Capítulo 5

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Su hermano mayor Ned iba a ir a Invernalia.

Lord Rickard lo había anunciado a la hora del desayuno, con el pecho henchido de orgullo y su voz profunda y potente. Los hombres del norte habían estallado en vítores, y los jóvenes nobles; amigos de Brandon, Benjen y Lyanna, habían gritado entusiasmados. 

Ned iba a volver.

Ahora bien. Se suponía que Lyanna tendría que estar rebosante de alegría. ¿El problema? Que no lo estaba.

Más bien estaba aterrada.

Que Eddard volviese a casa solo significaba que su padre ya había anunciado a los cuatro vientos la nueva noticia. ¿Podría estar más avergonzada? No era algo que celebrar o contar a extraños. Era algo suyo, personal e íntimo. Le parecía un insulto lo que su padre hacía. Ojala su madre estuviese viva, seguro que lograba meterle en la cabeza algo de sentido común.

Tocó con los nudillos en la puerta de Brandon, quien abrió sorprendido.

- Hoy a llegado una carta. He visto el cuervo. Quiero saber que decía. 

Su hermano suspiró.

- No es nada sobre ti, Lyanna.

- Entonces dime que pone - replicó.

Brandon resopló, algo molesto por la actitud caprichosa de su hermana. No todo era un paraíso para él.

- Noticias de Rocadragón. El príncipe Rhaegar ha tenido un hijo, Aegon VI o algo así.

Lyanna suspiró. Que el príncipe Rhaegar hubiese tenido otro hijo poco la importaba. Es cierto que tuvo una época, más o menos un año atrás, antes de que Rhaegar se casara con la hermosisima princesa de Dorne, Elia Martell y estuviese prometido con Cercei Lannister, en que estuvo día y noche suspirando por el príncipe dragón. No le conocía, ni siquiera le había visto en persona jamás, pero las historias contadas acerca de él eran abundantes e increíbles. Al igual que todos sus antepasados, el príncipe había heredado la increíble belleza Valyria. Se rumoreaba que, a diferencia de los demás señores de la guerra, Rhaegar prefería pasar tiempo leyendo o en otras cosas artísticas que empuñando una espada. Pese a eso, era un increíble guerrero. De momento el último dragón Targaryen. 

Los Targaryen, para mantener su línea de sangre pura, se habían estado casando entre hermanos durante todo los años que habían estado en el trono. El hecho de que la reina Rhaella fue incapaz de tener hijas - casi todos sus hijos habían muerto al nacer o a los pocos meses. Sólo Rhaegar y el pequeño Viserys estaban aún vivos - había hecho que todos en Poniente buscaran una prometida para el príncipe. Nadie sabe que fue, o que tenía ella que las demás doncellas no tuvieran y enamorara al príncipe, pero la hermosa Elia Martell fue la afortunada que ganó su corazón.

Un año atrás, tuvo una época en la que paseaba muy molesta por el castillo tras la boda de los dos y el embarazo de ella, quien era 10 años mayor que Lyanna. Incluso llegó a envidiar sus ojos oscuros y su piel morena, características que delataban su origen sureño. Ahora, ya la daba igual. Tardó un poco en entenderlo, pero cuando lo hizo, todo fue más fácil. El príncipe era ahora un hombre casado, padre incluso. Lyanna no podía enamorarse de un hombre casado. No debía. Igual que a ella la molestaría que su marido la fuese infiel, no podía ser la indecente que provocara la infidelidad del príncipe hacia Elia.  Lo tenía muy claro en su cabeza. Rhaegar era intocable.

- ¿Nada más? - preguntó con voz neutra.

Que supiera que lo suyo con el príncipe fuese imposible no hacía que le molestase menos ver como tenía hijos con otra mujer.

- Noticias de Aguasdulces, pero eso no te incumbe - replicó su hermano.

- El pececillo ha vuelto - adivinó cansada.

Fuego Invernal © | Lyanna Stark & Rhaegar Targaryen |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora