Capítulo 17

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   La brisa del alba transportaba el agradable olor de la tierra mojada. Había estado lloviendo durante toda la noche, pero de una forma tan fina y suave que nadie se había dado cuenta en todo el campamento. Con las primeras luces el campamento comenzó a convertirse en un montón de lonas siendo recogidas.

Jörgen Naa llevaba horas despierto entrenando con su espadón contra un indefenso árbol. Era su ritual previo a cada batalla. Las gotas de sudor caían desde su melena castaña para continuar deslizándose por su torso desnudo. Aquel día había recogido su barba oscura en una sola trenza que se descolgaba como una soga barbilla abajo. La aún tenue luz del amanecer hacía que los tatuajes azules de su piel pareciesen brillar por sí mismos. Su espada entraba en la madera sin esfuerzo alguno y salía de ella siempre dejando tras de sí una herida brutal. Ymar siempre le había dicho que actuaba igual que madre, imaginaba que cada árbol que atacaba era un rival, pensaba en cada táctica que pudiese emprender y en cada estrategia que pudiesen usar contra él. Siempre había soñado con ser como ella, vivir sus mismas aventuras, forjarse una leyenda para que algún día también fuese inmortalizado en el Bosque de los Héroes. «Algún día», se repetía constantemente. Cuando oyó el primer cuerno de llamada, dejó lo que estaba haciendo, enfundó el espadón y se encaminó hacia el campamento, ya desmontado. No se había alejado demasiado, por lo que no tardó en llegar hasta allí. Sus hermanos ya se habían reunido y estaban preparados para oír cualquier cosa que tuviese que decirles.

El clan Naa era el más antiguo y poderoso de todos cuantos existían en Runaria, y probablemente más allá. Pero ahora se encontraban en el límite de su tierra. Jörgen ascendió hasta una roca alta y, aprovechando la acústica del lugar, comenzó con su discurso. Lo había dado un centenar de veces, pero, aun en aquel momento, se sentía nervioso.

—¡Hoy es un día de júbilo, tendremos la oportunidad de ganarnos nuestro lugar en la Guerra Eterna! —Esperó a que los gritos de furor de sus hermanos cesaran para continuar— ¡¿Qué ocurrirá si caemos?!

—¡Nos levantaremos más fuertes! —gritaron a coro.

—¡¿Y si morimos hoy?!

—¡Seguiremos luchando mañana! —gritaron de nuevo.

—¡Nacimos entre la sangre y el hierro!

—¡Y a hierro y sangre moriremos! —continuaron al unísono.

—¡¿Qué hacemos con los huesos de los enemigos?! —preguntó Jörgen a la multitud.

—¡Armaduras para enfrentar a la muerte!

—¡Hoy es el día perfecto para la forja! –Inspiró una bocanada de aire– ¡Somos inmortales sedientos de sangre y nuestro reino es el cielo, ningún mortal puede matarnos porque la muerte es nuestra hermana!

Todos corearon aquel cántico y partieron a la batalla siguiendo a Jörgen Naa, con los tambores y los cuernos de fondo.


Oían en la lejanía los cuernos de guerra acompañados por el estruendo de los tambores y los cánticos que parecían venir de todas partes. No sabían desde qué dirección serían atacados ni de cuántos enemigos se trataba. Aquello había sido un suicidio desde el mismo momento de su concepción. Vestían armaduras negras los soldados rasos y doradas los oficiales. En el lado derecho del pecho tenían grabado el orgulloso dragón, blasón del reino de Whërtia, dorado en los unos y negro en los otros.

—¿Está seguro de esto? —preguntó el segundo oficial.

—No es cuestión de seguridad, sino de honor y deber hacia nuestra patria —contestó el oficial Makall Arrior.

La Vigilia del DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora