Capítulo 18

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~Narra Salomé~
Después de aquel encontronazo tan contradictorio llego a donde quería ir, al hospital. Bueno, en realidad quería llegar a casa de Pablo pero en mitad del camino me acordé de Luis.
Entro en el edificio donde dos mujeres atienden en recepción a una anciana que se ha perdido y no haya su habitación. El único ruido que inunda estas zonas comunes es la radio que tienen encendido y en cierto modo el hecho de pensar eso hace que me estremezca, me ponen tan nerviosa estar aquí, donde la gente nace pero también muere.
-¿Qué quiere?-me dice una mujer limpiándose las gafas echándole un escupitajo, iugh.
-¿Sabe en que sala, pasillo, parte está Luis Benito?-ella da una pequeña carcajada y no entiendo el motivo, la que debería reírse soy yo por la acción tan asquerosa que acaba de cometer.
-Las visitas son desde las ocho de la mañana hasta las nueve de la noche-me enseña el reloj que tiene en su muñeca y observo que son las 00:23.
-Es urgente, necesito verlo, por favor-me arrastro e intento darle pena pero no consigo nada-Muy bien, me quedaré aquí hasta que me dejéis.
Me siento en uno de los sillones que hay al lado de la entrada, me tumbo en ella y me fijo como frente a mis narices se encuentran las escaleras mecánicas invertidas por la posición en la que estoy. Lo que más me llama la atención es la cinta roja que le han puesto, no sabía que lo hubiesen cerrado, al igual que medio hospital, directamente el país se va a la mierda.
Se pasan varias horas, ellas siguen escuchando la COPE y yo resoplo aburrida. Pero, como si alguien hubiese leído mi pensamiento, una mujer entra quejándose de dolores mientras que su marido la sienta en una silla de ruedas, esa mujer va a tener un hijo.
Me quedo embobada observando la escena, dentro de varios años yo estaré en esa situación, quien sabe con quien, ojala fuese con Pablo pero nada confirma mi pensamiento. Aprovecho que se han ido para ver las listas hasta que encuentro su nombre, primera planta, en la parte derecha, la sala 44.
Por mi mala suerte intento abrir el ascensor pero lo han apagado y no reacciona, las únicas escaleras que quedan son las mecánicas y están apagadas. Lo único que puedo hacer es coger carrerilla y subirlas como pueda ya que el suelo está liso. Es como subir un tobogán pero mucho más costoso.
Corro en dirección a las escaleras rompiendo la cinta y apoyándome como puedo en la barandilla, poco a poco subo hasta llegar a la primera planta. Me seco el sudor con la manga y con varias ojeadas escojo un pasillo encontrándome por casualidad la sala que tanto buscaba.
Al entrar hayo a Luis dormido, con la misma cara que cuando dormiamos los dos juntos los fines de semana. Al dar un paso tiro sin querer un objeto que hace que se despierte.
-Salomé-me susurra poniendo sus ojos en mi-¿Qué haces a estas horas?
-Despedirme-él se pone más blanco de lo que está, me da pena verlo de esa manera y más por mi culpa-¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me protegistes?
-Porque te quiero, estoy enamorado hasta las trancas de ti-siento su piel tocar mi brazo y vuelvo a estremecerme como antes.
-No, ya nada es igual que antes-mis palabras se llenan de lágrimas-Yo ya no te quiero de la misma manera que lo hacía.
-Perdoname-niego rotundamente y aparto su mano de mi brazo.
Marcho, sin comentarle nada más, ya no es necesario hablar más cuando los actos son claros. En mi cabeza vagan recuerdos, recuerdos que lo inundan él, él ha sido mi adolescencia, adolescencia perdida por el amor, amor que destruye a las personas, personas que temen a enamorarse.
Y podría seguir ya que toda esta vida es un ciclo tan otro, podría decirse una vida matemática ya que si fallas algo lo demás lo destrozas, todo tiene que ser perfecto pero hay cosas que se salen de la lógica, que se salen de ese mundo, como el arte que nos rodea. Aunque más bien, a mi me rodean paredes donde han visto y escuchado llantos, últimos suspiros y oraciones.
Salgo del hospital despidiéndome de las chicas de recepción que me observan como de un bicho raro me tratase. Camino por las calles solitarias de Málaga, cualquier ruido que escuche puede provocar pudor en mi interior, lo único que te puedes encontrar por las calles a estas horas son borrachos, criminales o violadores.
Escuchar una melodía de su guitarra hace que me tranquilice, lo más extraño es que procede de una puerta distinta a la principal. Llamo varias veces y me recibe un Pablo con ojeras y con los ojos brillantes.
-¿Qué haces aquí a estas horas mi niña?-me deja entrar al garaje donde guarda todos sus instrumentos.
Me ofrece una manta para que entre en calor y los dos nos sentamos al lado de cada uno, sus brazos sobre mis hombros, mi cabeza sobre su hombro.
-¿Puedo quedarme a dormir?-él asiente sin preguntarme nada más-Mañana te explicaré el motivo.
-No es necesario, lo importante es que te tengo a mi lado-me da una sonrisa para que me anime-¿Quieres escuchar lo que he compuesto? Creo que la llamaré La Escalera.

Una Estúpida Ilusión Donde viven las historias. Descúbrelo ahora