Jörgen Naa llevaba horas sentado frente a la jaula del drágara tratando de entender lo ocurrido días atrás en la llanura de Aruk'ar. No comprendía por qué el ejército de Whërtia les había atacado sabiendo que estaban aliados con Nossantra. «No, no pueden haber sido ellos, debe haber alguien más detrás de todo esto», pensó mientras se acariciaba la barba, rasgo heredado de un padre al que siempre recordaba haciendo lo mismo.
Unos pasos lentos le sacaron de sus cavilaciones. Sabía quién era, sólo podía ser ella: Skadi. En los últimos días había permanecido cerca de él, preocupada porque la última vez que Jörgen bajó a los calabozos a ver cómo el drágara comía, acababa de quedarse huérfano. Aquel era su lugar en el mundo cuando este dejaba de tener sentido o se volvía demasiado extraño.
Los pasos se detuvieron a los pies del taburete en el que estaba sentado. Sabía que le estaba mirando. Conocía aquella mezcla de preocupación e impotencia, la había visto muchas veces.
—¿Te vas a quedar callada o piensas decir algo? —preguntó él, sin apartar la mirada de las fauces ensangrentadas del animal, que masticaba con vigor lo poco que quedaba de un soldado presumiblemente whërtiano. Lo que quedaba de su armadura de placas crujía bajo el peso de su gigantesca mandíbula.
—¿Y estropear tu introspección? No lo quisiera yo —respondió Skadi.
—¿Entonces a qué has venido? —preguntó molesto.
—Ha llegado una carta de Ymar y supuse que querrías ser el primero en leerla. —Le tendió un sobre blanco con el sello del Rey Sin Cadenas.
—Dáselo a Kaehlan, yo no tengo tiempo para ello.
—Hace días que no sabemos nada de ella.
—¿Llevo tanto tiempo aquí encerrado? —preguntó, como salido de un trance, y miró a Skadi.
—Más del que imaginas, nos tienes preocupados.
Jörgen se giró y la miró. Skadi no pudo reprimir un gesto de sorpresa al ver las ojeras que se habían instalado bajo los párpados del runario. La barba oscura estaba más crecida de lo que la recordaba y mucho más desaliñada. El conjunto lo hacía parecer mayor de lo que era.
—No sé si hueles peor tú o el drágara. —El drágara gruñó ante el comentario.
—Eso no voy a discutírtelo, Skadi. Me vendría bien una ducha.
Cuando salió al exterior, la luz del sol le cegó como a un murciélago. Fuera, el mundo seguía su curso habitual. Mientras caminaba junto a Skadi veía a su alrededor a los mercaderes vendiendo sus verduras, carnes y pescados a la vez que competían por ser el más oído. El herrero maltrataba el metal con su martillo hasta convertirlo en una espada, hacha o cualquier clase de arma. Aunque también podría ser una armadura o incluso una azada. Los niños corrían despreocupados por las calles sin mirar si chocaban con alguien. Los pesados animales de tiro portaban gigantescos sacos y enormes carros llenos de mercancías para llevarlos a los almacenes de la ciudad, donde se les pagaría una cantidad en función del producto.
La Casa de los Maestros se fue dibujando en el horizonte a medida que se acercaban. Corpulenta como un titán, se asentaba en la falda de un pequeño monte. Su entrada era el cráneo de un dragón con las fauces abiertas invitando a entrar en sus entrañas. El techado de placas, que cubría la parte no internada en la montaña, estaba decorado con varias decenas de colmillos de dragón del tamaño de un brazo. Pasada la entrada, les acogió un pasillo que desembocaba en un gran salón. El interior tenía dos plantas, haciendo la segunda de palco, pues sólo ocupaba las naves laterales del salón. La habitación estaba iluminada por sendas lámparas de aceite que colgaban de las columnas del piso superior; y, por encima de ellos, colgaba una gigantesca lámpara de hueso. Bajo esta había una larguísima mesa de roble tallada con cientos de runas y nombres en lenguajes ya olvidados. En torno a ella se habían reunido las personas más cercanas al clan Naa, pero quedaban muchos sitios vacíos.
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La Vigilia del Dragón
FantasyLos reyes de Whërtia han sido asesinados de forma misteriosa en la sala del trono en la capital del reino, Dracania. Sin testigos sólo quedan preguntas y recelos. Las princesas Oscandra y Luxia Dranile cargan ahora con el peso de encontrar al c...