Capítulo 3.2 Matías.

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Abrí mis ojos de nuevo, me sentía bastante extraño, como si tuviera gripe, y el malestar recorriese como de costumbre cuando me enfermo, mi garganta, abrí los ojos, lo primero que fi al parecer fue el techo, de color blanco, tan luminoso que de inmediato tuve que cerrar los ojos de nuevo, pero hasta que no me levanté no me había dado cuenta de que llevaba una camisa de fuerza encima, todo se redujo a ese momento, me desplomé en el suelo y allí permanecí con la mirada perdida hasta que después de unos minutos me enviaron el almuerzo por una rendija como si de un animal salvaje se tratase, lo que no entendía es como comería si ni siquiera podía mover las manos. Después de no comprender como se supone que debía comer, preferí no mirar la bandeja para evadir el hambre.

Parecía estar encerrado en un cubo de hielo, todas las paredes eran blancas, no había ápice de color, y el mobiliario era conformado tan solo por mi cama y un un pequeño sillón, tan insípido que las primeras semanas no pude más que llorar. Luego después de ver de que se trataba la historia comencé a entenderlo, me estaban medicando y convenciendo para que mis síntomas no cobrasen vida de nuevo, el veredicto, sufría de esquizofrenia. Por eso absolutamente todo era tan simple y blanco, homogéneo y limpio, de allí no podría recurrir a mundos paralelos como el indio de la botella de cocuy, que pudiesen herirme o herir a los demás.

Conforme pasaba el tiempo se me comenzó a caer el cabello, no se si era por que no me daban champú, o por que casi no me daban la oportunidad de bañarme y tampoco se con certeza se era por que estábamos en un zona muy árida o tenían miedo que me ahogase en mis sueños. En cuanto a la comida, más tarde descubrí que una vez pasaban la comida mi camisa de fuerza parecía desactivarse por unos minutos para darme la oportunidad de comer. Después de haber pasado los tres primeros meses, esperando por alguna respuesta, algún contacto físico, con alguien más que no fuesen los doctores completamente enmascarados, que realizaban mis terapias. Escuche de fondo por primeras vez susurros que comenzaban a acercarse, y la curiosidad me mataba tanto como la agonía.

Era mi padre, no podía creerlo, sentía que todavía estaba en una alucinación, y tal vez fuera posible, nada absolutamente nada de lo que había vivido los últimos meses me indicaba que cualquier cosa por más extraña que fuese, podía ser real a pesar de que ese pensamiento era el que tan puntualmente intentaban erradicar de mi cabeza.

Entró escoltado por dos vigilantes de seguridad de lo que sigo imaginándome como algo inmenso, me mira de pies a cabeza sin creer estar por fin a mi lado y sin mediar palabra pregunto -¿Por que habías tardado tanto en venir a buscarme?- Intenté por primera vez quitarme la camisa de fuerza mientras lloraba mis pensamientos, es mi rostro que no veía luz de las estrellas desde hacía mucho tiempo, e intentaba entender por que esta depresión tan grande me azotaba en aquella soledad donde mis alucinaciones eran mi única vía de escape para una jaula que parecía no tener límites. Comencé a gritar pues el dolor que estaba sintiendo iba más allá de toda esa situación de abandono, de exclusión y soledad, sentí que no podía tolerar más mi pasado y que todo regresaba como un deja vu a mi presente para atormentarme por el resto de mi vida y grité- Culpable, tu eres quien me hizo esto, tú me dejaste solo cuando más te necesité y ahora mira donde estoy, llorando por una vida miserable encerrado en ninguna parte, recorriendo mis miedos todos y cada uno de los días que he permanecido aquí, aquí bajo, esta horrible camisa blanca que me ha tenido amarrado, no he sabido nada de ti, de mamá, de nadie, y ¿ahora vienes llorando?- Estaba respirando muy profundamente y sentí que nunca había llorado tanto en mí vida, mi pecho buscaba aire y mis brazos estrangular a alguien, pero mi padre fue el que se desplomo de rodillas en el suelo llorando, incluso más que yo, pues el también sabía lo que había echo.

Se veía bastante envejecido, delgado, pálido y triste, parecía que hubiesen pasado años desde la última vez que lo vi, y a pesar de todo lo que me ocurría sentía empatía por él de la forma en que me miraba, de la misma forma que ambos habíamos padecido la soledad y el sentimiento de culpabilidad, la distancia y el encierro. Me miró, y angustiado trató de explicarme lo que había pasado.

-Siento mucho que tengas que pasar por todo esto, y siento mucho no haber podido llegar a ti hasta este momento, pero te juró que no es mí culpa. Ese día todo lo que habías vivido no había sido un sueño, ese anciano realmente existía y esos golpes fueron reales, golpes que después de acumularse acabaron hiriendo gravemente al señor- Se detuvo por un momento y levanto su mirada cabizbaja hacía mí, mientras yo traté de recordar el suceso, de nuevo y como todos los días a todas horas, a pesar de que con tanto impetud mi psicóloga me insistiera en olvidarlo - Tú lo apuñalaste con su botella de vidrio, que tú mismo habías roto mientras el se retorcía del dolor tirado en el piso y desgraciadamente.... murió- En ese instante parecí haberme ahogado en la ducha, pero no con mis sueños sino con mis pensamientos, y la primera palabra que estalló en mi cabeza fue... asesino.

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