Capítulo 27

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Lyanna se sentía desnuda. Desprotegida. Expuesta.

La fiereza y la pasión con la que la protegía Robert había hecho de escudo para sus encuentros secretos con Rhaegar. La gente la miraba y sólo veían a la afortunada doncella que algún día sería la dama de Bastión de Tormentas. Robert era alto, fuerte, apuesto, diestro en el arte de la guerra y el Lord de una de las Grandes Casas de Poniente; a nadie se le pasaría por la cabeza que Lyanna no estuviese radiante de felicidad y dicha ante la idea de su matrimonio. Por eso nadie sospechaba que ella no le amase, o que no pudiera si quiera soportar su contacto, o que se veía a escondidas en el bosque con Rhaegar Targaryen.

Pero ahora, después de que Rhaegar depositase esa corona de flores en su regazo, frente a ojos ávidos de cotilleos, la gente la miraba como si fuese la ramera más libidinosa de todo el burdel.

- ¡Solo ha sido una maldita corona de flores! - le gritó a Howland cuando volvieron a su tienda tras dar un paseo por el recinto de la liza.

Ella había tenido la osadía de llevar la corona puesta, con la barbilla alta y pasos seguros y orgullosos.

«Soy Lyanna Stark, Reina de Amor y la Belleza» se repetía mientras caminaban.

De nada iba a servirla encerrarse en su tienda, avergonzada de las acciones del príncipe. Debía salir, mostrarle al mundo quién era ella, y que no iba a dejarse intimidar por nada ni nadie.

Se había preparado para la curiosidad y los cuchicheos, pero no para los comentarios fuera de lugar diciendo que era una ramera desagradecida que había engañado al dulce Lord Baratheon seduciendo al inocente príncipe para que dejase a su esposa.

Howland la había sujetado para que no le arrancase los pelos a esa estúpida dama con cara desproporcionada y vestido hortera; pero no había podido evitar que Lyanna volviese a toda prisa a la tienda.

La gente era una ignorante, una estúpida y una chismosa.

Ella no se merecía eso. No podía negar que amaba a Rhaegar, pero nunca había habido nada físico entre ellos. Ni si quiera un dulce beso. Ni siquiera alguna muestra tangible del amor que ambos compartían. Ni si quiera palabras, tan sólo ese sentimiento que los consumía como el fuego a los dos.

No merecía que la juzgase por algo que nunca había hecho, ni que sacasen conclusiones erróneas de algo tan simple como darla unas flores. Además, ¿"dulce Lord Baratheon"? Esa estúpida dama, Lyanna estaba segura, estaba enamorada o encaprichada de su prometido, y los celos y la envidia la quemaban como el veneno.

La única razón por que la Lyanna condenaba las acciones de Rhaegar era Elia, no Robert, ni Rhaegar, ni ella misma. Elia y su bondad, Elia y su comprensión, Elia y ese dolor que no merecía. Pero nadie hablaba de Elia.

La única víctima para ellos era Robert, pero no Elia. Porque Elia era una mujer, y las mujeres deben aceptar las infidelidades. Pero no los hombres, no Robert, nunca.

- Lyanna, cálmate - le pidió Howland.

- ¡Son todos unos hipócritas! - chilló - ¿Quiénes se creen que son para juzgarme?

Howland se acercó a ella y la sujetó por los hombros, mirándola con serenidad.

- Están celosas, por que tienes a los dos hombres más codiciados y poderosos de Poniente tras de ti - la dijo con suavidad - ¿Y sabes porqué? No es porque seas preciosa, aunque creas que Robert sólo ve eso de ti, sino por cómo eres. Eres Lyanna Stark de Invernalia, eres una chica de la sangre de los lobos, con fuego en vez de hielo en las venas, con una fuerza de espíritu envidiable. Ellas son estúpidas, sumisas y simples; incapaces de tener opinión propia o expresar lo que piensas. Son celos, Lyanna, nada más.

Fuego Invernal © | Lyanna Stark & Rhaegar Targaryen |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora