Capítulo 10

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Louis decidió vestir a su agraciado rizado con un lindo vestido blanco con estampado de flores, un suéter esponjoso y dejando sus largas piernas pálidas descubiertas, cubrió sus pies con delicados zapatos. Una muñeca de porcelana total con sonrisa malévola. Su intención era presumirlo a cualquiera que mirara en su dirección. Se deleitaba de sus ojos envidiosos porque eso sólo confirmaba que Harry era únicamente suyo y nunca nadie podría poseer al hermoso ojiverde que sostenía su mano.

Debajo de toda prenda apta para los ojos de los demás, contrastaba con su atuendo y su lechosa piel, una bonita braga negra hecha con el más fino encaje. Se amoldaba tan bien en las suaves caderas que parecía una segunda piel.

Los dueños de estos seres los vestían como a ellos se les antojara, eran prácticamente sus muñecas a las cuales podían vestir y desvestir, hacerles lo que deseaban y pudieran, al final del día, eran de su propiedad y no era como si alguien fuese a reclamar sus malos tratos.

Sin embargo, Harry estaba muy cómodo con la ropa rosa que usaba. Se sentía hermoso y amaba que Louis lo viera con agrado, incluso se atrevía a decir que había una pizca de amor en sus ojos, una apuesta muy riesgosa.

—Te quedarás aquí, no salgas y no hables con nadie que no sea yo —el ojiazul deposito un beso en los suaves labios y lo dejó cerrando la puerta tras de sí.

Harry observó a su alrededor después de no sentir la presencia de Louis. Se percató entonces que estaría un buen par de horas solo. Trató de encontrar algo con lo que distraerse, pero un par de minutos después supo que era imposible, todo lo que había era aburrido y tal vez si tocaba algo de más y lo estropeaba Louis se enojaría con él. Recordó la escena de hace unas horas en donde el motivo fue él, más no el causante. Se encogió al recordar el dolor en su cuerpo al ser lanzado al suelo por una furiosa mujer, recordó el semblante molesto del castaño, sus ojos negros y sus manos hechas puños. Se estremeció al imaginar ser el blanco de su enojo y anotó en su lista mental jamás hacer enojar a Louis. Bueno, quizá no tanto.

Con un suspiro se acurrucó en un extremo del sofá y observó por el enorme ventanal la caótica ciudad a sus pies. El sol estaba oculto por unas gruesas nubes de tonalidades grises y el día auguraba ser lluvioso y helado.

Inconsciente extendió su ala derecha que resbaló como seda por el sofá hasta descansar en el suelo, giró su cuerpo sobre su costado y en silencio comenzó a delinear cada pluma tratando de no morir de aburrimiento. Ellas eran tal y como las recordaba, firmes, pero tan suaves, todas tenían algo en particular, aunque parecieran exactamente iguales.

No era la primera vez que hacía eso, en las noches cuando era encerrado en los fríos barrotes, las acariciaba y se cubría con ellas tratando de darse confort. Amaba sus alas más que cualquier parte de su cuerpo. Para él tenían vida propia y lo arrullaban para decirle que todo estaba bien, que había un lugar donde estaba seguro y podía imaginar libremente que afuera no había alguien cáustico esperando por la mañana. Aunque su barrera era frágil, para él era con lo único que podía defenderse de los golpes y gritos.

—Qué bonito eres —una suave mano apretó su mejilla.

Harry dio un pequeño respingo en su lugar incorporándose de inmediato al ser sacado de sus pensamientos bruscamente. Ya estaba casi adormilado por el aburrimiento en aquel lugar, perdió la cuenta de las horas que llevaba ahí.

—No te asustes no te haré nada —unos ojos color ámbar se colaron en su panorama. Eran muy bonitos y un brillo pícaro se mezclaban con la belleza que poseían al ser adornados con esas tupidas y largas pestañas negras—. Me llamo Zayn. Tú eres...

—Harry —contestó tímido con un sonrojó en sus mejillas. Entonces recordó que Louis dijo que nada de hablar con extraños. Pero Louis no estaba aquí ¿cierto?

Mi Pequeño Ángel | Larry Stylinson AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora