Capítulo 10

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   Por fin las enormes puertas de la Fortaleza de las Cenizas se presentaban ante él. Aquel viaje se le había antojado lento, casi eterno e incómodo. Odiaba las grandes caravanas como aquella, Deiler disfrutaba más de los caminos cuando los recorría con su caballo, Invicto, y la poderosa luz como única compañía. Sin embargo, allí estaba, yendo al paso seguido por cinco enormes carruajes y rodeado por cientos de banderas rojas con el hermoso y negro sol de Solsticia representado justo en el centro. Clavó la vista en el frente y observó la imponente muralla, nunca antes se había fijado en la belleza del lugar, pues pocas y efímeras habían sido sus visitas a Dracania.

Desmontó y confió en que su caballo le seguiría sin necesidad de guía, no podía apartar la mirada de aquellas esculturas que de forma tan elegante representaban a los dragones dioses de toda Whërtia. Una mano en su espalda le hizo reaccionar y la brillante mirada de su madre le arrancó una sonrisa.

—Es hermoso ¿verdad?

Deiler asintió y volvió a mirar hacia delante. Los guardias se estaban encargando de abrir las pesadas puertas para dejarles paso.

—¿Estás nervioso, hijo mío?

Su sonrisa se ladeó al escuchar la preocupación de su madre, era como si ella sintiera que él volvía a ser un pequeño niño que inseguro abandonaba su pecho para adentrarse en un mundo nuevo.

—¿Por qué iba a estar nervioso, madre? No soy yo el que se casa con una reina.

—Pero es tu hermano quien lo hace, tu hermano, al que no has visto en casi una década.

—Así lo quisieron los dioses. Él fue reclamado por el espléndido Ígneo para ser uno de sus hijos y yo tomé un camino distinto. El Gran Dragón no me otorgó su alma, pero sí me permitió ver su luz y aunque no puedo generarla puedo considerarme afortunado por entenderla y venerarla recibiendo su respuesta cuando cree que la merezco.

Miró a los ojos de su madre y vio en ellos el brillo de la aprobación, así que se agachó para besar su frente antes de continuar hablando.

—Me siento orgulloso de Shaith, pero no es menor el orgullo que siento de mí mismo.

La gobernadora de Scarlatia asintió con la cabeza y enlazó su brazo con el suyo, las puertas habían quedado abiertas y todo el séquito entraba ya en la gran fortaleza. Sus pasos eran lentos, pero no porque su edad le impidiera un ritmo más rápido, sino porque no daba por finalizada aquella conversación con su hijo.

—¿Tampoco consigue quitarte el sueño el hecho de conocer a la joven reina? Debe ser emocionante para un plahduin como tú conocer a la única dotada del poder que más veneras.

—Reconozco que ella sí que llama mi atención y que despierta en mí cierta envidia sana. Ha sido elegida por el más grandioso de los dioses para ser su representante entre nosotros. Mi sangre hierve en deseos de conocerla.

—Pronto lo harás, hijo mío, muy pronto.

No fueron más de unos minutos los que tardaron en cruzar las puertas y llegar al abarrotado patio. En este, soldados dracanianos y scarlatianos se mezclaban ocupando su posición ante un encuentro amistoso. Dos de los carros ya habían entrado y quedado aparcados de forma que varios sirvientes vaciaban sus contenidos. Lord Dredhal bajó del cuarto carromato, y una vez los tres estuvieron en tierra, caminaron juntos hasta la entrada propia del castillo donde un grupo de seis guardias, el mayordomo real, Wïllem, y un saltarín Goisch les esperaban.

—¡Es un auténtico placer verle aquí, Lord Dredhal! Parecen siglos desde la última vez que estos muros disfrutaron de su presencia. —La voz del sirviente sonaba alegre y sincera, Deiler no le conocía, pero parecía un hombre franco.

La Vigilia del DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora