Capítulo 1

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Luces blancas, brillantina dorada esparcida por el suelo de la mansión, telas negras decorando el techo dando un toque misterioso al lugar infestado de criaturas peligrosas y poderosas llamados oscuros, o mejor conocidos como demonios. Seres que en su mayoría se movían entre el dinero y que ocultaban su verdadera forma a la vista de los humanos. En el centro del salón principal una larga pasarela negra con incrustaciones de piedras preciosas creaba destellos angelicales a los seres cándidos que exhibían contra su voluntad.

Una pasarela ilegal y totalmente macabra, dominada por seres aún más crueles, se llevaba a cabo en ese rincón boato a las afueras de la ciudad. Uno tras otro los pequeños serafines iban desfilando con las más mínimas prendas siendo devorados por ojos perversos, minúsculas piezas de lencería adornaban sus delicados y pálidos cuerpos teniendo de fondo cada uno el ligero temblor llamado terror. Su esencia angelical los hacia ver más pequeños de lo que realmente eran, su inocencia era lo que más atraía a los seres oscuros que los veían con lascivia mientras recordaban el número escrito sobre su espalda para después poder poseerlos si así les apetecía. Existía en ese retorcido sistema dos maneras de obtenerlos. Uno era rentarlos por una noche o un cierto periodo de tiempo a escoger, y dos, si tenían un poco de encanto y lograban para suerte o fortuna embelesar a un buen comprador, podían estar eternamente al lado de esa criatura terrorífica. Un arma de doble filo.

El gran espectáculo de la noche se dividía en dos fases. La primera consistía en mostrar a los veteranos de la casa, aquellos que ya no valían tanto si se deseaban, ya que no conservaban su pureza inicial. Una simple cosa de segunda mano.

El segundo grupo era el más esperado de la noche, su inocencia era clave de hechizo, con su pureza intacta subían su precio a uno exorbitante, ya sea por una noche o por siempre se debía pagar por ellos una cantidad ridícula. Solo aquellos realmente poderosos podrían tomarlos. Un trofeo nuevo en un aparador de diamantes.

Cada noche de Halloween La Casa preparaba el mismo evento de gala, algunos nuevos venían y otros ya eran viejos conocidos que se reunían —para ver la nueva mercancía— esperando realmente encontrar algo interesante esta vez.

Ese era el caso de Louis Tomlinson, llevaba ya un par de años viniendo a la exhibición. A veces con suerte y antojo de una linda presa, otras veces aburrido terminaba la noche solitario en su penthouse. Ese mismo otoño gracias a las recomendaciones de un amigo se había planteado adquirir un pequeño serafín para sus inagotables noches, disfrutando así las veces que él quisiera cuando quisiera.

El primer grupo había terminado de pasar hace más de una hora y el segundo se preparaba llamando la atención de todos. Ese era el momento esperado de la noche, todas las miradas se centraron con total atención cuando las luces del salón bajaron para dar paso a las relucientes del escenario.

En segundos un oscuro de traje blanco salió teatralmente del suelo mientras el escenario era cubierto por niebla espesa artificial, con un micrófono en mano alardeo sobre los pequeños que habían conseguido desde diversas partes, lo hermosos que eran y lo bien que se la pasarían con ellos si podían pagar su precio. Una vez que terminó su aburrido discurso de todos los años, sin más los serafines empezaron a salir uno por uno.

Delicadas panties de encaje adornaban las pequeñas caderas, collares con cascabeles, ligueros, orejas esponjosas y simulaciones de colas pegada a su minúscula ropa interior tomando la temática de algún animal, medias altas de encaje o moños a la altura de los muslos, pies descalzos, algunos casi desnudos otros con un baby doll. Colores pastel destacaban en los cuerpos, todos con la misma temática de Sugar baby.

El aura blanca que desprendían, el miedo en sus ojos, el pequeño temblor en sus labios, la timidez escrita en sus facciones eran una luz brillante que los atraían como abejas a la miel. Sus alas como las de todos de su especie ahí, estaban recortadas y atadas para evitar que intentaran huir. Pero ellos no eran estúpidos como para no saber que no podían hacerlo, aunque lo desearan. Esa nada sutil muestra era lo que los diferenciaba de la supremacía que ejercían los contrarios. Con las horrorosas amenazas tenían más que suficiente para tragarse su miedo y tratar de sobrevivir.

Muchos recordaron los números asignados a los cautivos preparados para pedirlos. Un espectacular catalogo en vivo.

Louis estaba recargado en una columna blanca de arquitectura griega, las luces segadoras del centro no llegaban hasta esa zona y se sentía más cómodo en la oscuridad lejos del bullicio que se formaba alrededor de la pasarela.

Le fastidiaba escuchar lo que alardeaban todos aquellos que miraban con deseo a los ángeles, para él era mejor guardar sus deseos y después cumplirlos en la privacidad de una habitación, no veía el caso de expresarlo a idiotas que apenas y podían sobrevivir en la superficie. Sonrió con regocijo al estar muy seguro que en esa habitación el título del mejor postor por mucho se lo llevaba él. Que lo llamen arrogante, pero su tiempo prefería pasarlo en solitario que con aquellos que sólo buscaban beneficios a su costa. Reconoció esos ojos interesados en los que cruzaban su mirada con él, en los saludos demasiado efusivos y en los coqueteos descarados. Pasar de ellos de forma altanera era más divertido.

Observaba indiferente a cada serafín desfilar mientras sostenía una copa de champagne espumoso. Seguía sin encontrar alguno que le interesara.

Todos eran muy iguales y aburridos. La mayoría eran rubios y de ojos azules tan claros como el cielo. Los ojos de Louis eran azules con destellos grises, pero aquello no le quitaba lo azul y con ello le bastaba con ese color.

Faltaban aproximadamente diez de ellos para que acabara el desfile y sus ánimos estaban decaídos como para seguir ahí, esperaría mostrarse al último y se iría si no le gustaba ninguno.

—Número 28 —anunció el presentador animado y feliz como si eso no se tratara de algún acto ilícito.

De la inmensa cortina salió un lindo serafín de espesos rizos chocolates que captó la atención inmediata de Louis, tomó una mejor posición en su lugar observándolo frío y penetrante. El ángel tenía unos enormes ojos verdes cristalinos por las lágrimas retenidas, labios naturalmente rojizos y de un grosor exacto para desearlos, se encontraban hinchados por la constante presión que hacían sus perfectos y blancos dientes sobre ellos, su cabeza estaba baja mostrando sumisión y caminaba a pasos rápidos sin perder la elegancia natural de su ser.

Sus manos estaban atadas al frente con unas esposas rosas con forro de terciopelo blanco combinadas con su pequeño baby doll que lo cubría sutilmente. Del mismo tono que su vestimenta un collar con encaje blanco envolvía su cuello lechoso, sus largas y delgadas piernas portaban medias blancas con encaje, una pantie de encaje blanco y tono rosado con volantes de tela formaban un coqueto corazón en la parte trasera.

Louis no necesitó ver más para saber que lo quería a él. No sabía que retuvo el aliento hasta que lo vio desaparecer de nuevo por donde salió. Rio por su estupidez.

Aquel rizado era perfecto para lo que su retorcida mente imaginaba haría con esa linda criatura de ojos asustados, incluso su entrepierna cosquilleaba de anticipación, y, fallidamente tratando de ignorar su entrometido corazón, se permitió escucharlo una sola vez esa noche para cerciorarse que sus instintos y sus deseos fueran los mismos.

Y sorpresa. Claro que coincidían al cien por ciento.

Una muy larga noche le esperaba.

Mi Pequeño Ángel | Larry Stylinson AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora