Capítulo 12

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  A pesar del frío material del que estaba hecho el trono, Oscandra se sentía cómoda en él. Llevaba cerca de media hora allí sentada conversando con su querido bufón, que se encontraba sentado en los escalones que conducían al trono. Konga dormía plácidamente junto a sus pies y un rayo del intenso sol se abría paso a través de la cúpula, iluminando la estancia y llenándola de un agradable calor.

—¿Cuánto tiempo más voy a tener que esperarle?

—No lo sé, Alteza. Hace una hora llegamos a la fortaleza y le dije al ancianito que en cuanto hubiera calmado su hambre y sed en las cocinas, viniera a veros.

—No sé por qué le has hecho una oferta tan generosa, Goisch.

—Ya que no pensaba salir a recibirnos, he creído que así ayudaría a que no pensase que ha sido por falta de hospitalidad. Tiene que dar una buena imagen, mi reina.

Oscandra se mantuvo en silencio, aceptando que su Goisch tenía toda la razón del mundo. No era nada nuevo, el bufón siempre había sido sorprendentemente astuto.

—Es cierto, amigo mío. Has sido muy hábil. Sólo espero que no tarde mucho más en hacer acto de presencia.

—No se preocupe, Alteza, ya están aquí.

Oscandra abrió la boca para preguntar cómo lo sabía, pero en ese instante las pesadas puertas doradas se abrieron dejando paso a un grupo de hombres. Los primeros eran dos guardias reales, seguidos por dos hombres jóvenes que desconocía y un anciano ocupando el lugar central del colectivo. Detrás caminaba otro hombre embutido en una armadura ambarina. Otros tres de sus propios guardias cerraban el círculo. Los hombres avanzaron hasta ocupar un lugar más o menos central. Los guardias que iban delante se apartaron, dándole el relevo al anciano y a sus dos acompañantes, que la saludaron con una inclinación de cabeza que ella no dudó en responder, aunque seguramente su expresión no era de nada parecido al júbilo, no tenía ninguna gana de mantener esa conversación y mucho menos ahora que podía observarles, parecían un ridículo conjunto de corderillos. Mantuvo la vista fija en el de mayor edad, suponiendo que sería Nagan.

—Por fin le tenemos aquí, Lord Smarrin. Qué grata noticia.

Juntó sus manos de forma piadosa, pero no había esfuerzo alguno en su voz que buscase que aquello sonara creíble.

—Es todo un honor poder estar ante vuestra Alteza, disculpe la demora.

Era tan pedante como educado. Aunque no había sorpresa alguna en ello, tuvo que esforzarse para sustituir la mueca de burla que estaba a punto de poner por una amplia sonrisa.

—No se preocupe, llega justo a tiempo para la ceremonia, el resto de invitados acaba de llegar o está a punto de hacerlo, se podría decir que es como si usted fuera uno más de mis queridos y acogidos señores whërtianos.

—Oh, disculpe mi atrevimiento, pero no creo que me tenga en tan alta estima dado que no soy más que un extranjero en su tierra.

Rio tratando de parecer cercana, familiar y cómoda, aunque se mantenía firmemente sentada en el trono como forma sutil de mantener la jerarquía y las diferencias entre ambos. Estaba en su casa, en su reino, y era algo que más le valía recordar.

—Pero sin duda me desea el mismo bien que a ellos, ¿no es así, Lord Smarrin?

—No tenga duda de ello, no deseo ningún mal a ningún whërtiano, de hecho, tenemos a algunos en nuestras tierras.

Dejó de reír y le miró como si realmente mostrase interés por sus palabras, igual lo hacía, aquello no era algo que esperase.

—Vaya, ¿de veras?

La Vigilia del DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora