Capítulo 35

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Lyanna siempre había considerado a Rhaegar Targaryen la perfección encarnada. Cada vez que le miraba no podía sino pensar en lo inhumanamente hermoso que era, con facciones elegantes y simétricas. Su voz tenía esa cadencia grave exacta para hacer vibrar el cuerpo de Lya con tan solo una mera palabra. Y esos ojos violetas parecían hechos del mismo material que las estrellas, que los soles, que los dragones de sus antepasados; de algo puro, celestial y que ardía con la intensidad de mil fuegos. Algo de etérea belleza que atrapaba la mirada de simples mortales como ella.

Rhaegar Targaryen encarnaba todas las virtudes humanas, pero a la vez parecía erigirse sobre ellas como una deidad; una mezcla perfecta entre su condición humana y la magia y divinidad de su linaje. Era todo lo que ella había aprendido a amar durante toda su vida, todo lo que admiraba y respetaba. 

Exactamente por esa razón sintió como sus rodillas cedían bajo su peso cuando le vio emerger del bosque en todo su glorioso esplendor, dejando caer el puñal a su lado en la maleza. Cabalgaba al lado de Ser Arthur sobre un enorme semental negro, vistiendo esa preciosa armadura de obsidiana que había llevado el día que la coronó Reina del Amor y la Belleza, hacía un año. Su largo cabello platino se mecía con el viento, y su capa escarlata ondeaba a sus espaldas como el batir de alas de un dragón. Sus ojos, de ese color tan inigualable que había presidido todos los sueños de Lya desde que se posaron por primera vez en ella, escaneaban el horizonte con una concentración casi sagrada. Observó al paisaje a su alrededor como si buscase algo, y cuando su mirada chocó contra la de Lya, esas pupilas que parecían hechas para soñar en ellas se llenaron de sorpresa y reconocimiento; como si ella fuese lo que había estado esperando pero no pudiese creerse que de verdad estuviera allí.

Lyanna le sostuvo la mirada, sintiendo como su interior se deterretía ante el fuego de su mirada. Se encontraban una gran distancia el uno del otro, y pese a todo ella casi era capaz de sentir su insistente mirada como un suave cosquilleo que la hacía vibrar. Todo lo que había sentido antes, todo lo que había pensado, lo que había estado a punto de hacer; todo desapareció de su mente y sólo un pensamiento llenó por completo su cabeza.

Rhaegar Targaryen. Rhaegar y su caballo negro. Rhaegar y esa preciosa armadura. Rhaegar y la capa del color del fuego y la sangre. Rhaegar matándola lentamente con esos ojos que la torturaban. Rhaegar, diciéndole algo a Ser Arthur justo antes de espolear su caballo para acercarse a ella.

Rhaegar Targaryen había ido a buscarla. La había encontrado, la había salvado.

- ¡Lyanna! - la dijo con una enorme sonrisa en el rostro y los ojos chispeantes de felicidad una vez detuvo su corcel frente a ella. Se bajó de un salto haciendo gala de una elegancia y gracilidad envidiables y se acercó a ella en tres grandes zancadas. 

Rhaegar siempre había sido cortés y correcto con ella. Habían hablado, habían reído, y se habían amado; pero no abundaban las ocasiones en las que habían establecido contacto físico. Por eso, aunque una parte de ella lo desease fervientemente, no se esperaba para nada que la abrazara. Qué equivocada había estado.

En pocos segundos se encontró a si misma entre los brazos del príncipe, que la rodeaba el cuerpo como si quisiera mantenerla así para siempre. Sus manos eran cuidadosas contra su espalda, y la manera en que hundió su rostro en sus despeinados rizos negros y suspiró fue tan dulce como tierna; pero sus brazos la abrazaban como si quisiera fundir su cuerpo con el de ella a base de fuerza. Como si ese año separados le hubiese dolido tanto como a ella, y tan sólo quería asegurarse de que todo era real.

No era como si ella fuera a quejarse, de cualquier manera. Abrazada a él ya no tenía miedo, ni sentía soledad o dolor. Ahí, rodeada de olor y su calor, se sentía segura, intocable, eufórica, feliz. Sentía que podría vivir una vida entera abrazada a ese hombre; que su presencia era un bálsamo que curaba su heridas; que esos brazos que tan fuerte la sostenían parecían estar fusionando todos los rotos pedazos de su corazón en uno nuevo, mejor, más bello, e igual que ella, suyo.

Fuego Invernal © | Lyanna Stark & Rhaegar Targaryen |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora