Capítulo 20 - El extranjero

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14 años antes del asesinato de los reyes de Whërtia, en Dracania.

Todos estaban reunidos alrededor de aquella enorme hoguera, muchos compartían botellas y también algunos platos de comida. El viejo Igor contaba a los más pequeños cómo había perdido su mano derecha luchando contra unos guardias reales cuando trataron de apresarle por desnudarse en la plaza principal de Dracania. Eizael no quería escuchar esa historia, la había oído tantas veces que él mismo podría relatarla, puso los ojos en blanco y posó su mirada gris en el fuego, esperando pacientemente. Por fin su padre se reunió con él, unas familiares y enormes manos se posaron en sus hombros y le balancearon con cariño.

—¿Estás listo, hijo?

No le miró, pero asintió con la cabeza una sola vez tratando de ocultar la emoción que en realidad estaba a punto de desbordarle. Nunca había salido de Trédivo, había pasado sus trece años recorriendo las enormes montañas de la cordillera, conocía todos los secretos del relieve y era capaz de recitar en cualquier orden dónde se encontraba cada una de las viviendas de sus paisanos. Le gustaba ese lugar, pero, a pesar de ser gigantesco, se le había quedado pequeño. Cuando sus padres se ofrecieron para viajar a la capital de Whërtia para vender los productos conseguidos y manufacturados aquella primavera, su corazón se llenó de emoción y no tardó ni un segundo en suplicarles que en aquella ocasión le permitieran viajar junto a ellos. Desde un primer momento el «no» fue rotundo, pero tras largas insistencias y demostraciones de responsabilidad, accedieron. Ya iba siendo hora de que conociera qué había más allá de ese lugar pobre en el que había crecido, de que viera que algunos de sus sueños eran realidades que quizá algún día podría cumplir.

El viaje fue largo y duro, demasiado. Su impaciencia, además, lo hacía más tedioso. Su padre trataba de explicarle que, para llegar a Dracania, prácticamente debían cruzar toda Whërtia, pero él, que se había criado entre valles y montañas, no comprendía cómo podían existir caminos tan largos. Para colmo, el carromato era pequeño y pesado. Se rompió en más de veinte ocasiones debido a la excesiva carga que llevaba. El espacio era tan reducido que eran muy pocas las veces que le dejaban ir sentado. Además, su cargamento no ayudaba, los habitantes de Trédivo se dedicaban a la minería, la extracción y manipulación de rocas y por lo tanto sólo había aburridas e inútiles piedras que nunca le dieron de comer cuando tuvo hambre ni le cobijaron del frío.

Su cumpleaños pasó justo cuando se encontraban en Éstida donde permanecieron una semana para poder celebrarlo con tranquilidad en recompensa por el agotamiento que llevaban a cuestas. Además, pudieron vender algunos artículos y con el dinero conseguido le regalaron un viejo caballo que no corría mucho, pero que por lo menos le permitiría no tener que caminar tanto. A pesar de este amable gesto, Eizael solía cedérselo a su madre que padecía fuertes dolores en las articulaciones.

Quedaba una semana para llegar a su destino y el muchacho se sentía casi febril. A lo largo de aquellos meses había visto cosas que ni siquiera su imaginación, siempre despierta, habría podido idear. Había probado las deliciosas damillas ídaras mientras se encontraba rodeado por una vasta extensión de arena fina y caliente que se escurría entre sus dedos, había patinado sobre el hielo de la Gran Tundria y había visto hombres con enormes colas de serpiente en Shaquat. Había acariciado animales de los que nunca había oído hablar y subido a árboles que nunca había dibujado y lo mejor era que aún faltaba el plato especial. Sus padres hablaban de Dracania con poco cariño y si estaban impacientes por llegar era simplemente porque cuanto antes lo hicieran, antes se marcharían. Sin embargo, él había oído susurros en Trédivo que hablaban de esplendor y grandeza, hablaban de reyes que tenían ojos dorados y grandes alas en la espalda, de gente bendecida por el Gran Dragón, caballeros brillantes y valientes, vidas ricas como la que él quería que tuvieran sus padres que tan duro habían trabajado.

La Vigilia del DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora