Capítulo 19 - Rosa sanguina

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  10 años antes de la Nocta Hemata, en Linde Bostal, Ustat.

—Kräke, tú y yo no somos suficientes para la cosecha desde que mi espalda se queja cada vez que hago un movimiento.

—Compra a más esclavos en el mercado de El Cruce, ¿no es eso lo que hacéis los esclavistas? —contestó, sabiendo que estaba siendo injusto, pues aquel hombre le había tratado como a un hijo más.

Ansoniaro suspiró con resignación.

—Sabes que no puedo liberarte, el rey no lo permitiría. Si en el próximo censo no apareces en él, me matarán. Aprecio mi vida lo suficiente como para no anteponer la tuya a la mía.

—Dirás la de un esclavo a la de un amo, ¿no? —contestó, cruel clavando sus ojos azul hielo en los envejecidos del hombre.

—Eres como un hijo para mí, pero mientras la esclavitud no sea abolida tengo las manos atadas.

—Qué irónico es que seas quien tenga las manos atadas. Al final resulta que los amos sois tan esclavos como nosotros.

—Lo somos y no me avergüenza reconocerlo. No hay nada que podamos hacer, tan sólo rezar a las deidades para que la princesa Asha sea capaz de gobernar mejor que su padre.

—Tan sólo tiene tres años, para el día que sea declarada mayor de edad la mayoría de los esclavos habrán muerto con la certeza de que por los siglos de los siglos nada cambiará, sin importar quién se recueste en el trono. Sólo les importáis mientras paguéis religiosamente los impuestos, mientras seáis amos porque si dejáis de pagar os convertirán en algo peor que los animales, en esclavos.

—Mira al resto de esclavos y piensa en lo afortunado que eres.

—Sí, un perro con un collar de oro —concluyó Kräke antes de abandonar la habitación.

Sabía que su amo no se lo tendría en cuenta, siempre decía que eran cosas de la edad, que tarde o temprano dejaría de decir esas cosas. Kräke sabía que por muchos años que pasasen seguiría alimentando aquel odio hacia la esclavitud que nació en el momento en el que el primer látigo besó su carne. A él siguieron otros, también el fuego, las peleas callejeras... A sus quince años ya había pasado por las manos de incontables amos. Cuando aún era un crío le habían hecho trabajar en las minas. Cuando creció un poco más y comenzó a desarrollar su musculatura, ya no era capaz de entrar en los estrechos túneles, por lo que lo vendieron a un apostador que le obligó a pelear día sí día también hasta que lo perdió en una apuesta. Finalmente acabó en manos de Ansoniaro, quien le trataba como al hijo que nunca había tenido. Pero a pesar de ello, cuando llegaba la época del censo de esclavos, no podía hacer nada por evitar los latigazos que los guardias reales propinaban a todos los esclavos de los amos que no alcanzaban el cupo de producción que el rey imponía. Y no alcanzarlo era siempre culpa de los esclavos, no de que sea un nivel de producción desproporcionado.

Desde que Ansoniaro se dañó la espalda un verano atrás, la producción de los huertos había caído en picado, lo que se tradujo en más latigazos e incluso golpes con hierros al rojo. Los ojos gélidos de Kräke trataban de ocultar el odio que con los años había ido naciendo en él, si algún guardia llegaba a pensar que tenía la intención de amotinarse con los amos o el sistema, lo matarían y tomarían por cómplice a Ansoniaro, pues los amos eran los responsables de enseñarle su lugar a los esclavos, es el único deber que tenían para con ellos.

—Vas a tener razón Kräke, necesitamos a alguien más —dijo de pronto Ansoniaro.

—¿Entonces iremos a El Cruce? El viaje será largo, hará que la producción baje.

La Vigilia del DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora