Capítulo 16

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 Un intenso rayo de luz acertó justo en sus ojos cerrados provocando que se abrieran al instante, poniendo todo su cuerpo alerta. Al darse cuenta de que no era más que el sol haciendo acto de presencia por la pequeña ventana del camarote, se relajó soltando un profundo suspiro. Llevaba demasiado tiempo temiendo que ella lo encontrase, iba siendo hora de dejar de tener miedo.

Se frotó los párpados y bostezó, tratando de poner en orden sus pensamientos, sin embargo, todo pareció detenerse al escuchar una segunda respiración junto a él. No dudó ni un segundo a la hora de agarrar un cuchillo que había colgado de su cinto, que estaba tirado junto a la cama, y girarse bruscamente, colocando el arma en el cuello de su acompañante.

Ella abrió los ojos y le miró. A pesar de que el filo del cuchillo reposaba en su pálido cuello no tenía miedo, nunca lo tenía. Le miraba de forma altiva y orgullosa y así permanecieron unos segundos, sin decir nada.

—¿Te importaría quitar eso de mi cuello?

Él se retiró poco a poco, volviendo a enfundar su arma para a continuación clavar una vez más los ojos en ella.

—¿Qué narices haces aquí?

—Has pasado toda la noche abrazándome, Eiz.

—¿Toda la noche? ¿Cuándo has llegado?

Ella se encogió de hombros y apartó las sábanas, descubriendo su desnudez. Sin añadir ningún comentario, se levantó del camastro y se acercó a la silla en la que había dejado sus cosas. Una vez hubo cubierto su cuerpo, y mientras se ataba un pañuelo en la cabeza, se giró y volvió a mirarle.

—Lo último que recuerdo es que venía con intención adornar con esto tu putrefacto corazón. —Arrancó una de sus dagas de la pared.

El capitán, aún más estupefacto que antes, abrió y cerró la boca unas cuantas veces antes de ser capaz de seguir conversando, pero cuando lo logró, el resultado no fue especialmente bueno.

—¿Qué?

Ella echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar una carcajada. Guardó su arma y comenzó a caminar hacia él para después sentarse de nuevo a su lado en la cama.

—No te preocupes, capitán, no voy a matarte aún. —Su voz era sólo un susurro que se hizo cada vez más suave según aproximaba su rostro al de él.

De nuevo, fue más rápida y no le dio opción a replicar, ya se estaba levantando. La necesidad de resolver aquella conversación llevó a Eizael a agarrar una de sus finas muñecas, reteniéndola a su lado y provocando que tuviera que sentarse de nuevo. Leilyah se lo quitó de encima con una firme sacudida y esta vez, cuando clavó sus ojos en él, estos brillaban con furia.

—Me debes una explicación, L.

—Yo no te debo nada. —Las palabras habían salido de sus dientes apretados.

—Me despierto y te encuentro dormida a mi lado, por si fuera poco, estás desnuda, y para rematar, tu explicación es que habías venido a asesinarme.

—Muy bien, ahora todos sabemos que eres un gran conocedor del arte de describir situaciones, gracias por mostrarnos tu talento.

—No juegues conmigo como si fuera tu muñeco.

—Aquí el único que juega con muñecas eres tú.

Esa respuesta fue la que le dio la clave para descifrar todo aquel numerito. Puso los ojos en blanco y acompañó el gesto de un profundo suspiro.

—¿Querías matarme por celos?

Ella rio una vez más, aunque no parecía en absoluto divertida.

La Vigilia del DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora