Capítulo XV

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Llegue a Barcelona y efectivamente, allí estaba Silvia. Agitaba sus brazos como una loca yo solo podía reír como una tonta enamorada.
Llegue a su altura y la abrace mientras le susurré algo al oído:
-Muero por comerte a besos.
Note como su piel se erizaba. Nos separamos y nos quedamos mirando la una a la otra.
-Ten, aquí tienes, tu equipaje.
Ella lo cogió y nos encaminamos hacia su coche. Una vez dejamos las maletas en el maletero entramos. Nada más cerrar la puerta me lancé a sus labios.
-Te quiero, te quiero -dije mientras la besaba.
-Yo también te quiero, preciosa.
Nos separamos y coloqué un mechón de su pelo tras la oreja.
-Sabes... mi cama está muy vacía sin ti.
-Nena... me encantaría poder estar juntas en Madrid, las tres.
-Lo sé -asentí- por cierto, ¿qué tal está Joana?
-Mejor, ¿lista para conocerla?
Suspire pues iba a conocer a la hija de la mujer a la que amaba. Una niña preciosa al igual que su madre.
-Lista -sonreí.

Salimos del coche y abrió la puerta del garaje que comunicaba con la casa.
-Pasa -me dijo.
Entre y dimos a un hall precioso que era la entrada principal de la casa.
-¡Ya llegamos! -anunció Silvia.
Escuche unos pasitos que descendía por las escaleras.
-Mama, mama.
Era una voz tan dulce e indefensa. Llego al final de las escaleras y se frenó en seco al verme, al fin y al cabo era una desconocida. Pues, como siempre, no era nadie.
-Ven, cariño -dijo Silvia.
La niña corrió sin estabilidad ninguna a los brazos de su madre la cual la aupó.
-Mira, cielo, ella es Ana.
La niña me miro y yo le sonreí.
-Hola preciosa, ¿cómo te llamas?
-Oana -dijo con dificultad.
Enseguida escondió su cabeza en el hombro de su madre.
-Que nombre tan bonito.
Joana volvió su vista hacia mí y se quedo un rato mirándome hasta que con su pequeño dedo índice señalo a mi cara.
-Gusta.
-¿El qué, bonita?
-Eo -dijo señalando con más precisión.
Se refería a mis gafas. Sin esperarlo Silvia la puso en mis brazos.
-¿Te gustan las gafas?
-Afas, si, afas bonita.
Reí, era encantadora y muy risueña como su madre que permanecía a mi lado y le sonreí.
-¿Te las probamos? A ver cómo te quedan.
Me las quite y se las puse a la niña. Le ocupan toda su carita. La gire al espejo y al verse rió. Rió con una vitalidad... Al fin y al cabo, era una niña feliz.
-Joana -dijo su madre- sube y dile a papá que ahora subimos.
-Ale, mami -me miró a mí- sueo.
-Ah, si. Perdón -dije dejándola en el suelo.
Corrió decidida hacia las escaleras pero se paro y volvió hacia mi.
-Afas, tuya. Asias.
Extendió su manita con mis gafas y yo me agache para cogerlas.
-De nada -le respondí con una sonrisa.
Estaba vez sí, subió escaleras arriba.
-Le has caído genial -dijo Silvia.
-Es preciosa, como su madre.
-Ya, claro. Subamos.
Subimos escaleras arriba y llegamos a un enorme salón, precioso. Estaban la niña y Andreu en el sofá.
No sé porque razón me encontraba tan mal, cundo acepté ir a su casa a conocer a su hija sabía que él estaría ahí. Es la padre de la niña y su marido. Yo no soy nadie, nunca la seré, cada día lo tengo más claro.
-¡Ana!
Andreu se levantó y me abrazó.
-Andreu, cuanto tiempo.
-Mi madrileña favorita -y la que se tira a tu mujer, pensé- ¿cómo has estado? ¿qué tal esta semana?
-Todo muy bien la verdad.
Lo confieso me sentía mal, muy mal. Él es mi amigo a fin de cuentas. Quería llorar.
-No podemos permitir que te quedes en un hotel teniendo aquí una habitación de invitados.
-De verdad, no quiero ser molestia.
-De eso nada, te quedas aquí, no hay más que hablar.
Silvia y yo nos miramos incómodas.
-¿Pero qué os pasa? -dijo Andreu- si alguien os viera diría que no sois amigas.
Sonreímos intentando disimular. Decidí no insistir más y aceptar, si no Andreu se olería algo raro.

El día transcurrió... bueno, simplemente eso, transcurrió. Decir que lo hizo bien sería mentira, yo no estaba bien. Eran tan felices; la niña es un amor, Andreu es un padre maravilloso y Silvia una madre de diez... y yo... yo soy una entrometida.
Miré el reloj, la una y media de la madrugada y no podía dormir.
Escuché la puerta y acto seguido la voz de Silvia.
-Soy yo.
Encendí la lámpara de la mesita de noche y vi como se acercaba hasta sentarse en mi cama.
-Hola, mi amor.
-Silvia, tu marido podría entrar.
-Tranquila, está durmiendo y es como una marmota: no se entera de nada.
Se acercó y me beso. No lo pude evitar y unas lágrimas brotaron de mis ojos y cayeron por mis mejillas. Silvia lo notó y se separó.
-Ey, mi amor, no llores. Se que esto es difícil para ti pero te prometo que en cuanto puedo lo deja...
-¡Silvia! -la corté- no lo dejes.
Me miró sorprendida.



La soledad (sin ti) [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora