Capítulo 29: Vasija

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Capítulo 29:

Vasija

Gerald

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Gerald

—¿Valió la pena traicionarla? —pregunto mientras soy escoltado a la presencia de Arcadia.

El chico de piel morena y ojos azules era amigo de Mafer. Alguien en quien ella confiaba y que termino siendo su enemigo.

—Lo vale. Es una pena que no vayan a poder disfrutar de ese amor que se tienen. Ella nunca volverá a ser la misma una vez que se lleve a cabo el ritual, además serás el compañero de nuestra señora —me recuerda.

La maldita bruja me ha marcado para que permanezca a su lado una vez que logre liberarse de nuevo sobre nuestro mundo. Algo que todavía no tengo muy claro. Cada vez que me hace ir a visitarla evade todos mis intentos por sacarle información. Ella siempre habla de lo mismo, de su hermana y su venganza, pero sin arrojar ninguna revelación que pueda servirme.

—No cantes victoria tan rápido. Las cosas pueden cambiar —digo.

Avanzo hacia la sala donde Arcadia cree ser reina. Las jerarquías dentro de la hermandad no están bien definidas, mi abuela es quien parece liderar, pero con una cadena atada al cuello de la que tira Maritza. La está usando y ella no es capaz de darse cuenta.

Arcadia no está sola. Se encuentra en compañía de Yira. Kevin el hijo de la reina de hielo, y padre de los gemelos. Es un soldado con el alma encadenada a los pies de Maritza, al igual que Darla la madre de los elfos. Sus miradas vacías, y como si no tuvieran vida, pero el leve movimiento de sus pechos, me recuerdan que son autómatas. Cuerpos carentes de decisión propia, subordinados a los mandatos de un ser malévolo.

Ambos son el vivo ejemplo de lo que pueden ocasionar los olvidados.

Los olvidados son huéspedes en las hadas de la hermandad. Los sacrificios son su mejor alimento, y con el pasar de tiempo desplazan al que se han anclado. En el caso de Darla, no me atrevo a decir que ella siga estando allí. No creo que exista un retorno para ella o Kevin.

—¿Para qué me hiciste venir? —pregunto.

Arcadia desvía la mirada de la jovencita que se encuentra tirada en el suelo. Desde que Yira me dejó en aquella celda no he tenido oportunidad de volver a cruzar palabra con ella. La he visto en más de una oportunidad, pero no coincidir como para sacarle información.

—Debes curar las heridas de Yira —ordena.

Ella sabe muy bien la razón por la cual evito usar mis habilidades de sanación. Las heridas de Yira pasarán a ser mías.

—Tienes sanadores para eso —replico.

—Pero lo harás tú —se levanta como una fiera.

Algo pasó para que ella quiera lastimarme de alguna manera. No puede causarme daño porque Maritza no lo permite. Si sano las heridas de Yira, me estaría lastimando yo mismo.

Encantus. Alas de fuego (libro 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora