Capítulo 42: Parte 1

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Elia Martell había salido a toda prisa de la Sala del Trono en el momento en que Brandon Stark había perdido la cabeza.

El dolor, el agobio, la intensa presión; todo ese constante sufrimiento que experimentaba cada día la hizo derrumbarse nada más llegar a su alcoba, llevándose las manos al pecho mientras sentía que no podía respirar.

No por la guerra o la amenaza que suponía Robert Baratheon y su ejercito. Elia hacía tiempo que había aceptado que no había vuelta atrás en ese aspecto. Tampoco era cuestión de orgullo u honor, ni estaba ofendida o herida por lo que ahí abajo se había dicho.

La verdad, la realidad que la asfixiaba y la ahogaba en un mar de culpa y agonía, era algo mucho más oscuro y amargo. Era el pozo más tenebroso de su alma, esa pequeña parte de si misma que se alimentaba del odio y la rabia, que rugia y pataleaba y arañaba las paredes de su jaula deseando salir.

La verdad, la pura y simple verdad, era que Elia entendía a Brandon Stark.

Entendía ese dolor visceral que brillaba bajo sus torturados y brillantes ojos azules, o la rabia que guiaba cada brusco movimiento. Entendía el desdén y la impotencia que desprendía su voz ronca y rota. Entendía el desprecio, la ira, el odio que te consume el alma hasta que no te queda nada.

Entendía el eterno pozo de dolor y responsabilidades en el que estaba encerrado el muchacho Stark, por que ella misma se encontraba en ese mismo lugar.

Elia había visto al joven muchacho cuando había entrado en la Sala del Trono, con una fuerza y poder que resultaban imposibles de comprender. Había visto la manera en que había cuadrado los hombros, apretado los dientes y elevado la barbilla con la mirada desafiante, mostrando una seguridad que no sentía.

Entendía esa visión por que era lo que ella veía cada mañana al mirarse en el espejo.

Por que ella entendía demasiado bien lo que es levantarse cuando has caido. Lo que es recoger tus propios pedazos rotos del suelo y tratar de hacerlos encajar. Lo que es estar roto, solo, hundido en la desesperación; y aún así sacar fuerzas que no creías tener para mantener la cabeza sobre el nivel del mar que amenza con ahogarte.

Por eso Elia había salido corriendo en cuanto había visto la resolución brillar en esos ojos azules. Por que le había visto quebrarse, y no podía verle caer. Por eso lloraba en el suelo de su alcoba, abrazandose a si misma como si fuera a estallar en un millón de pedazos de un momento a otro. Por eso se sostenía la garganta, sollozando mientras intentaba respirar a través del nudo que tenía en el pecho.

Por que Brandon Stark era todo lo que ella era, y a la vez, todo lo que ella jamás había tenido permitido ser.

Por que el joven norteño era increíble, era maravilloso, era una maldita joya. Porque había acudido al lugar más peligroso de Poniente para salvar a su hermana, para salvar su hogar, para salvarlos a todos. Porque tras una semana en las celdas negras de la fortaleza negra, famelico, herido y muerto de cansancio; había hecho acopio de cada resquicio de fuerza que le quedaba en el cuerpo y le había vuelto a mostrar al mundo la razón de se le llamase «El lobo salvaje».

Por que ambos dos no eran más que unas víctimas del egoísmo y capricho de Rhaegar y Lyanna. Por que ambos dos, sabiendo la verdad sobre ellos, estaban dispuestos a darlo todo por la persona a la que amaban. Porque Brandon era un reflejo del alma rota de Elia, y ella se veía a si misma en él con dolorosa claridad.

Y eso era lo que la rompía, lo que la devastaba, lo que la ahogaba.

Porque Elia amaba a Rhaegar. Le amaba con cada pedazo de su alma, con cada fibra de su ser, con cada latido de su corazón. Le amaba como sólo se podía amar algo tan preciado y especial como lo era su príncipe: con delicadeza, ternura y la noción de que Rhaegar era un alma libre, y como tal, jamás le podría pertenecer.

Fuego Invernal © | Lyanna Stark & Rhaegar Targaryen |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora