Capítulo VII

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-¿Esperabas a alguien? -me pregunta Silvia.
-Sí, a ti, cada mañana a mi lado en la cama.
Sonrió como una boba y la bese para encaminarme a abrir la puerta. Mire por la mirilla antes de abrir. Era un cartero.
-Buenas, esto para usted.
-¿Para mi? -dije mirando el gran paquete que sostenía el cartero.
-Si, usted es Morgade, pues esto es para usted. ¿Sabe? No me lo creía cuando me dijeron que le tenía que traer un paquete a Ana Morgade.
Sonreía incómoda ¿Qué era ese paquete?
-¿Podría firmar...? -decía a la vez que señalaba el papel.
-Sí, si. Claro, perdona.
Firme, tome el paquete y cerré. Silvia seguía en el salón terminando de montar su móvil que se había desmontado cuando se le cayó al suelo.
-¿Qué es? -se acerco a mí.
-No sé.
Iba a abrirlo cuando me sujeto ambas manos y me miro con cara de súplica.
-Ábrelo después, por la noche, quiero salir cuanto antes.
-Está bien -dije mientras la abrazaba.
Estaba despampanante. Llevaba unos pantalones de pinza azules con una camisa blanca.
-Vas preciosa.
-Pues como tú, nena -me dijo.
-No creo.
-Cállate.
Me beso, cogimos nuestros respectivos bolsos y salimos de casa.
¿De casa? No. De mi casa. Ella y yo jamás tendríamos una casa. ¿O sí? Bueno eso ahora no es momento de pensarlo, Ana. Limítate a disfrutar de ella está semana que tienes libre. Libre de trabajo, de entrevistas, de reuniones, de ensayos. Sólo ocupada por la mujer que conducía.
-Cariño, ¿a dónde vamos?
-Paciencia Ana, paciencia.
Nos alejábamos del centro. No estaba asustada, no es la palabra, pues con Silvia nunca tenía miedo. Era curiosidad.
-¡Llegamos!
Me baje del coche y observe las vistas. Eran increíbles se veía todo Madrid, ya iluminado.
-Silvia... esto es precioso.
Rebuscaba en el maletero pero para un segundo para mirarme.
-No más que tú.
Me la comía, la amo tanto, tantísimo que es imposible de explicar.
-¡Lo tengo! -dijo alzando una manta.
Camino hacia donde yo estaba y estiro lo manta sobre el césped. Se sentó y con la palma de su mano me hizo una señal para que me hiciera la propio a su lado.
-Silvia -dije muy bajito.
-Dime -contesto de la misma manera.
-Te amo.
Apoye mi cabeza en sus muslos y ella se tumbo hacia atrás por completo a lo que yo aproveche para ponerme sobre su pecho.
-Yo también te amo, nena.
Cogí su mano y centra la vista, por un rato, en eso.
-¿De verdad? ¿Me amas?
-Ana, ¿qué pregunta es esa? Por supuesto.
-Me amas tanto... -suspiro-... ¿cómo para dejar a tu marido?
Ana ¿por qué no cierras la puta boca?
-Lo siento, yo no quería...
-¡No! -me corto ella-... No te arrepientas de tus palabras. Te amo, sí. Y en una semana podremos amarnos donde sea.
¿Una semana? ¿Se separaría de Andreu a la vuelta? Mi cabeza daba vueltas y me dolía. No recuerdo nada más.

Me desperté llegando a mi casa. Silvia al volante se concentraba en la carretera pero aún así se percató de que ya había abierto los ojos.
-Buenas bella durmiente.
Sonreí.
-Duerme si quieres, que ya llegamos y así vas directa a la cama.
-No.
Me miró con cara extraña.
-Quiero abrir el paquete, el de esta tarde.
-Ah claro, el paquete.
Dentro del ascensor ella me agarra por la cintura mientras besa mi pelo.
Llegamos y abro la puerta.
Me acerco al paquete y Silvia va detrás de mí.
Lo abro. Tiene una nota.
«Para mi princesa».
-¿Aceptarías ir a un baile de máscaras conmigo? -me susurra Silvia en el oído.
Sonrió como una gilipollas y retiro el papel, entonces lo veo, el vestido. Es negro con pequeñas perlas blancas y escote en forma de corazón.
Me giro.
-¿Tú? ¿Todo esto lo has hecho tú? -le digo mientras la señalo amenazante y la llevo hacia la habitación.
-¿Sabes qué? -ya hemos llegado a la habitación- te voy a comer.
Acto seguido la beso y me dejo caer en la cama con ella.

-¡Madre mía! -dice Silvia cuando me quito de encima suya.
-¿Qué tal?
-Brutal.
Me besa.
Hago el amago de levantarme de la cama cuando me detiene.
-¿Qué haces?
-Voy a encender la luz.
-¿Por qué?
-Parque quiero contemplar tus ojos, tus labios, tu piel, tu cuerpo, tu pelo. Porque no me vale sentirte, tengo que olerte, saborearte, oírte y verte. Verte par admirarte.
Enciendo la luz y la contemplo.
Me vuelvo a meter en la cama.
-Ana, cariño, ¿puedo contarte algo?
-Todo. Puedes contarme todo.
-Es que es... complicado...
-Ya te lo dije una vez; conmigo no te tienes que cortar.
Cogió aire. Estaba muy intrigada sobre que iba a decir.
-Es una fantasía que tengo.
Puse en activo todos mis sentidos para prestarle todo la atención del mundo.

La soledad (sin ti) [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora