Capítulo 22

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Cuando Alexander caminó hacia mí, no pude moverme, o más bien, no quería hacerlo. Algo dentro de mí, algo salvaje y primario, se había apoderado de mi cuerpo. Verle arrancarse la camisa, como si el contacto con la tela le quemara, le molestara, le hacía parecer más animal que humano. Sobre todo sus ojos, oscuros, brillantes, hambrientos, clavados sobre mí, clavándome en aquel lugar, paralizándome. Cuando llegó hasta mí, su calor me envolvió, como una ola ardiente. Mi piel empezó a picar, como si anhelara algo, necesitando un bálsamo que la calmara. Entonces me besó. No fue tierno, no fue dulce, fue una conquista. Él no pedía, tomaba, y exigía, como si tuviese todo el derecho de cogerlo, era el dueño de todo.

Debería haber dejado que tomara lo que quisiera, sin prestar batalla, sin negarme, sin participar, como hacía cuando Leopold cogía de mí lo que quería. Pero mi cuerpo tenía otras directrices. Mis brazos se alzaron sobre él, y se lanzaron sobre su cabeza. Mis dedos se metieron entre los sedosos mechones, aferrando con fuerza, tirando pero no para alejarlo, si no para sostenerlo allí, para acercarlo más. Su sabor era increíble; fuerte, ardiente, excitante y a la vez adormecedor. Como un trago largo de un buen whisky. Entró en mi, calentándome desde dentro hacia fuera. Podía sentir mi sangre rugir, mis huesos vibrar, mi carne estremecerse, mi piel incendiándose.

Nunca había saltado desde un avión, pero podía comprender como se sentían los que lo hacían. En aquel instante, me sentía caer hacia el suelo, viendo como cada vez se acercaba más, sin poder hacer nada por evitarlo. Amando la sensación de la caída, aún sabiendo que la muerte se acerca, porque yo no tenía paracaídas.

Sus labios eran de lava, porque sentí la quemadura en mi piel, cuando se deslizó por mi mandíbula, dejando un rastro ardiente por mi cuello. Sentí su lengua saboreando mi piel mientras descendía, recogiendo mi sabor mientras exploraba. Sus dedos deslizaron los tirantes de mi vestido y sujetador, desnudando cada porción de piel que se moría por ser tocada. Era contradictorio sentir que tu piel gritaba por su toque, y al mismo tiempo moría en deliciosa agonía cuando lo hacía.

Sus manos me aferraban con firmeza, quizás demasiado fuerte, como si no pudiera contener su fuerza. Su tacto no era ni suave ni áspero, pero nunca desagradable. Me había arrastrado hasta un limbo de placer, en el que no era capaz de notar nada a mí alrededor, pero al mismo tiempo, podía sentirlo todo. No me había dado cuenta de que mi ropa interior había desaparecido, hasta que sentí su lengua deslizarse sobre mi monte de Venus. Escuché su gemido atormentado antes de lanzarse a besar aquella zona tan íntima. Sus labios abiertos acompañaban a su exploradora lengua. ¿Puede una mujer ser besada con lengua allí?, pues lo es. Sentía aquel húmedo músculo, tantear con curiosa satisfacción, cada pequeña parte de mi íntima anatomía. Mi clítoris recibía con gusto cada perla de atención, mis labios estaban hinchados, y la cavidad de mi interior, estaba desesperada por más atención de la que estaba recibiendo.

Escuché un rugido ascender sobre mí, el vacío de su toque me hizo abrir los ojos que no sabía que tenía cerrados, buscándolo. Pero él no se había ido, estaba allí, su boca a unos milímetros de la mía, sus ojos exigiendo, quizás con un pequeño atisbo de perdón. Y entonces supe por qué. Noté como entraba en mí de un enérgico empellón. El aire se escapó de mis pulmones, arrastrando un pequeño grito desde mi interior. Sus ojos buscaban una respuesta en mi cara, mientras su cuerpo permanecía inmóvil, expectante. Noté algo líquido resbalar por su piel, entre mis manos. El olor metálico filtrándose en mis fosas nasales. Estaba demasiado familiarizada con aquel olor para no reconocerlo: sangre. Su sangre. Mis uñas se habían clavado en sus hombros, tan profundo, que la sangre brotó de su cuerpo. Pero él no parecía sentir dolor por ello, ni siquiera lo había notado. Parecía tan centrado en mí, que lo demás no existía. No pensé, tan solo sentí mis piernas envolviéndose fuerte alrededor de su cintura, empujando con mis pies su duro trasero contra mí. Noté mi hueso pélvico recibir aquella deliciosa presión, y un tremendo orgasmo me recorrió con fuerza. La boca de Alexander recogió el gemido que salió de mí, mientras su cuerpo empezaba a moverse lentamente dentro y fuera de mí. Sus fuertes manos me sostenían por las nalgas, mientras mi espalda seguía apoyada contra el tronco el árbol. Sus embestidas empezaron a profundizarse, a acelerarse, su respiración se hizo más pesada. Noté la dureza de la corteza clavándose en mi piel, como si fuese un cuchillo, y noté el cambio en el aire, mi olor estaba allí, mi sangre. No fui la única en notarlo, porqué sentí su energía cambiar. Él estaba más enardecido, más descontrolado, más salvaje. Sus movimientos se volvieron más duros, más rápidos, más impetuosos, pero no era el único que sentía aquella intensa energía recorrer por su cuerpo. Sentía mi segundo orgasmo acercándose sin tregua, imparable. Y lo acerqué más a mí, envolviendo uno de mis brazos bajo su brazo para tirar de su espalda contra mí. Mi otra mano, penetrando entre los sedosos mechones de su pelo, para aferrase a ellos con fuerza. Y entonces llegó, sacudiendo mi mundo de una manera que nunca había pensado posible. Mi boca se abrió mientras gemía con fuerza, y mis dientes se clavaron en la sabrosa piel de su cuello, atravesando la carne con asombrosa facilidad. E hice lo que nunca imaginé que haría, bebí de él, bebí de su sangre.



Soy suya, su "Trufa Blanca" (En pausa, esperando inspiración)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora