Ese día podría batallar con el día de la muerte de su madre en pésimo y desolador. Era, casi sin lugar a dudas, el día más horrible de toda su vida.
La sentencia estaba dada. Su futuro, sellado. Y la sangre, oh dioses la sangre; la sangre, por primera vez en doce años, comenzó a fluir.
Brandon, quién la había ido a despertar esa mañana, la había prometido que no se lo diría a Lord Rickard hasta que ella estuviese preparada. Hasta que estuviese lista para afrontarlo y aceptar la consecuencias. Pese a eso, Lyanna sabía que Brandon no tardaría mucho en contárselo a su padre. La responsabilidad y el honor de su hermano le impedían guardar un secreto así. En cualquier caso, Lyanna tampoco le pedía que le mintiese, solo que aguardase al momento correcto.
Brandon, como hombre que era, no entendía del todo la gravedad del asunto, pero como heredero de Invernalia y Guardián del Norte; conocía de sobra las consecuencias que ese hecho acarrearía a su pequeña hermana.
La iba a dar tiempo. No sabía cuanto, pero la iba a dar tiempo. A lo mejor cuando se calmase ella misma iría a contárselo a su padre. No lo veía probable, pero Lyanna siempre había sido totalmente impredecible.
Benjen, que revoloteaba nervioso en la puerta de madera tachonada de grandes clavos de su hermana, no paraba de preguntarle a Brandon con voz cansina que cuando saldría Lyanna para practicar con la espada en el bosque. Al primogénito del señor de Invernalia no le parecían bien aquellas prácticas, era invierno y aquello era el norte, pero poco podía hacer para retener a sus dos hermanos pequeños, ansiosos e hiperactivos. Uno, deseando crecer y la otra tratando de demostrar algo. De momento, Benjen tendría que esperar para continuar con sus clases de esgrima. En cuanto Lord Rickard se enterara de lo de Lyanna, adiós todo. Las pocas libertades que tenía, le serían privadas completamente.
Tal vez por eso Brandon estaba sentado frente a la puerta de su hermana desde que la había visto aquella mañana, custodiándola y protegiéndola. Unas cuantas sirvientas quisieron entrar, al igual que la septa y el maestre Luwin. Ninguno de ellos consiguió persuadir a Brandon. Sabía que Lyanna tenía que encargarse de ese problema, y que cuando ella quisiera salir y tener visita, saldría. Mientras tanto, vigilaría lo que fuera necesario y más.
Las sirvientas eran cotillas y la septa y el maestre eran demasiado fieles a su padre. No podía arriesgarse a que entraran. No hasta que estuviese todo ordenado, limpio y que todas las pruebas estuvieran eliminadas.
No fue hasta media tarde, con el estómago de los dos chicos apostillados en las escaleras rugiendo de hambre, que la doncella lobo tocó la puerta desde dentro indicándoles que deseaba salir.
Descorrieron el pestillo y vieron a una Lyanna como nunca antes habían visto. Tenía los ojos rojos e hinchados por haber estado llorando toda la mañana, la piel estaba blanca como el papel y en sus pupilas se reflejaba el miedo y la desesperación más desgarradora. A pesar de eso tenía los hombros hechados hacia atrás y la barbilla alzada en clara muestra de que era fuerte. De que quería ser fuerte.
Nunca antes la habían visto tan pequeña y a la vez tan mayor.
Dejó al pesado de Benjen acosándola a preguntas y entró a la habitación para asegurarse de que no hubiese ninguna cosa que pudiese indicar lo que ahí había acontecido.
Notó las pequeñas manos de su hermana en el brazo, temblando.
- Ya lo he revisado todo yo, hermano. Vamos a almorzar antes de que padre note algo.Brandon asintió con la cabeza y siguió a su hermana escaleras abajo, escuchando como Benjen la bombardeaba con preguntas.
- ¿Podremos ir hoy a pelear de nuevo?
- ¿Para que te venza de nuevo? No, gracias.
- Estoy seguro de que esta vez puedo ganar.
- Mañana quizás. Hoy no me encuentro muy bien.
- ¿Porque?
- No lo sé. Tengo el estómago revuelto.
Cuando la comida terminó, ambos hermanos miraron a su padre con miedo, casi esperando que su cabeza comenzara a dar giros de 360 grados mientras gritaba "lo sabía, lo sabía" y les acusaba de haberle ocultado semejante cosa; pero eso no pasó. Lord Rickard Stark comió y bebió como siempre y cuando la cena terminó, se despidió de sus hombres y se fue sin mirarles si quiera. Como siempre.
El alivio era patente, pero también un molesto sentimiento de culpa se iba haciendo presente. Lyanna se apresuró a huir de ahí, con Brandon pisándola los talones.
- Escúchame, Lyanna - le agarró de la cintura del vestido en cuanto las puertas se cerraron tras ellos - Tenemos que decírselo. No hay otro modo. Se enterará antes o después, pero será mejor si se lo cuentas tú que la cocinera.
- Brandon - lloriqueó ella, que nunca jamás lloriqueaba.
- No, Lya. Mañana será igual que hoy. Y mucho días más. No me puedo pasar la vida frente a tu puerta. Además, esconder un secreto aquí es prácticamente imposible. Los muros de Invernalia tienen ojos y oídos, y le sirven pleitesía a nuestro padre.
Lyanna se dobló sobre si misma cuando otro latigazo de dolor la golpeó. Se llevó la mano a la zona baja del vientre, en donde algo que había estado dormido acababa de despertar. Había sido muy inteligente al utilizar a la hora de la cena ese vestido rojo que había heredado de su madre. "Cuando llegue el momento, sabrás cuando usarlo." Su padre ni siquiera se había fijado en que había dejado olvidados los cinco vestidos azules que siempre llevaba. A Brandon, por supuesto, no le paso desapercibido ni el cambio de vestuario, ni que era de su difunta madre, ni el particular color de la prenda.
Y Lyanna, mientras se presionaba la parte baja de vientre con fuerza, apretando en un puño la seda roja, no podía deshacerse de la horrible imagen gravada a fuego en su retina.
Esa mancha roja que había aparecido por la mañana en su colchón y que rompía toda su vida en mil pedazos.
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Fuego Invernal © | Lyanna Stark & Rhaegar Targaryen |
Fiksi Penggemar"Prometemelo Ned... Prometemelo" Todos conocemos la historia del secuestro de Lyanna Stark a manos de Rhaegar Targaryen y la posterior muerte de ambos. Sabemos las consecuencias que trajo para Poniente. Muerte parcial de la familia de ella, muerte d...