Debería haberse marchado. Tuvo la oportunidad perfecta frente a ella y la había desaprovechado. Ahora tenía que presentarse ante el Rey Sin Cadenas y continuar una incómoda conversación que no acabó muy bien días atrás.
Trató de calmarse recordándose a sí misma que aquello era por lo que había cruzado el Mar Carmesí y no podía regresar a casa con las manos vacías. Respiró hondo, en un vano intento de desterrar sus nervios, y llamó a la puerta. No obtuvo respuesta alguna, así que tras unos segundos que se le hicieron eternos, la abrió y entró. El olor a medicinas mezclado con el aroma dulce de las hierbas medicinales la acarició como una mano amiga. Ahora que estaba más calmada que la última vez, pudo admirar los grabados que adornaban las columnas de mármol que soportaban un techo liso y blanco como la nieve del que colgaba una lámpara de araña que alguien se había ocupado de apagar hacía poco pues aún podía notar el olor residual de la cera derretida. En el interior, tan sobrio como le pareció la primera vez, no había sanadores, sólo estaba él: el Rey Sin Cadenas. Lo encontró mirando por la ventana del balcón, de modo que Luxia podía ver las cicatrices y quemaduras que como letras en un libro contaban una historia llena de dolor y sangre. Aquella imagen la horrorizó en un primer momento, pero la curiosidad por conocer la historia completa que aquellos estigmas del pasado relataban se sobrepuso, aunque por el momento no se atrevía a preguntar. Bajó la mirada en un acto de docilidad y cerró la puerta tras de sí con lentitud.
—¿Puedo hacer algo por vos, majestad? —preguntó Luxia con suavidad.
—Puedes empezar por llamarme por mi nombre: «Kräke». No termino de sentirme cómodo con mi título.
Luxia asintió lentamente con la cabeza, pero no levantó la mirada.
—Lo... lo intentaré —respondió, nerviosa.
—¿Se sabe algo de Duna? Me extraña no haberla visto aún.
—No lo sé... Kräke. Me mantengo al margen.
Kräke frunció el ceño con preocupación y se rascó la muñeca derecha mientras seguía mirando por la ventana.
—Estoy preocupado por ella, si se ha ido así no puede venir nada bueno.
Luxia, sorprendida ante aquella manifestación de preocupación ante una desconocida, levantó al fin la mirada para encontrarse con ojos fríos del color del hielo glaciar. Tenían algo extraño, quizá enigmático, pero no estaba segura de si eran imaginaciones suyas o realmente había algo en ellos. No tardó en reponerse para responder:
—Entonces espero que aparezca pronto.
—Créeme cuando te digo que quizá ya sea tarde, pero ella estará bien. Lo que me preocupa más es qué puede hacer ella mientras no está aquí.
Luxia asintió mientras cambiaba el peso de pierna sin entender del todo a qué se refería con aquello, ni tampoco qué quería de ella al haberla hecho llamar.
—Ojalá no sea nada —añadió al fin—. Siento no ser de más ayuda, majestad... Kräke —se corrigió. Hizo una pausa y añadió—: siento que fuerais atacado. Os prometo que no tuve anda que ver.
—Luxia, en ningún momento llegué a pensar que tuvieras algo que ver. Desde la primera flecha supe quién se escondía detrás. El enemigo siempre ha estado en casa, nunca más allá del mar.
Ella no comprendía cómo podía estar tan seguro de que era la princesa de Whërtia y no una simple extranjera. Hacerse la tonta ya no tenía caso, no al menos con él. Poder dejar de actuar y volver a ser ella misma resultaba liberador. Podía dejar atrás ese velo inseguro con el que se escudaba desde que embarcó en La fugitiva.
ESTÁS LEYENDO
La Vigilia del Dragón
FantastikLos reyes de Whërtia han sido asesinados de forma misteriosa en la sala del trono en la capital del reino, Dracania. Sin testigos sólo quedan preguntas y recelos. Las princesas Oscandra y Luxia Dranile cargan ahora con el peso de encontrar al c...