Capítulo 8

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La cocina estaría totalmente silenciosa de no ser por el repiqueteo de la cuchara de Harry en el gigantesco tazón de cereal que Louis preparó para ellos. Tenían hambre y fue lo único más rápido que pudo hacer, y teniendo en cuenta que sus dotes culinarios eran nulos, era lo más comestible que prepararía que no los intoxicara.

Harry estaba estratégicamente sentado en el regazo de Louis para que su trasero no se presionara y doliera. En las recientes horas había perdido su virginidad y también había tenido su segunda y tercera vez. Una en el baño y otra mientras Louis lo vestía con una camisa blanca que le quedaba muy grande.

El ojiverde comía tan rápido que en una ocasión casi se ahoga por el cereal que metía a su boca sin piedad. Los dos comían del mismo plato, sin embargo, Louis se percató que se quedaría con hambre cuando en un abrir y cerrar de ojos el tazón lleno término vacío y sintió la pancita del rizado abultada bajo su mano.

—No, ya te dije que no —Harry formó un puchero y cruzó los brazos sobre su pecho muy molesto.

—Tengo que ir ¿de acuerdo? —Louis rodó los ojos por quinta vez.

Louis debía ir a la corporación que dirigía. Para él también se volvía difícil —por alguna extraña razón— dejar a Harry solo en ese enorme lugar que ahora más que nunca parecía su hogar.

—Harry... —lo llamó con un toque de advertencia.

—Qué —espetó molesto.

Con un suspiro derrotado cayó en su trampa. —De acuerdo, te llevaré conmigo.

El rizado sonrió satisfecho a lo que recibió, por un momento creyó que lo dejaría.


—Entre más te resistas, más caerás —Harry comentó sonriente comiendo la última cucharada de cereal que quedaba.

—Sí sí, lo que sea —Louis limpió con una servilleta las comisuras de la boca color cereza.

Subieron a la habitación tomados de la mano, Louis dejó a Harry sentado en la cama y se dirigió al armario en busca de algo para vestir. Cinco minutos después salió con un traje negro pulcramente puesto en una percha junto con unos impecables zapatos de corte italiano, una camisa blanca en la otra mano y un juego de ropa deportiva para el ojiverde.

—Es lo más pequeño que pude encontrar —le dio a Harry todo lo que según él necesitaba para no llamar la atención.

Quince minutos después los dos estaban listos para salir. El cabello de Louis estaba acomodado en un tupé y las gafas de sol daban el último toque a su imponente figura. Harry se colocó una polera, joggers y una sudadera que quedaban enormes en su delgado cuerpo. Los cordones de las Vans de Louis tuvieron que ser atados a sus tobillos para que no se salieran de sus finos pies que estaban hechos más para delicados zapatos.

Después de un viaje no muy largo llegaron a las instalaciones de la empresa. Un enorme tipo de seguridad se encargó de llevarse el auto de Louis. Harry alzó la mirada curioso al edificio de interminables pisos. El sol reflejaba sobre los cristales negros de la estructura y hasta donde su visión alcanzaba, seguía más allá de lo que su cuello podía estirarse a ver.

Los dos entraron tomados de la mano reconfortando a uno con su simple toque. El rizado observó todo a su alrededor con ojos curiosos y sorprendidos. Todo ahí era muy elegante y nada demodé. Estaba un poco abrumado con el lujo que desprendía ese lugar.

Harry sujetaba la muñeca de Louis con sus dos manos, una entrelazada con los suaves dedos del castaño y la otra sobre la muñeca adornada con un selecto reloj. Daba más la apariencia de un cachorrito asustado —con medio cuerpo oculto tras Louis— temiendo perderse en ese desconocido lugar.

Mi Pequeño Ángel | Larry Stylinson AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora