Capítulo 36

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Lyanna se había besado en innumerables ocasiones con Robert, y aunque en muchas de ellas la había parecido desagradable y algo repugnante, siempre había estado de acuerdo en que el acto en si era agradable. No la gustaba la forma en que Robert la manoseaba mientras se besaban, o como la hacía sentir como un simple pedazo de carne, tomando demasiado impulso y poniéndole excesivo entusiasmo; pero el movimiento armónico de sus labios siempre la había agradado. Era similar a una caricia, a un abrazo, a jugar con tu cabello. Era sencillo, y aunque a causa de la repugnancia que Robert la provocaba tan sólo esperaba con impaciencia separarse de él; debía admitir que le gustaba la dulce presión de otros labios sobre los suyos.

Bien, Lyanna acababa de descubrir que no tenía ni la más remota idea de lo que era que la besasen, que la besasen de verdad. Que la levantasen los pies del suelo y pusieran su mundo cabeza abajo. Que la hiciesen sentir como todo su ser se condensaba en ese exacto punto en que sus labios se conectaban a los de su alma gemela.

Besar a Rhaegar Targaryen no era agradable, porque ese era un adjetivo demasiado insulso para expresar el volcán de emociones que amenazaba con reducirla a cenizas. El príncipe de Rocadragon era dulce y tierno, moviendo sus labios despacio sobre los de ella, como si la estuviese saboreando, como si se hallase en el mismo estado de éxtasis espiritual que Lya y, al igual que ella, tuviese miedo de romper la magia del momento con algún movimiento precipitado. Sus manos, tan hábiles y firmes, la ceñían por la cintura con delicadeza, mientras su pecho rozaba el de ella en busca de contacto.

Lya estaba inmóvil, estática, incapaz de reaccionar. Sentía que si realizaba el más mínimo movimiento colapsaría en el suelo, pues las rodillas habían comenzado a temblarle y su cuerpo yacía apoyado por completo en el de él.

Besar a Robert había sido agradable, pero esto era una clase de placer mucho más oscuro y visceral. Los labios la ardían ante el contacto, las manos la picaban por el anhelo de tocarle, y toda la piel de su cuerpo parecía haberse hipersensibilizado, erizandose ante el más mínimo rozamiento. Su corazón, latiendo a un ritmo errático dentro de su pecho, había comenzado a bombear por su cuerpo una sensación cálida y profunda que parecía metaformofosearla en su inexorable camino hasta el último resquicio de su ser, transformandola en una criatura completamente distinta. Se sentía ligera como nunca antes, y más eufórica de lo que recordaba haber estado nunca. Sentía como si la acabasen de crecer alas y estuviese tocando el cielo con la punta de los dedos, con las plumas de sus alas, con sus labios que saboreaban el paraíso.

Rhaegar movió su boca sobre la suya una última vez y succionó ligeramente su labio inferior entre los suyos, lo que la arrancó un gemido ahogado, antes de apartarse apenas unas pulgadas de ella.

Lya estaba sobrepasada emocionalmente, incapaz de reaccionar, paralizada por la sorpresa y el placer. La cabeza la daba vueltas y el pulso la latía en los oídos. Parpadeó para salir de ese estado de ensoñamiento y le miró con los desenfocados, vidriosos, rotos. Le miró como si algo en su interior acabase de romperse, y a la vez como si cada pedazo de su ser acabase de encajar en su lugar, creando a una Lyanna nueva. Una Lyanna perfecta, fuerte e independiente, una Lyanna que acababa de despertar de la mentira que había sido su vida y se daba cuenta que había estado ahogandose, y sólo ahora se sentía flotar. Rhaegar era la calma en la tormenta que era Robert, era el sol en la oscuridad y el frío de su padre. Era el bálsamo que curaba todas sus heridas, la lava candente que derretía su antiguo yo y la transofrmaba en la mujer que quería ser, el fuego valyrio que la acogía y la hacía brillar.

Era Rhaegar Targaryen, a quién ella amaba más que a nadie en el mundo entero. A quién deseaba con la intensidad de mil soles y la fuerza de un dragón.

- Te amo - le dijo con seriedad - Te amo muchísimo.

Se puso de puntillas y pasó sus brazos por su cuello para volver a juntar sus labios con los de él. Sintió a Rhaegar sonreír contra su boca, y notó sus manos sujetándola el rostro, como si no creyese que ella fuera real, como si tuviese que tocarla para refrenarse a si mismo. La besó con dulzura y delicadeza, con una suavidad que rozaba el desmesurado erotismo que la estaba haciendo perder la cabeza. Hundió su elegante mano de artista en sus enredados rizos negros, saboreando sus labios como si fuera lo mejor que había probado nunca, como si fuese un hombre moribundo y en ellos se encontrase la salvación eterna; como si ella fuese su diosa personal y estuviera rindiendole el culto merecido.

Fuego Invernal © | Lyanna Stark & Rhaegar Targaryen |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora