Capítulo 8

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   No era una noche especialmente ajetreada, casi todos los marineros estaban en sus hamacas, aunque algunos permanecían en cubierta entreteniéndose con estúpidos juegos que a Eizael no le interesaban en absoluto. Kruto, un tripulante scarlatiano bastante rollizo, se dedicaba a tocar su amado instrumento como cada noche, así, el sonido del otur se fundía con el del mar. Eizael agarró con más fuerza el timón, de forma completamente inconsciente, al distinguir la silueta de Leilyah apoyada sobre la barandilla de la proa. Su larga melena azul celeste era ondeada como una bandera por la brisa, y sus ojos quedaban clavados en el frente como si fuera completamente ajena a todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. Lo único que consiguió que Eizael apartase la vista de ella fue la sensación de estar siendo observado, rápidamente buscó la mirada que se clavaba directamente en él. Se sorprendió al toparse con unos enormes ojos azules como el Océano Índigo, la joven que había conocido en Puerto Rojo, Lu, subía por las escaleras que llevaban a la plataforma donde Eizael y el timón presidían el barco.

—Lo siento, ¿te he asustado? —Su voz era suave y dulce, no había nada por lo que preocuparse.

—No, tranquila, estoy bien.

Como respuesta, ella se limitó a sonreír y completar su ascenso. Una vez arriba se sentó en la barandilla, quedando frente a él, de espaldas al resto de la embarcación. Como el silencio comenzaba a ser incómodo, Eizael empezó una conversación.

—¿No puedes dormir?

Su leve carcajada fue armoniosa, toda ella parecía serlo.

—Lo cierto es que no.

—Siento no poder ofrecerte nada mejor que una hamaca.

—Oh, no importa, de todas formas prefiero no dormir, esto de noche es bastante asombroso.

—¿Asombroso? —Eizael no pudo contener una breve risa y una sacudida de cabeza—. Supongo que estás poco acostumbrada a navegar —Lu asintió y apartó la vista, como si de pronto se sintiera incómoda por algo.

—He viajado bastante, pero nunca había salido de Whërtia.

—Vaya... ¿qué te lleva a Nossantra?

Ella no contestó inmediatamente y él comenzó a preguntarse si no se estaba metiendo en asuntos ajenos. Soltó el timón un momento y sacudió su melena castaña oscura tratando de quitarse de alguna forma la sensación de humedad de la cabeza. Cuando pensó que ya no lo haría, ella contestó.

—Hay cosas allí que tengo que dejar atrás, quizá olvidar.

—¿Un hombre?

Volvió a clavar su mirada azul en él, su rostro estaba serio, aunque poco a poco se relajó, como si se rindiera ante la verdad.

—Sí.

—¿Él no te ama?

De nuevo parecía que el silencio iba a apoderarse de la situación, se maldijo a sí mismo por bocazas y trató de mejorarlo.

—Lo siento si esto te incomoda, Lu. Pregunto porque... porque me sorprende, ya sabes, eres una mujer muy bella, pareces inteligente y desde luego puedo considerarte valiente pues pocos harían lo que tú en tu lugar.

A pesar de sus explicaciones, ella se demoró en su respuesta.

—Supongo que sí que me ama. Pero... no era «la única», y tampoco podía seguir siendo «la otra». —Recalcó intencionadamente aquellas dos expresiones.

Él asintió lentamente, volviendo a fijar la vista en Leilyah que, solitaria, paseaba su mirada por el horizonte. El tiempo que la observó fue suficiente para que su acompañante se diera cuenta y se fijase también en ella.

La Vigilia del DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora