Capítulo 43

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*Elia*

El brillante sol de invierno se alzaba orgulloso en lo alto del cielo, ajeno al horror que estaba a punto de acontecer. Sus rayos iluminaban la ciudad con una calidez casi reconfortante, como si la estuviese acunando, como si sus manos invisibles abrazasen a Elia y la hiciesen ver que todo estaba bien.

<<Todo va a salir bien>> la susurraba al oído con voz dulce <<Todo ese dolor que sientes, toda esa tristeza, algún día desaparecerán. Pasarás página, seguirás adelante, la vida continuará; y yo siempre seguiré aquí, brillante, eterno, cuidando de ti >>.

Sabía que era un pensamiento ridículo, que no era el sol quién la hablaba, sino su propia desesperación, pero en esos momentos estaba demasiado rota como para importarle. Elia necesitaba seguridad, necesitaba esperanza, necesitaba algo que la ayudase a mantener la cabeza por encima del nivel del agua; y su hogar, el magnífico sol de la Casa Martell, la calidez que tanto la recordaba a Dorne, era lo único a lo que era capaz de aferrarse.

Bueno, lo único no.

- Princesa - susurró a sus espaldas la melodiosa voz de Jaime Lannister, su otra fuente de energía vital, la única persona en el mundo capaz de aliviar su dolor y restaurar la esperanza en su interior.

Elia hizo oídos sordos a la llamada del Guardia Real y apoyó el rostro contra la piedra de la ventana, tratando de guardar dentro de su pecho todos esos sollozos que deseaban acompañar su silencioso llanto. Las lágrimas caían en abundancia por sus mejillas - llevaban cayendo toda la mañana -, pero nada más aparte de la evidente humedad delataba el inmenso dolor que la paralizaba.

- Princesa Elia - repitió Jaime, su tono de voz suplicante - Debéis vestiros de inmediato. El rey solicita vuestra presencia.

Elia apretó las manos en puños y frunció los labios, negando con la cabeza contra la piedra. Se aferró al borde de la ventana como si fuese su seguro de vida, pese a que en el fondo sabía de sobra que el joven Lannister jamás se atrevería a tocarla.

- Alteza...

- No voy a ir, Jaime - le interrumpió con voz rota, soltando un hipido lamentable que no pudo contener - No. No puedo.

Escuchó el suspiro triste de Jaime a sus espaldas, y el suave repiqueteo de su cota de malla cuando se acercó a ella lentamente.

- Me temo que no tenéis elección, princesa. El rey lo ha ordenado.

- ¿Para que necesita su majestad que yo esté presente en una ejecución? - preguntó a Jaime con ácido en cada palabra, negándose a sentir lástima por el joven cuando le oyó retroceder a causa de la sorpresa.

La realidad era que Elia conocía perfectamente la respuesta a su pregunta. Aerys quería que ella estuviera presente para darla una lección, para mantenerla dócil y obediente, para mostrarle qué le ocurría a aquellos que traicionaban a la corona. Para destruirla, como llevaba haciendo desde que se casó con su hijo Rhaegar.

- No es una ejecución, princesa - replicó Jaime, la confusión patente en su voz - Es un juicio por combate.

<<Oh, mi dulce niño>> pensó Elia, dándose cuenta otra vez de la inocencia y pureza de Jaime. El joven caballero era tan valiente, tan servicial, tan arrebatadoramente hermoso que Elia solía olvidar con frecuencia que no era más que un crío, que ese muchacho de apariencia divina era poco más que un niño que aún desconocía la perversión y los horrores del mundo, que él debía ser el único alma en toda esa asquerosa ciudad que aún no había sido corrompido por la podredumbre de su majestad.

Suspiró con pesadumbre una última vez y se incorporó, girándose para encarar a la única persona de todo el reino a la que Elia no podía engañar.

Fuego Invernal © | Lyanna Stark & Rhaegar Targaryen |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora