Capítulo 3.8 Matías

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Habíamos llegado a la puerta infinita, pero sentía que algo se movía tras los arbustos, el problema era que no tenía tiempo de mirar, no importaba, estábamos a punto de escapar. Mi padre corría un metro por detrás de mi, estaba muy cansado, aunque creo que le había afectado más la adrenalina del viaje infinito. Una vez tuve la puerta enfrente busque el pomo, que por cierto no tenía, era como si esa puerta fuese una prolongación de la pared, no encontraba el pomo y tampoco la ranura, y lo más desconcertante es que desde que la vi tuve el presentimiento de que era una puerta, bueno a decir verdad, una puerta no es solo una puerta por su cerradura ¿no?

Una vez mi compañero levantó la cabeza se dio cuenta de lo que sucedía y su rostro se torno modo tragedia infinita, me imagino que comenzó a preguntarse como justificaría su complicidad para tampoco ser encarcelado de por vida, por supuesto no creo que mi padre sea un traidor, pero mucho menos pensaré en la posibilidad de derrota. Palpando la puerta mi corazón comenzaba a latir con más fuerza y la euforia corría por mis venas como el último respiro antes ahogarme. Todo estaba en mi contra, el mundo, la puerta, Igna, el infinito... pero !la encontré¡ Si era una puerta, el problema era como la abriríamos y los vigilantes ya habían llegado a la plaza central del parque.

-¿Y ahora Matías?- Mi padre exclamo al borde del infarto.

En ese preciso instante volvía a levantar mi mano derecha con el zapato puesto, y el solo pudo devolverme una mirada de asco por mi intensa locura. Lo que él no sabía, y por lo que veo la doctora Igna tampoco era que le había robado las llaves que sin querer se le habían caído al suelo, y el zapato fue la excusa perfecta para esconderlas conmigo. Al retirar mi mano del zapato con las llaves la doctora y los vigilantes parecieron darse cuenta entonces, el problema era la llave.

Por suerte eran solo cinco, la primera se resistía, al igual que la segunda y los guardaespaldas estaban a escasos diez metros, con mi corazón a punto de explotar comencé a regañar a esta gente, pues para mi sorpresa ahora que me fijaba todas las llaves eran exactamente igual y blancas. Al tercer intento fue la vencida y al oír como pasaba la cerradura a modo libertad infinita no pude contener la emoción de tirarle el zapato en la cara a los vigilantes empujar la puerta de prisa y cerrarla arcando en ella la cara estrellada de los vigilantes.

-¡Papá lo logramos! Estamos fuera, vámonos de aquí- Mi expresión jamás había sido de mayor felicidad aunque no me duró mucho, al ver que el reverso de la pared por la habíamos escapado era también y para colmo de color blanco.

-Hijo, estoy muy feliz por ti, pero...Yo debo volver con mamá a casa, y si tu haces lo mismo te encerrarán de inmediato- Comentó mientras se encogía de hombros con un ademán calmado y triste.

-Sí, lo se, supongo que no lo había pensado cuando le quite el zapato a Igna, pero no lo se, no podemos regresar ahí, yo no puedo- Conteste con mis pupilas aún más dilatadas que en la huida.

-Entiendo todo lo que dices, pero mira, mira esta ciudad, es tan inmensa como peligrosa, y no creo que aguantes más de un día en la calle, los humanimales han destruido todo lo que somos, lo que teníamos- Al mirar al frente, donde los pocos árboles que habían terminaban vislumbraba la gran ciudad, esos tres meses apartado del mundo me habían echo olvidar las calamidades que esos monstruos nos habían echo y pensar que del blanco estaba cansado ahora todo el panorama era gris y rojo incandescente.

-Lo haré, vámonos de aquí antes de que nos atrapen- Lo abracé y corrimos colina abajo antes que el personal de seguridad nos atrapase.

En mi mente había quedado pegado el rostro de Igna al descubrir que había robado sus llaves, por suerte para mí, encontré la idónea a tiempo y traté de despejar mi mente lo mejor que pude, evadiéndome de los peligros de la ciudad y de la salud de mi padre, quería que regresase a casa, pero vivo. Por el momento sugeríamos corriendo hacía la ciudad truncada por híbridos, no importaban ya las pesadillas, ni los males casuales, seguiríamos volando hacía el futuro infinito.


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