué ese hombre no mostraba ni un poco de vergüenza al dirigirse a ella después de lo que su reino había hecho con sus padres? Aquella no era una conversación que quisiera mantener en ese momento, sin embargo, no podía mostrarse desagradable con aquel embajador pedante en aquel momento y lugar. Echó en falta a Goisch a su lado, pero no se veía al bufón en ninguna parte, por este motivo no tuvo más remedio que regalarle una sonrisa y asentir con la cabeza, enlazando después su brazo con el de él y caminando a su lado hasta una apartada esquina del salón.

—Usted dirá, Lord Smarrin.

—Quería hablaros sobre mi regreso a Nossantra, al término de la boda me gustaría disponer todo para partir lo antes posible.

Volver a casa. Eso era lo que él quería, desde luego. Regresar corriendo a la protección de su estúpido Rey Sin Cadenas, contarle todo lo que había visto, aconsejarle para que los nossantrianos supieran cómo acabar con Whërtia. Pensaba marcharse ahora, sin haberle proporcionado nada, sin haber soltado prenda sobre lo que sabía, sin haber sido de utilidad. Aquello era algo que no podía permitir. Soltó su brazo y se colocó frente a él, clavándole sus enormes ojos dorados como un adulto miraría a un niño que acaba de decir una enorme estupidez.

—¿Regreso? Perdone, pero no creo que eso sea posible.

—Oh, ¿qué me lo impide?

—Yo, desde luego.

Amplió su sonrisa, cualquiera que les viera pensaría que por lo menos ella estaba disfrutando de una agradable conversación.

—Hay muchas cosas que me interesan sobre Nossantra, Nagan, y sólo usted puede contármelas.

—¿Qué os hace pensar que hablaré?

—Soy una mujer dotada de una gran paciencia y, además, le considero un hombre inteligente, un hombre preocupado por la paz en Noctandria y, aunque lo negará, seguro que también es un hombre preocupado por su vida. No me gustaría hacerle daño, Lord Smarrin, alguien muy importante para mí me pidió que no lo hiciera, pero lo haré sin dudarlo ni un segundo si eso trae justicia para mi familia.

La Vigilia del DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora