Capítulo XII

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-¿Qué has hecho qué? -me dijo Silvia.
-Es que vio todo esto -refiriéndome a las marcas- y le dije que estaba contigo.
Soltó su croissant y aparto la bandeja a un lado de la cama. Se levantó y se vestió sin decirme ni mu.
-¿Estás enfadada? -pregunte con miedo.
Me miro, con una mirada fulminante.
-Ana... estoy casada ¿lo sabes? ¿no le podrías haber dicho que estabas con otra persona? ¿alguien que conociste una noche? ¿No verdad? Le tenías que contar lo nuestro.
-Parece que te avergüenzas -añadí muy bajito.
Resopló mientras se abrochaba el sujetador.
-No, Ana, no me avergüenzo pero estoy casada ¿lo recuerdas? Casada -dijo poniendo énfasis a la última palabra.
-Pero yo te amo.
Mi tono de voz era, prácticamente, un susurro.
-Ana... casada.
Ahora sí, ya no podía más, me había mantenido en calma hasta ahora pero no podía más.
-¡Lo sé, joder! Sé que estas casada -dije llorando- y tienes una niña y una familia preciosa y yo estoy sola. Entiendo que estés casada, pero entiendeme tú a mí. Estoy enamorada de ti, Silvia. Y hasta las trancas -las lágrimas brotaban de mis ojos- y estoy harta. Harta de tenerme que poner siempre en el lugar del otro. Me pongo en tu lugar pero ahora ponte tú en el mío: Estoy enamorada de una mujer que está casada con mi ex jefe, la cual tiene una aventura conmigo pero cuando ella es feliz, en Barcelona, con su familia, yo me quedo en Madrid sola con la única compañía de la soledad. La soledad que se forma sin ti.
-Ana... -iba a hablar.
-No, Silvia. Ana no. Quiero salir a la calle y gritar que te amo. Cuando se lo he contado a Llum me he sentido tan bien. Tan viva. Te imaginaba en mi cama, durmiendo, como un ángel y la sonrisa no desaparecía de mi rostro. ¿Me entiendes tú a mí?
Entré al baño y cerré la puerta para llorar. No recuerdo haber llorado tanto desde... nunca.
Escuché la puerta.
Me acerqué pero no dije nada, solo me apoye contra ella y me deje escurrir hasta sentarme en el suelo.
-Ana -amaba su voz- sé que estás ahí detrás, ábreme.
No iba a abrir.
-Por lo menos has ruido para saber que estás bien.
Le di un golpe a la puerta.
-Gracias -dijo Silvia.
Escuche ruidos contra la puerta, se estaba sentado también.
-Quiero que me escuches.
Podía hacerlo.
-He sido egoísta, perdón. No quiero... no. No puedo verte mal, se me parte el corazón. También te amo y me gusta que nunca hayas dudado de ello. Me encantaría poder pasear por Madrid, Barcelona... o por China agarrada de tu mano. Te amo, Ana.
Seguía llorando, las lágrimas no cesaban.
-Silvia -dije con un tono de voz muy tenue.
-¿Qué cariño?
-¿Dejarías a Andreu?
-Ana...
-No, no contestes hoy.

La soledad (sin ti) [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora