23. Hagrid Culpable.

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Alice espero a que Lavender y Parvati se durmieran, para que ella pudiera bajar, en esos momentos Alice era el cerebro del grupo, pero sin Hermione se le haría difícil.

Alice, se puso un short y unos tenis, para bajar a encontrarse con sus amigos, pero no los encontraba en el momento que había bajado

—Psss Alice.

— ¿Dónde están? — pregunta Alice en un susurro, la toman del codo y le tapan con la capa.

El recorrido por los corredores oscuros del castillo no fue en absoluto agradable. Harry, que ya en ocasiones anteriores había caminado por allí de noche, no lo había visto nunca, después de la puesta del sol, tan lleno de gente: profesores, prefectos y fantasmas circulaban por los corredores en parejas, buscando cualquier detalle sospechoso. Como, a pesar de llevar la capa invisible, hacían el mismo ruido de siempre, hubo un instante especialmente tenso cuando Ron se dio un golpe en un dedo del pie, y estaban muy cerca del lugar en que Snape montaba guardia. Afortunadamente, Snape estornudó en el momento preciso en que Ron gritó. Cuando finalmente alcanzaron la puerta principal de roble y la abrieron con cuidado, suspiraron aliviados.

Era una noche clara y estrellada. Avanzaron con rapidez guiándose por la luz de las ventanas de la cabaña de Hagrid, y no se desprendieron de la capa hasta que hubieron llegado ante la puerta.

Unos segundos después de llamar, Hagrid les abrió. Les apuntaba con una ballesta, y Fang, el perro jabalinero, ladraba furiosamente detrás de él.

—¡Ah! —dijo, bajando el arma y mirándolos—. ¿Qué hacen aquí los tres?

—¿Para qué es eso? —preguntó Harry, señalando la ballesta al entrar.

—Nada, nada... —susurró Hagrid—. Estaba esperando... No importa... Sientense, prepararé té.

Parecía que apenas sabía lo que hacía. Casi apagó el fuego al derramar agua de la tetera metálica, y luego rompió la de cerámica de puros nervios al golpearla con la mano.

—¿Estás bien, Hagrid? —dijo Harry—. ¿Has oído lo de Hermione?

—¡Ah, sí, claro que lo he oído! —dijo Hagrid con la voz entrecortada. 

Miró por la ventana, nervioso. Les sirvió sendas jarritas llenas sólo de agua hirviendo (se le había olvidado poner las bolsitas de té). Cuando les estaba poniendo en un plato un trozo de pastel de frutas, aporrearon la puerta.

Se le cayó el pastel. Alice, Harry y Ron intercambiaron miradas de pánico, se echaron encima la capa para hacerse invisibles y se retiraron a un rincón oculto. Tras asegurarse de que no se les veía, Hagrid cogió la ballesta y fue otra vez a abrir la puerta.

—Buenas noches, Hagrid.

Era Dumbledore. Entró, muy serio, seguido por otro individuo de aspecto muy raro.

El desconocido era un hombre bajo y corpulento, con el pelo gris alborotado y expresión nerviosa. Llevaba una extraña combinación de ropas: traje de raya diplomática, corbata roja, capa negra larga y botas púrpura acabadas en punta. Sujetaba bajo el brazo un sombrero hongo verde lima.

—¡Es el jefe de mi padre! —musitó Ron—. ¡Cornelius Fudge, el ministro de Magia!

Harry dio un codazo a Ron para que se callara.

Hagrid estaba pálido y sudoroso. Se dejó caer abatido en una de las sillas y miró a Dumbledore y luego a Cornelius Fudge.

—¡Feo asunto, Hagrid! —dijo Fudge, telegráficamente—. Muy feo. He tenido que venir. Cuatro ataques contra hijos de muggles. El Ministerio tiene que intervenir.

Alice y la Camara Secreta [AIH#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora